De
las aproximadamente 2 mil fotocopias anónimas de material teórico a las
que se enfrentan los estudiantes de la licenciatura en Ciencias de la
Comunicación de la Universidad de Buenos Aires (UBA), al menos un 25 por
ciento asegura que un mensaje "es una construcción", es decir, el
equivalente a la "generación social del sentido y circulación del
poder"; otro 20 por ciento describe la infraestructura de ese poder; y
el resto de la hojarasca enseña los instrumentos y métodos para observar
los mecanismos de esa construcción al tiempo que ofrece criterios para
ponderar su valor ideológico. Aclaración: hablo sólo de la UBA porque no
hay razón alguna para ocuparse de las universidades privadas (su
mediocridad académica vuelve ocioso todo comentario); igualmente los
talleres, o las llamadas "escuela-agencia".
Un rápido muestreo indica
que más de la mitad de los docentes de la Facultad de Ciencias Sociales se
declaran "progresistas", muchos menos "liberales" y todavía menos
"izquierdistas" (todos o casi todos ordenados según los protocolos ideológicos
difundidos por Página/12, el periódico oficialista de esa casa). ¿Progresistas?
Es probable, tanto que durante la "primavera" de la convertibilidad, muchos de
ellos no dudaron en brindar sus preciosos servicios al oro privado (léase Banco
Patricios)... hasta que el oro se terminó, gracias a las febriles gestiones de
un ministro de Economía, del tío Alberto y del entonces ignoto Enrique Piana,
hoy "arrepentido", pobre y preso, pero con la conciencia tranquila.
¿Las excepciones de rigor?:
la redacción entera de las revistas "El Ojo Mocho", "La escena contemporánea",
"El rodaballo", "Herramienta" y otras, y por supuesto, cantidad de docentes que
no se plegaron a esa estrategia, justificada, como siempre, por su carácter
entrista: aunque mejor es decir oportunista.
En su ideología de
"progresistas", los profesores eligen para sus alumnos pedazos de libros
apropiados y los interpretan de manera tal que las lecturas que de esos textos
hagan los aspirantes promuevan la duda, el escepticismo, la desconfianza y la
sospecha. En verdad, los aspirantes, deberían dudar, sospechar, y mostrarse
escépticos y desconfiados de sus profesores antes que de esos textos que ignoran
en su doble vertiente: por ignorantes y por complejidad. ¿Quién sabe qué es lo
quiere estudiar a los 17 o 18 años? Imagínese usted: exponente del cateo, amante
de la birra, el faso, el pedo sordo, la cajeta y la molicie de cordón, ¿qué
haría sentado frente a los dos tochos del gordo Castells, convertidos gracias a
la asociación entre la Argentina y España, en lectura obligatoria?
Y sin embargo... ¿quién lo
hubiera pensado?: de ese batiburrillo de lecturas, puchero de pensión, duchas y
adhesiones elementales empieza a tomar forma una forma, un perfil: la forma de
un periodista, en principio, pongamos, un mutante de Santo Biasatti. Es decir,
alguien que semeje hallarse agobiado por la insistente actualidad de los
acontecimientos actuales.
El microclima ayuda. ¿Es
posible que un periodista o un candidato a serlo tome partido por la ideología
antipolítica? Es más que posible, en la Argentina es casi una regla de oro. Y es
cierto, el microclima ayuda, pero no lo es todo. Entienden, los periodistas (y
no sólo los fascistas como Daniel Hadad, Antonio Laje o Eduardo Feinmann, o los
retardados como Lito Pintos, Guillermo Cherasny o Baby Etchecopar, porque así
sería muy fácil), sino los otros también, los que se dicen o son "progresistas",
que la política es aquello que hacen los miembros de los partidos políticos.
De ahí al elogio de la
antipolítica hay un paso, que los canallas cobran, en dinero, contante y
sonante; y que los otros ven pasar, posando de escandalizados, o mejor dicho:
amparados en cierta impunidad: la que se compra disfrazando al mono de bufón (CQC,
TVR, Televicio, Sdrech, etcétera), de juez de primera instancia (Horacio
Verbitsky, PuntoDoc, Periodistas, Laje, etcétera), o de pastor de almas (Majul,
Lanata, Nelson Castro, Paenza, Grondona, Bonelli, etcétera), todos unidos por el
indestructible hilo rojo de la moralina, la preferida de televidentes y oyentes.
El determinismo histórico se privatizó; pasó de las estructuras económicas a las
genealogías familiares.
¿Puede la prensa ser
inteligente sin perder su público de oficinistas?
La pregunta obliga a
desandar el camino. Es obvio que en Ciencias de la Comunicación o en cualquier
otra carrera de las llamadas "humanistas", el paso del tiempo favorece a los
docentes antes que a los alumnos.
Mientras unos hacen carrera académica (asegurándose
una jubilación más o menos digna), los otros avanzan hacia el desierto de la
desocupación, armados de frases hechas acerca de la democracia y la necesidad
de defenderla, de la corrupción y la necesidad de limpiar de corruptos al país,
etcétera, etcétera, asimilando la tarea del periodista a la del ordenanza que
recita de memoria (y mal) el santoral o algunos artículos del Código Penal.
O en palabras de
Tomás Abraham: "Estar en casa con los nuestros, entre amigos y en familia, en
este ambiente no hace falta convencer a nadie, sacamos la guitarra, tocamos la
marcha progresista, denunciamos lo que todos los hombres de bien aborrecen,
practicamos la emoción y la oposición compartida, nos indignamos juntos, y nos
guiñamos los ojos con nuestras propias bromas. El pensamiento sobre la
realidad que crece con la tensión y los obstáculos, y no con las complicidades
ni los intercambios, se lo dejamos a los agentes del poder y a su personal,
quienes sí concentran bastante para seguir disfrutando de sus ventajas
comparativas y extorsionar cada vez mejor".
¿Hasta cuándo?