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(IAR-Noticias)
01-Jul-05

Al continente africano lo están
agujereando, por tierra y por mar. Los países occidentales buscan afanosamente
petróleo, para no depender tanto del Golfo Pérsico. China se ha sumado a esta
desenfrenada carrera para conseguir más oro negro. A ellos se le suma el dominio
solapado detrás de la ayuda humanitaria. El nuevo asalto a África difiere muy
poco de las conquistas del siglo XIX y del neocolonialismo a mediados del XX.
Por Gerardo González Calvo -
El corresponsal
El
misionero comboniano español P. Ismael Piñón comentó, al poco de llegar de Chad,
que en este país empieza a haber de todo: zapatos, camisas, medicamentos,
cerveza europea, pantalones, agua mineral... Circulan coches que nunca se vieron
en un país que siempre había figurado entre los más pobres del mundo. Igual
sucede en Guinea Ecuatorial. Chad y la antigua colonia española son dos de los
nuevos países africanos incorporados a la lista de países productores de
petróleo. Su PIB (Producto Interior Bruto) ha subido al mísmo ritmo que se
extraen barriles del preciado oro negro. Poco antes que ellos llegó Sudán.
Detrás vendrán otros muchos: desde el Sáhara Occidental y Mauritania, hasta
Santo Tomé y Príncipe, República Democrática de Congo, Costa de Marfil...
Esta fiebre del petróleo sobreviene al mismo tiempo que el interés de Estados
Unidos por África. No hay que ser muy perspicaz para atisbar una pugna soterrada
entre Francia y Estados Unidos por controlar el mercado de las materias primas
africanas. La explosión de conflictos en los Grandes Lagos y la crisis de Costa
de Marfil -la niña bonita de París- son buena prueba de ello. Tampoco hay que
echarle mucha imaginación para prever que, dentro de poco, en esta pugna
titánica aparecerá un tercero en discordia: China. Y esto no por razones
ideológicas, como en la época de la Guerra Fría, sino pura y simplemente por
motivos económicos. El gigante asiático, con 1.300 millones de habitantes y una
economía que crece al ritmo del 8 por ciento al año, necesita un inmenso consumo
de energía para sostener su crecimiento. Actualmente, el mayor importador de
petróleo del mundo es Estados Unidos, seguido de Japón y de China. Pronto China
ocupará el segundo lugar.
África es la madre nutricia de la mayoría de las materias primas que hay en el
mundo y vuelve a interesar por lo que siempre atrajo a Occidente: por sus
recursos naturales. Sobreviene este asalto a África en un momento de gran
fragilidad interna en la mayoría de los Estados, muchos de ellos cuarteados por
el hambre, el Sida y el mal gobierno. Nunca los Estados africanos fueron tan
débiles, ni tan pobres. Ni nunca tampoco aparecieron tantos jefes de Estado tan
ricos. Cada vez África se asemeja más a la América latina de los Somoza y los
Trujillo, es decir, a un continente en el que proliferan inmensas fortunas en
pocas manos -guardadas con sigilo en los paraísos fiscales- y se incrementa la
masa de desheredados.
De colonización a injerencia
Antaño se llamó colonización. Hoy se denomina injerencia, con marchamo de
globalización, asentada sobre el todopoderoso andamiaje de instituciones como el
FMI (Fondo Monetario Internacional), el Banco Mundial, el AMI (Acuerdo
Multilateral de Inversiones) y la OMC (Organización Mundial del Comercio). Estos
cuatro jinetes sobrealimentan el neocolonialismo de nuevo cuño, para mantener el
statu quo de un mundo bipolarizado: el Norte y el Sur, en el que el Norte es
sinónimo de bienestar y consumo desaforado y el Sur, de hambruna y pobreza.
Se empezó a hablar por primera de vez de injerencia, calificada de humanitaria,
cuando estalló en 1967 el conflicto de Biafra. Esta guerra olía a petróleo, por
más que se tratara de envolverla en el celofán de una pugna étnica entre los
ibos del sur y los hausas del norte de Nigeria. Es curioso observar que, cada
vez que surge un problema bélico en África, se intenta presentar como una
querella tribal. Esta simplificación impide comprender el alcance del problema
de fondo. Pues bien, el desastre biafreño costó un millón de vidas humanas. Ante
esta catástrofe, un grupo de médicos franceses fundó en 1971 la ONG Medecins
sans Frontiers (Médicos sin Fronteras), una plataforma que dio pie a la creación
de numerosas ONGs que llevan el apelativo de "sin fronteras" (veterinarios,
arquitectos, bomberos, ingenieros, etc.).
Entre los médicos fundadores de Medecins sans Frontiers se encontraba el Dr.
Bernard Kouchner, que después detentaría diversas carteras -entre ellas la de
Sanidad- en varios gobiernos franceses. Kouchner ha sido también representante
especial del secretario general de la ONU para Kosovo. Impresionado por la
barbarie en Biafra, lanzó la idea de la necesidad de una injerencia en los
asuntos internos de los países por razones humanitarias. De ahí que se acuñara
el término "injerencia humanitaria".
En principio, la intención era buena, porque se basaba en el criterio de que la
neutralidad es complicidad, como de alguna manera habían demostrado los países
no alineados. El problema era que la injerencia arrebataba a los Estados parte
de su soberanía, hasta entonces incuestionable. Pero a nadie se le podía ocultar
que esta injerencia era un arma de doble filo y que, a la postre, iba a suponer
la fragilidad de muchos Estados. Aparte de que la injerencia no se iba a usar
con la misma vara de medir en todos los países. De hecho, así sucedió. La
injerencia se convirtió en una nueva forma de dominio.
Bien mirado, en África no hacía falta apelar a la injerencia como nuevo concepto
de relaciones internacionales, porque se practicó siempre una intervención sin
remilgos después de las independencias, entre 1957 y 1975. Es decir, desde la
independencia de Ghana hasta la caída definitiva del imperio colonial portugués
en África. En este corto período -18 años- se configuró casi totalmente el mapa
de los Estados negroafricanos soberanos, que se completó con Zimbabwe en 1980 y
Namibia en 1990. La caída del régimen del apartheid en Sudáfrica, en 1994 -que
era independiente desde 1910-, dio paso al control político por la mayoria
negra. La enorme cascada de golpes de Estado que ha padecido África ha estado
alimentada, en la mayoría de los casos, por las antiguas metrópolis.
No menos visible ha sido la injerencia económica. Ni a Gran Bretaña, ni mucho
menos a Francia -que eran las dos grandes potencias colonizadoras en África- se
les pasó por la imaginación conceder la soberanía política a sus colonias
africanas para que pudieran explotar y manejar libremente sus recursos
económicos. El objetivo era otorgar la independencia política para seguir
controlando mejor -eliminadas las presiones internacionales y acallados los
movimientos independentistas- las cuantiosas materias primas del continente. El
propio Charles De Gaulle lo señaló sin el menor rebozo. Se trató, por tanto, de
una independencia no sólo otorgada, sino muy limitada, sometida a los intereses
de las ex metrópolis.
Sucursales del poder colonial
Esta doble injerencia política y económica ha convertido a los países africanos
en meras sucursales del viejo poder colonial. Las amarras son tan fuertes que
cuando un dirigente intenta cortar alguna cuerda para liberarse de la presión,
se encuentra inmediatamente con una revuelta bien organizada y armada hasta los
dientes. Esto ocurrió en Congo-Brazzaville y más recientemente en Costa de
Marfil.
Una mujer curtida en muchas batallas sociopolíticas, como Aminata Traoré, ex
ministra maliana de Cultura y una de las fundadoras del Foro Social Africano, ha
declarado que "a través de las instituciones financieras internacionales
nuestros antiguos amos siguen decidiendo por nuestros pueblos, como en el
pasado, con la diferencia de que nosotros ya no tenemos legitimidad para
denunciarlos y condenarlos porque ahora pretendemos ser independientes. El voto
que podría corregir tantas injusticias y aberraciones se ha convertido en una
mascarada. Sólo se aprovechan de él los elegidos en las urnas, motivados por el
control de los bienes públicos y de las instituciones para enriquecerse
impunemente".
Aparte de esto, los países negroafricanos ni siquiera interesan para la
implantación de empresas del Norte, en el actual proceso de deslocalización. Se
implantan en países emergentes de Asia o en los antiguos países del Este,
incorporados a la Unión Europea. Una vez más, África queda relegada a mera
sumistradora de materias primas.
Déficit democrático
Este término lo empleó el actual presidente de la Unión Africana y jefe del
Estado Federal de Nigeria, Olusegun Obasanjo, refiriéndose a Costa de Marfil,
durante la celebración del llamado acuerdo de Accra III, que tuvo lugar en la
capital ghaneana los días 29 y 30 de julio. Pero, en rigor, podría aplicarse a
la gran mayoría de los países africanos, empezando por la propia Nigeria.
Si observamos los sistemas políticos, en la breve historia independiente
africana ha habido cuatro etapas. En la primera afloraron los "padres de la
patria", primera generación de dirigentes elegidos democráticamente: es la era
de los Kwame Nkrumah, Felix Houphouet-Boigny, Sekou Tomé, Julius Nyerere, Modibo
Keita, Joseph Kasabuvu, Léopold Sédar Senghor... En la segunda se mantienen
muchos de estos dirigentes y jefes de Estado militares, que han accedido al
poder mediante un golpe de Estado: es la era de Joseph Ankrah en Chana, Mobutu
Sese Seko en el antiguo Zaire, Jean Bedel Bokassa en la República
Centroafricana, Idi Amín Dada en Uganda... Todos ellos tienen una característica
común: prohíben los partidos políticos y crean un partido único, fundado por el
propio jefe de Estado. Hubo entonces dos excepciones: Gambia y Botswana, que
mantuvieron los partidos políticos y las elecciones democráticas. Más tarde se
unió a ellos el Senegal de Senghor.
En la tercera etapa, tímida y poco duradera, surgen algunos militares dispuestos
a gobernar con honestidad: es la era de Jerry Rawlings, Thomas Sankara y la
primera etapa de Samuel K. Doe. En la cuarta etapa, se produce la eclosión del
pluripartidismo, al socaire de la caída del muro de Berlín y de los regímenes
comunistas: es la era de los convertidos al pluripartidismo, con más o menos
convicción, como Omar Bongo, Mathieu Kerekou, Kenneth Kaunda, Dennis Sassou-Nguesso,
Paul Biya, Teodoro Obiang... En medio de esta cuarta etapa se produce un
fenómeno nuevo: el auge del bandolerismo y de milicias de diverso pelaje.
Comenzó con las luchas en Liberia y se extendió a Sierra Leona, dos países
instalados en el caos, en los que se han cometido atrocidades inimaginables
contra la población civil. Aparecieron, asimismo, los niños soldados y las niñas
raptadas como esclavas sexuales. Este fenómeno se hizo igualmente pavoroso en el
norte de Uganda, donde todavía pervive.
El auge del bandolerismo o de milicias con derecho a botín ha provocado,
asimismo, un desmesurado crecimiento de armas en el África Occidental. Desde
Liberia y Sierra Leona, una vez alcanzada la paz, hubo un creciente tráfico de
armas hacia otras zonas calientes o en proceso de calentamiento, como República
Centroafricana, norte de Camerún y Costa de Marfil. Nunca hubo tantas armas en
circulación fuera de los controles estatales, armas empleadas también para robos
y atracos. Según datos oficiales, en Ghana hay más de 40.000 armas fuera del
control del Estado.
En los casi catorce años que dura ya la cuarta etapa, apenas ha cambiado la
forma despótica de ejercer la política, aunque aparezca revestida de formalidad
democrática. Incluso en algunos países como Guinea Ecuatorial, se actúa con el
mismo talante de partido único. En casi todos existe una gran quiebra
democrática. Y en algunos, como en Togo y Guinea Ecuatorial, la quiebra es una
persistente bancarrota. No es nada extraño que Jean-Paul Ngoupande, ex primer
ministro de la República Centroafricana, haya criticado con dureza el laxismo de
los dirigentes africanos: "Más de cuarenta años después de la oleada de las
independencias de 1960 no podemos seguir imputando la responsabilidad exclusiva
de nuestras desgracias al colonialismo o al neocolonialismo de las grandes
potencias, a los blancos, a los negociantes extranjeros y no sé a quién más.
Hemos de aceptar, de una vez por todas, que somos nosotros los principales
culpables. El haber basculado hacia la violencia, el laxismo en la gestión del
bien público, el robo a gran escala, el no saber aceptamos entre etnias y
regiones, todo esto tiene causas principalmente endógenas. El admitirlo sería el
comienzo de la toma de conciencia y, por lo tanto, de la sabiduría".
Bueno es, de todos modos, que asistamos en África a periódicas elecciones
legislativas y presidenciales. En los últimos años se han producido muy pocos
golpes de Estado. La democracia, con sus imperfecciones y carencias, se ha
abierto paso en un continente demasiado acostumbrado al ruido de sables.
Frustración y nuevo dominio
Es evidente que la adopción del pluripartidismo no está resolviendo los
problemas de convivencia y de desarrollo, entre otras razones porque no depende
sólo del sistema. Mucho menos lo consiguieron los regímenes militares y los
partidos únicos. Sí se detecta un vacío de poder real acompañado de dos factores
preocupantes. En primer lugar, el abismo cada vez mayor entre el poder y la
población civil; ésta ha perdido la fe en sus dirigentes porque son incapaces de
satisfacer sus necesidades vitales. La desafección entre el poder y los
ciudadanos ha impulsado a éstos a arreglárselas como pueden, acabando muchos de
ellos -sobre todo los jóvenes- en las rutas imprevisibles hacia una Europa
mítica y opulenta. Antaño los jóvenes africanos que venían a Europa era para
matricularse en las universidades. Hoy llegan -muchos de ellos en pateras- para
encontrar cualquier trabajo que no deseen los europeos. Son los boat-people del
desengaño y de la frustración.
En segundo lugar, el asalto de las multinacionales para instalarse a sus anchas
en los sectores claves de la economía. Las multinacionales son ahora la correa
de transmisión de las antiguas metrópolis y de Estados Unidos, que ven en África
una parcela privilegiada para abastecerse de hidrocarburos y de minerales
estratégicos, imprescindibles para mantener su desarrollo económico y
tecnológico. Estados Unidos interviene ya sin tapujos en muchos paises
africanos. De ahí las frecuentes visitas del Secretario de Estado, Colin Powell,
a varios países africanos y su interés en resolver conflictos como el de Darfur,
en Sudán. En otras ocasiones, como ha sucedido en la República Democrática de
Congo, los azuza, sirviéndose de terceros países -Uganda y Ruanda- para sacar el
mayor provecho del caos.
Es preocupante, además, ver la apatía reinante en las universidades africanas,
que deberían ser el caldo de cultivo de unas nuevas generaciones, bien
preparadas para renovar las Administraciones Públicas y los mismos partidos
políticos, copados por viejos sabuesos que han servido sin escrúpulos a los
partidos únicos y a los regímenes militares. Se ha pasado sin solución de
continuidad del despotismo al pluripartidismo; pero no se han acometido
transiciones democráticas con renovación de los aparatos de los partidos. Están,
a la postre, los mismos perros con distintos collares. De ahí que asistamos
incluso en muchos países al espectáculo de un cambio en la cúpula de los
partidos mayoritarios con personas que frisan o rebasan los setenta años. Esto
ha sucedido en Kenia, Seychelles y Malaui y acaba de ocurrir en Namibia, donde
el sucesor de Sam Nujoma es Hifikepunye Pohamba, de 68 años; Nujoma tiene 75. Se
cambia para que todo siga igual. Por otra parte, en pocos lugares del mun do
existen tantos jefes de Estado con tantos años al frente del poder.
Mientras esto sucede, aumenta el número de jóvenes desocupados, aunque posean
estudios superiores. Cerradas las puertas de las Administraciones públicas y del
poder político, muchos de estos jóvenes se concentran en las grandes ciudades,
desanimados y abatidos. Su futuro no es nada halagüeño. Muchos de ellos no
pueden casarse, porque no disponen de medios económicos para celebrar la boda.
Su hipotético destino es algún país vecino o Europa.
Paralelamente, aumentan en Occidente africanos doctorados en diversas
disciplinas que ni se plantean la posibilidad de volver a sus países de origen.
Esta fuga de cerebros está causando un daño irreparable al África moderna,
máxime en esta era de revolución tecnológica. En la actualidad hay 250.000
africanos profesionales, personal cualificado, licenciados, ingenieros, expertos
en nuevas tecnologías, médicos y enfermeros trabajando fuera de África. (Ver
Mundo Negro, mayo 2004, pág 32.)
El ministro de Defensa de Ghana, Kwame Addo Kufuor -ex oficial médico y
presidente de la Asociación de Médicos de Ghana-, declaró a primeros de agosto,
durante un congreso sobre salud, que Ghana podría perder casi 25 millones de
dólares hasta el año 2006, si prosigue la fuga de médicos a países extranjeros.
Esos 25 millones de dólares es lo que cuesta al Estado formar a 400 médicos.
Esto contribuye también a que, una vez más, un continente como el africano quede
relegado a mero suministrador de materias primas, algunas de ellas
imprescindibles para las nuevas tecnologías punta de la información. Aparece,
otra vez, acogotado por una nueva colonización, más sutil que en el pasado, pero
no menos sofocante.
La fuente: El autor es redactor jefe de la revista
Mundo Negro.
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