(IAR-Noticias)
17-Jun-05
Por
Pedro Martínez Montávez* -
Mundo Arabe
Hace
algo más de dos años, a finales de febrero de 2003, en una
conferencia que pronuncié en la Universidad de Sevilla,
abordé la cuestión de la agresión contra Irak, que hasta
entonces no se había producido, pero que estaba cantada, y
de la que yo nunca dudé. Tenernos entonces en la
angustiosa incertidumbre de si iría a tener lugar o no,
fue otro de los muchos engaños y de las muchas
indignidades y cobardías que acompañaron a esa guerra.
Eran numerosos quienes cometían el despropósito o tenían
la desvergüenza de encubrir aquello, hablando de tácticas,
estrategias, deberes, compromisos, y de otras muchas
justificaciones por el estilo.¡Hasta de lucha de culturas
y de civilizaciones...! Puede que fuera también
simplemente una cuestión de ignorancia absoluta y de
necedad integral. Nunca se sabe.
Decía al final de mi intervención, recogida después con
otras varias en un libro colectivo: «La indagación sobre
el "¿por qué?" nos conduce naturalmente al "¿para qué"? Lo
que pasa actualmente con Irak es importante, pero lo que
va a venir después de la agresión contra Irak, aun
teniendo en cuenta la forma en que ésta se desarrolle y
cómo finalice, en concreto, va a ser seguramente más
importante, bastante más grave y bastante más
aterrador».Lamento profundamente no haberme equivocado.
Corrijo de inmediato: sí, me he equivocado. La magnitud
del desastre, del caos, de la violencia y de la ruina que
la guerra ha acarreado es mucho mayor y más extensa que lo
que cabía pensar. ¿Puede alguien ser tan ciego y tan
inmoral como para mantener lo contrario? Ha llegado el
momento, por consiguiente, de poner al descubierto algunos
de esos 'para qués', aunque sea de manera estrictamente
inicial e indicativa, como adelanto de análisis
posteriores más extensos y pormenorizados.
La reciente reunión en Barcelona del Tribunal
Internacional de Irak ha servido para llegar a
conclusiones totalmente contrastadas y esclarecedoras de
algunos de esos 'para qués', especialmente estructurales y
determinantes. La primera, en realidad, anuncia y resume
prácticamente todo, al afirmar: «La invasión y ocupación
de Irak y el proceso de transición diseñado por los
ocupantes no estaba dirigido contra el Gobierno de Irak,
sino contra el Estado de Irak. Por ello, a la ilegalidad
del ataque y la invasión hay que sumar la ilegalidad de
las medidas contrarias a normas imperativas de derecho
internacional que prohíben cambiar el estatuto jurídico
del territorio invadido o usurpar la soberanía del Estado
ocupado, incluidos sus recursos naturales, medidas todas
ellas adoptadas durante la etapa de la llamada Autoridad
Provisional, dirigida por Paul Bremer, con vocación de
permanencia en el tiempo».
No se puede ser más rotundo ni más claro. El propósito
reiteradamente esgrimido entonces de acabar con un régimen
ya incapaz y depravado y con el dictador que casi lo
monopolizaba, era un simple pretexto, silenciaba y
escondía el auténtico objetivo; era el medio, no el fin.
Esto podría quizá explicarse desde la óptica de la
práctica política habitual, poco respetuosa con esta clase
de consideraciones, si no fuera por la enorme ruina y la
muerte extendida y creciente derivadas, que invalidan la
presunta e inicua explicación. Había que terminar con el
tejido estatal y administrativo de Irak, y no ya
corregirlo, sanearlo y reformarlo todo lo que fuera
necesario y adecuado. Había que destruirlo, para
reconstruirlo después en mayor beneficio de los ocupantes
y para su mayor satisfacción.En particular, obviamente, de
la Administración estadounidense y de su implacable e
insaciable intendencia clientelar. El Gobierno títere y
colaboracionista que se necesitaba y se sigue necesitando,
para alcanzar tal objetivo, recibiría diversas etiquetas
sucesivas, todas igualmente deformadoras, engañosas y
rechazables: interino, provisional, transitorio. Repito:
el objetivo era el Estado, y no el régimen. Para alcanzar
tal objetivo, nada importaba la cantidad y cualidad de
pueblo que había que aniquilar, que sacrificar. Así se ha
hecho, así se sigue y se seguirá haciendo.
La destrucción política de Irak, de su tejido
administrativo y jurídico, implicaba la destrucción de
otros, y los agresores y posteriormente ocupantes lo
sabían muy bien, y lo ejecutan. Fue otra de tantas burlas
y otro de tantos engaños que perpetraron desde un
principio, aunque hay que agradecerles que lo hicieran con
torpeza léxica y conceptual tan traslúcida que se
revelaron nítidamente desde el principio sus intenciones.
En tal empeño, algunos y algunas responsables del Gobierno
español de entonces alcanzaron cimas inconcebibles y
difícilmente superables de desfachatez, de miseria moral y
de desinformación. La tercera conclusión del Tribunal
Internacional de Irak, en su reciente reunión en
Barcelona, lo manifiesta también con precisión y
contundencia: «El desmantelamiento de la estructura
productiva de Irak y la introducción salvaje de la
economía de mercado, privatizando agricultura, industria y
servicios y, de manera particular, la imposibilidad de que
el pueblo de Irak se beneficie de su principal recurso, el
petróleo, ha significado una flagrante violación del
derecho internacional y la privatización de derechos
básicos de la población iraquí».La cosa está muy clara:
Irak queda uncido al carro del neocapitalismo liberal (¿o
neoliberalismo capitalista?) emergente, con vocación
global y deshumanizadora, aunque se vista frecuentemente
con falaces ropajes humanitaristas. Las únicas
interrogantes que quedan al respecto son los márgenes de
ganancias y beneficios que vayan sacando las múltiples
empresas concurrentes, y los porcentajes de reparto que se
establezcan entre las distintas potencias intervinientes y
aspirantes. Nada de ello escapará a la batuta del
conductor y de los solistas estadounidenses.
Que la sociedad iraquí es plural y diversificada,
entramada de notables diferencias internas y
desequilibrios, resulta una realidad evidente e innegable.
Por otra parte, como tantas otras, y de forma específica
en la región del mundo en la que se asienta. No existen
sólo en ella diferencias religiosas y confesionales, sino
que las hay también de otros diversos órdenes y alcances:
étnicas, lingüísticas, culturales, económicas, de
participación y presencia en la realidad colectiva iraquí
y en sus órganos de actuación y representativos. Es
innegable asimismo que el régimen anterior no había
contribuido en muchos casos a que estas diferencias se
redujeran, sino a todo lo contrario. Pero, ¿es único y
singular el caso de Irak entre los pueblos, las naciones y
los Estados del Universo? ¿Justifica esa pluralidad
parcial que se esté intentado también destruir el tejido
social iraquí, que sean los invasores y ocupantes quienes
están llevando a cabo impunemente este delito? Porque esto
es lo que está pasando también en Irak, aunque se encubra
y enmascare de múltiples formas. Nada de aquello originó
el trágico conflicto civil interno causado por la
ocupación.
Porque es asimismo evidente e innegable que en Irak existe
un sentimiento nacional muy mayoritariamente extendido y
arraigado, y que éste es seguramente uno de los
ingredientes característicos y distintivos fundamentales
del Irak contemporáneo, sentimiento nacional que se
asienta en el espléndido patrimonio civilizador y
cultural, en la historia común, en el solidario pasado
anticolonial inmediato, en la religión y en la lengua casi
unánimemente, con sus matices internos diferenciadores,
sentidos y empleados: el Islam y el árabe. Las tropelías y
las extorsiones que los ocupantes están cometiendo en este
terreno son de igual envergadura y volumen que los que
cometen en los otros, aunque se hable seguramente menos de
ellos y no alcance la misma difusión. A la larga, sin
embargo, los daños que generen serán iguales, y hasta
quizá mayores e irreparables en muchos aspectos; también,
desgraciadamente, más duraderos.
Nada de todo esto está ocurriendo en abstracto, en un
lugar ignorado e indeterminado del universo. No, está
pasando ahí precisamente, en Irak, en pleno centro de una
vasta región llamada en lengua árabe Maxrek, es decir, el
Próximo y Medio Oriente. Es un dato geopolítico y
estratétigo fundamental. Y afecta a todo ese espacio árabe
conjunto, con sus repercusiones inmediatas e inevitables
en el islámico. Para empezar a explicarse y valorar
consecuentemente la envergadura de lo que allá está
ocurriendo, conviene que tengamos muy presentes algunas
cosas. Una, que la Administración estadounidense, desde
hace tiempo, concibe este espacio árabe conjunto y
continuo como un largo corredor, que debe dominar por
completo y por el que pueda moverse a su antojo. Otra, que
concibe el Maxrek árabe islámico como dique y trinchera
fundamental para detener posibles expansiones futuras
procedentes del más allá oriental. Por esto ha
desencadenado y está ejecutando implacablemente su
actuación en Irak. Ahora, constituye el eslabón
fundamental para la ejecución de su nefasto plan
neoimperial. Y que nadie se llame a engaño ni sea ingenuo:
lo continuarán, e irán asentándose en todas las estaciones
intermedias y etapas que ellos decidan (unilateralmente si
hace falta) incorporar.
*Pedro Martínez
Montávez es arabista y profesor emérito de la Universidad
Autónoma de Madrid.
© Fuente: Mundinteractivos, S.A.
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