(IAR-Noticias)
09-En-06
Cuando Henry Kissinger dirigía la política norteamericana en Vietnam,
aseguraba que su prioridad era conservar la "credibilidad" de Estados
Unidos. Estados Unidos no estaba dispuesto a conceder nada a sus enemigos,
sino que pretendía infligirles un castigo destructor, casi aniquilador, por
haberse opuesto a nuestra voluntad imperial. Sin embargo, había un
inconveniente. Sabía que en Vietnam estábamos derrotados, y su diplomacia
permitió que transcurriera un intervalo decente antes de abandonar a
nuestros aliados vietnamitas a su suerte.
Por Norman Birnbaum
(*)
- El País, España
Una generación después, Kissinger
ha explicado al país que nuestra credibilidad vuelve a estar en duda. No
podemos abandonar a Irak a su suerte (o, al menos, todavía no) sin sufrir
una total pérdida de prestigio. Como erudito y diplomático, sugiere que los
vecinos de Irak deben estar involucrados en cualquier solución, pero, como
gran realista, evita mencionar a Irán. En cuanto a lo más evidente, el hecho
de que la invasión de Irak ya ha destruido nuestra credibilidad con su
brutalidad homicida, su incompetencia manifiesta y su hipocresía
generalizada, el doctor Kissinger prefiere la discreción.
No obstante, su aparición, como la del espectro de Hamlet, nos trae
recuerdos del pasado. La guerra contra el terrorismo es la heredera bastarda
de la guerra fría. Como ocurrió con la guerra fría, sus protagonistas
estadounidenses la han convertido en elemento central de la política
nacional e intentan imponer sus obsesiones al resto del mundo. Como la
guerra fría, la guerra contra el terrorismo es un gigantesco programa de
obras públicas que ofrece trabajo a expertos, ideólogos y charlatanes y
constituye la justificación para un gasto civil y militar sin fin, en una
búsqueda quimérica de la "seguridad".
La movilización del país para la guerra otorga al Gobierno estadounidense
un tinte cada vez más autoritario. La adhesión de otros países nos da, al
menos, una soberanía parcial sobre ellos. Y muchos de nuestros periodistas,
que carecen de conocimientos o de un distanciamiento crítico del poder,
obtienen así los medios para interpretar una realidad que no saben dominar
de otra manera.
En 1889, Jacob Burckhardt censuraba a "les terribles simplificateurs".
¿Qué diría ahora de nuestro mundo? En la lucha contra el comunismo, gran
parte del pensamiento político occidental perdió su capacidad de
diferenciación, incluso su sentido de la realidad. ¿El enemigo era el
expansionismo ruso o la tiranía estalinista? La lucha geopolítica entre
Estados Unidos y la Unión Soviética se intensificó tras la desestalinización
y el comienzo del conflicto chino-soviético. Las ofertas soviéticas de
distensión militar y política se encontraron con el rechazo. La Unión
Soviética apoyaba a regímenes represivos y rebeliones en el Tercer Mundo con
arreglo a lo que le convenía, pero Estados Unidos respaldaba a Gobiernos
dictatoriales y explotadores. La imagen de un enemigo de agresividad
despiadada e ideología absolutista persistió hasta que, con Gorbachov, se
derrumbó el edificio. En grandes zonas de Europa occidental ya estaba
deteriorado, por un justificable escepticismo de la opinión pública.
Hace unas semanas, un funcionario estadounidense declaró que Bin Laden
había perdido la capacidad de coordinar y dirigir sus fuerzas en todo el
mundo. De ser así, ya no tiene fuerzas repartidas por el planeta, si bien es
cierto que existen numerosos grupos afines, islámicos y de otro tipo, que
consideran enemigo a Estados Unidos. Del mismo modo que los anticomunistas
de hace unas décadas ignoraban las tensiones internas de los Estados
comunistas (y la falta de celo revolucionario de muchos sectores del
movimiento), los que tanto ruido hacen sobre la existencia de una amenaza
islamista ignoran los problemas y las divisiones del mundo islámico. La idea
de que hay una campaña para crear un nuevo califato que vaya desde Indonesia
hasta Marruecos es absurda. En medio de la ignorancia y la mentira
inspiradas por Estados Unidos, resulta sorprendente hasta qué punto han
perdido algunos europeos su sentido crítico y de la historia.
La ideología de la guerra contra el terrorismo tiene su utilidad. Desde
luego, desvía la atención del comportamiento moral y político poco sublime
de nuestros nuevos maniqueos. En la guerra fría, Estados Unidos trataba de
no lanzar acusaciones demasiado fuertes sobre violaciones de los derechos
humanos contra la URSS, por miedo a la actitud de la ONU ante la segregación
racial que siguió siendo legal en el país hasta hace 40 años. Hoy, la
campaña a favor de la democracia tiene sus limitaciones: los votos de Hamás
-coincide Estados Unidos con Israel- no deben contar. Nuestro propio sistema
de recuento tiene fallos estructurales. La lucha constante de muchos
ciudadanos estadounidenses para proteger nuestras libertades
constitucionales de la rapiña de nuestro Gobierno ocupa un lugar cada vez
más importante en nuestra política.
La guerra fría la dirigieron grupos de intereses ideológicos y
materiales, fabricantes de armas, un aparato político-militar que
monopolizaba inmensos recursos, y, en Europa, quienes habían sido
anticomunistas -en Italia, entre 1923 y 1945; en Alemania, entre 1933 y
1945; en España, entre 1936 y 1975- y buscaban una legitimidad de efectos
retroactivos.
Hace unos años, la opinión general sobre la actuación del presidente Bush
era bastante mala, hasta que el 11 de septiembre le dio la oportunidad de
ofrecer una imagen de líder nacional, una imagen que ahora está
desintegrándose. Mientras tanto, Israel, con su poderoso lobby en
Estados Unidos, está claramente interesado en subrayar la amenaza islámica.
Tiene experiencia en deformar la política estadounidense, puesto que ya
utilizó el asunto de la emigración judía procedente de la URSS para minar
los intentos de distensión de Nixon, Ford y Kissinger. En Europa, la guerra
contra el terrorismo ha logrado la adhesión de quienes ven a Estados Unidos
como un benévolo hermano mayor o un pagador fiable. En el resto del mundo,
unos cuantos clientes conocidos de Estados Unidos -tiranos árabes, generales
indonesios y paquistaníes, matones latinoamericanos- han hecho una
transición perfecta del anticomunismo a la hostilidad contra el terrorismo.
El hechode que sigan disfrutando del dinero y la protección norteamericanos
da una idea de lo serio que es el compromiso de Estados Unidos con la
democracia.
La guerra contra el terror ha adquirido unas dimensiones teológicas. Los
cristianos estadounidenses creen que están llevando a cabo una reconquista
mundial contra el islam. Su visión de la historia es siempre apocalíptica, y
el atentado contra las Torres Gemelas fue un regalo en ese sentido. Las
locuras nacionalistas subsiguientes son reminiscentes de la guerra fría. Un
país que libra un conflicto cultural y económico se une, aunque sea en una
comunidad que no es genuina. La definición de terrorismo (como la acusación
de falta de vigor frente a él), muchas veces, es tan vaga como las
acusaciones de comunismo, colaboración con él o debilidad frente a él que se
emplearon contra Arbenz, Mossadegh y Nasser, Quadros y Allende, o grandes
figuras como Nehru, Brandt y Mandela. En Estados Unidos se escuchan a
diario, en los enfrentamientos políticos internos, acusaciones de
complicidad con el enemigo; el otro día, el presidente volvió a utilizarlas
para difamar a quienes han calificado de abuso de poder las escuchas
clandestinas.
Es indudable que Estados Unidos ha sufrido ataques, en casa y en el
extranjero, y que las bombas de Bali, Londres, Madrid y, previamente, París
demuestran la magnitud de un problema que también abarca los conflictos de
Tierra Santa y Cachemira, Chechenia y Sinkiang, así como los graves
problemas internos de Afganistán, Argelia, Egipto, Marruecos, Arabia Saudí,
Siria y Túnez. La lista, por sí sola, pese a estar incompleta (podrían
figurar también Irán y Turquía), es una prueba prima facie de que una
expresión tan indistinta como terrorismo no nos dice nada. Del mismo modo
que, ahora que vemos luchar a China y Rusia con sus problemas, las antiguas
repúblicas soviéticas, Cuba y Vietnam, los antiguos Estados de la Federación
Yugoslava, podemos comprender lo insustancial que era el término "comunista"
para describirlos hace sólo dos décadas.
No hay nada que pueda sustituir al conocimiento histórico, la reflexión y
la sensatez política, y la trayectoria que sigue la élite de nuestra
política exterior para llegar a la cumbre no siempre premia esas
características. La política estadounidense no siempre fomenta la
integridad: no hay más que ver la cínica actuación de la senadora Hillary
Clinton en relación con Oriente Próximo. Habla en favor de los
norteamericanos el hecho de que, tanto en el Congreso como en el aparato de
política exterior, se percibe cierta rebelión por parte de algunos que no
son totalmente ignorantes ni se han perdido el respeto a sí mismos. Cuanto
antes rechace el resto del mundo la idea de una Guerra contra el Terrorismo,
más posibilidades tendrá Estados Unidos de recobrar el sentido común.
Traducción de M. L. Rodríguez Tapia.
(*)Norman Birnbaum es profesor emérito en la
Facultad de Derecho de Georgetown. Autor, entre otros libros, de Después
del progreso: reformismo social estadounidense y socialismo europeo en el
siglo XX.
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