(IAR-Noticias)
08-Ag-05
El poder come miedo. Sin los
demonios que crea, perdería sus fuentes de justificación, impunidad y fortuna.
Sus satanes -Bin Laden, Saddam Hussein o los próximos que aparezcan- trabajan,
en realidad, como gallinas de los huevos de oro: ponen miedo. ¿Qué conviene
enviarles? ¿Verdugos que los ejecuten o médicos que los cuiden?
Por Eduardo Galeano
- Brecha
El miedo distrae y desvía la
atención. Si no fuera por los servicios que presta, lo evidente quedaría en
evidencia: en realidad, el poder se mira al espejo y nos asusta contando lo que
vio. Peligro, peligro, grita el peligroso.
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El patriotismo es un privilegio de los que mandan. Cuando lo ejercen los
mandados, ¿se reduce a mero terrorismo? ¿Son terroristas y nada más que eso,
pongamos por caso, los actos de desesperación suicida de los palestinos
desalojados de su país y los ataques de la resistencia nacional contra las
fuerzas extranjeras que ocupan Irak?
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El mundo patas arriba nombra al revés. El poder, enmascarado, niega el sentido
común. Si así no fuera, ¿podría caber alguna sombra de duda de que el actual
gobierno de Israel practica el terrorismo, el terrorismo de Estado, y difunde la
locura? A medida que ese gobierno devora más y más tierras y más humillaciones
inflige al pueblo palestino, más respuestas criminales genera. Y esos atentados,
que matan inocentes, le sirven de pretexto para matar muchos más inocentes y
para cometer cuantas atrocidades se le ocurran.
Si algún resto de sentido común quedara en el mundo, resultaría increíble que
Ariel Sharon pueda hacer lo que está haciendo con absoluta impunidad, como si
fuera la cosa más normal: invade y acribilla territorios ajenos; alza un muro
que deja chico al de Berlín, de triste memoria, para blindar lo que usurpa;
anuncia públicamente que asesinará a Yasser Arafat, un jefe de Estado
democráticamente elegido por su pueblo; y bombardea Siria, a sabiendas de que
Estados Unidos vetará, como de costumbre, cualquier condenación del Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas.
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Ocurre que en este mundo los países y las personas se cotizan en la bolsa, y su
valor depende de la geografía del poder.
¿Cuántos inocentes volaron en pedazos, sin comerla ni beberla, en la última
guerra de Irak? Los vencedores no han tenido tiempo para contar a sus víctimas,
civiles que existían y ya no existen, porque han estado ocupados buscando las
armas de destrucción masiva que no existían ni existen.
No hay, pues, cifras oficiales. Los cálculos oficiosos más serios han contado,
sin embargo, no menos de 7.700 muertos civiles, muchos de ellos niños, mujeres y
viejos. ¿Cuánto valen esas vidas? En proporción a la población, la cantidad de
iraquíes destripados equivale a 94 mil estadounidenses. ¿Qué hubiera pasado si
el país invasor hubiera sido el país invadido? Las víctimas estadounidenses de
semejante carnicería seguirían siendo el tema perpetuo de los medios de
comunicación masiva. Las víctimas iraquíes no merecen, en cambio, nada más que
silencio.
De sobra se sabe que el robo fue el único móvil de esta matanza, cometida con
premeditación y alevosía. Pero los asesinos en serie siguen diciendo que
hicieron lo que hicieron en defensa propia, y no están presos ni arrepentidos.
El crimen paga: desde las cumbres del poder, ellos amenazan al mundo con nuevas
hazañas, mintiendo peligros, inventando enemigos, sembrando el pánico.
***
El presidente Bush adora citar el Apocalipsis, pero más práctico sería que
citara los noticieros, que son más actuales y dicen más o menos lo mismo.
Aquel espeluznante texto bíblico, una profecía contada en tiempo pasado, era más
bien exagerado y se equivocaba en las cifras, pero hay que reconocer que las
noticias del mundo de hoy se le parecen bastante. Decía el Apocalipsis: "Junto
al gran río Éufrates ( ) fue exterminada la tercera parte de los hombres por el
fuego, el humo y el azufre". Y también decía: "La tercera parte de la tierra
quedó abrasada, la tercera parte de los árboles quedó abrasada, toda hierba
verde quedó abrasada ( ). Pereció la tercera parte de las criaturas que tienen
vida en el mar ( ). Mucha gente murió por las aguas de los ríos, que se habían
vuelto amargas ( )".
El autor, san Juan o quien haya sido, atribuía estas catástrofes a la ira
divina. Él nunca había oído hablar de las bombas inteligentes, ni del dióxido de
carbono, ni de la lluvia ácida, ni de los pesticidas químicos, ni de la basura
radiactiva. Y no podía imaginar que la sociedad de consumo y la tecnología de la
devastación serían más temibles que la cólera de Dios.
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Bombas contra la gente, bombas contra la naturaleza. ¿Y las bombas de dinero?
¿Qué sería de este modelo de mundo enemigo del mundo sin sus guerras
financieras?
En más de medio siglo de existencia, el Banco Mundial y el Fondo Monetario
Internacional han exterminado una cantidad de gente infinitamente mayor que
todas las organizaciones terroristas que en el mundo son o han sido. Ellas han
contribuido, de muy poderosa manera, a hacer el mundo tal cual es. Ahora este
mundo, que hierve de indignación, asusta a sus autores.
"El Banco Mundial, apóstol de la privatización, sufre una crisis de fe", comenta
el diario The Wall Street Journal. En un informe reciente, el banco descubre que
la privatización de los servicios públicos, que sus funcionarios han impuesto y
siguen imponiendo a los países débiles, no es exactamente un maná del cielo,
sobre todo para los pobres abandonados a su suerte. Alarmado por las
consecuencias de sus actos, el banco dice, ahora, que habría que consultar a los
pobres y que los pobres "tendrían que supervisar las inversiones privadas",
aunque no explica cómo podrían realizar esta tareíta. Y los pobres también
preocupan al Fondo Monetario, que se ha pasado la vida estrangulándolos: "Es
preciso disminuir las desigualdades sociales", concluye el director del Fondo,
Horst Köehler, después de meditar el asunto.
Los pobres no saben cómo agradecer tanta gentileza.
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Estos organismos, que ejercen la dictadura financiera en el orden democrático,
de democráticos no tienen nada: en el fmi, cinco países deciden todo; en el bm,
siete. Los demás ni pinchan ni cortan.
Tampoco es democrática la dictadura comercial. En la Organización Mundial de
Comercio nunca se vota, aunque el voto está previsto en los estatutos. La
organización colonial del planeta correría peligro si los países pobres, que
suman la abrumadora mayoría, pudieran votar. Ellos están convidados al banquete,
para ser comidos.
La dignidad nacional es una actividad no rentable condenada a desaparecer, como
la propiedad pública, en el mundo subdesarrollado. Pero cuando las dignidades se
juntan, otro gallo canta. Eso ocurrió en Cancún, recientemente, en la reunión de
la omc: los países despreciados, los mentidos, se unieron en un frente común,
por primera vez después de muchos años de soledad y de miedo. Y naufragó la
reunión, convocada, como de costumbre, para que la mayoría ejerciera su derecho
de obediencia.
Está ocurriendo por todas partes: resulta que el poder no es tan poderoso como
dice que es.
***
Bien lo sabía Alicia, la del País de las Maravillas:
"-¡Que le corten la cabeza! -chilló la reina, con toda la fuerza de sus
pulmones, pero nadie hizo el menor movimiento.
-¿Quién les va a hacer caso? -dijo Alicia--. ¡Si no son más que un mazo de
barajas!".
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