(IAR-Noticias)
15-Ag-05
Si unos fanáticos detonan bombas en tres subtes y un ómnibus de Londres,
es terrorismo (y lo es), pero si las fuerzas aliadas descargan una lluvia de
misiles sobre Bagdad, es una guerra preventiva. ¿Será preciso recordar que el
plan de ataque desarrollado en Irak se basa en el concepto elaborado en la
Universidad de Defensa Nacional, que lleva por nombre Shock and Awe, que es algo
así como operación Conmoción y Terror? Por otra parte, ¿no es fanatismo
religioso matar por Mamón, el inmundo dios del dinero?
Por Sebastián Dozo Moreno
- El Corresponsal
El mundo entero repudia los recientes atentados en Londres, así como el
lamentable "error" de la policía británica, que abatió a un brasileño inocente
disparándole siete balazos en la cabeza. Sin excepción, los líderes del mundo
condenan los actos terroristas en Egipto, Turquía, Irak y Gran Bretaña, mientras
que el mismo Benedicto XVI pidió al "Omnipotente" que "detenga la mano asesina
de grupos impulsados por el fanatismo y el odio". Pregunta obligada: ¿incluye Su
Santidad en esos grupos a los que planearon y llevaron a cabo la invasión de
Irak, desatando el infierno en ese país? Y en cuanto a los líderes del mundo que
hoy condenan el terrorismo islámico, ¿pertenecen a algunos de los doce Estados
que apoyaron esa invasión, sumándose a la cínica excusa de que se hacía por el
bien de todo Medio Oriente, cuando era evidente que el único objetivo era la
obtención (robo) del tan codiciado oro negro iraquí?
Hace sólo unos días, un grupo investigador de Oxford dio a conocer la cifra de
unos 25.000 civiles iraquíes muertos desde el comienzo de la guerra, en 2003. Y
de ellos, casi el 20% eran mujeres, ancianos y niños, incluidos 51 bebes. Y el
último 14 de julio, los matutinos del mundo difundieron que 32 niños iraquíes
murieron cuando un suicida se inmoló cerca de un grupo de soldados
norteamericanos que repartía dulces, a pesar de que en septiembre pasado otros
34 niños habían muerto en circunstancias semejantes, atraídos por la generosidad
propagandística del ejército "liberador". ¿Queda claro que hablamos de niños, y
no de cifras, de cuerpos destrozados y no de daños colaterales, de seres humanos
y no de cristianos o musulmanes, de vidas tronchadas y miembros amputados, y no
de porcentajes? Pero, entonces, ¿por qué en Occidente es mayor el estupor por
los atentados en Londres que por esas masacres? Y aún más, ¿cómo pueden celebrar
algunos intelectuales la supuesta llegada de la democracia a Irak cuando el
precio son miles de galones de sangre inocente? Y aun cuando alguien creyera
ingenuamente y de buena fe en los fines altruistas y humanitarios de Bush, Blair,
y del señor Aznar en su momento, ¿valdría la mutilación de un solo niño iraquí
la consecución de esos fines?
Y a propósito de esto, ¿guardó Occidente en su memoria colectiva el nombre del
niño de 12 años que, en los primeros días de la "victoriosa" invasión, perdió a
sus padres, sus dos hermanos, sus tíos y primos, y sus dos brazos? Alí Samain es
su nombre. "Van a ver ahora la mayor tragedia del mundo", fue lo que les dijo el
médico Osama Salé a unos brigadistas españoles cuando los conducía hasta la
camilla en donde yacía Alí, con los muñones vendados y su torso y abdomen
quemado "como un trozo de lata". Y después de que vieron al niño mutilado, Osama
Salé les preguntó: "¿Quieren ver ahora cómo quedó su familia?", y les enseñó las
fotos de la madre en la morgue, con la cara toda negra, el cuerpo "como leño
quemado" y la cabeza "aplastada como una maceta", en la que podía verse algo
semejante a una flor roja: la boca abierta de la mujer, congelada en un grito de
espanto.
Los mismos brigadistas que fueron testigos de esa escena vieron decenas de niños
y mujeres muertos en las calles de Irak como perros atropellados por automóviles
(o tanques más bien). ¿Y todavía alguien puede celebrar las elecciones
realizadas en Irak? ¿O el derrocamiento del tirano Hussein? ¿O la ficticia
superioridad moral de Occidente? Nadie que se precie de ser cristiano, o
democrático, o civilizado, o simplemente "humano", puede justificar el homicidio
como medio para la realización de un fin, cualquiera que sea éste, y mucho menos
admitir el genocidio. No hay fines nobles cuando los medios son siniestros. No
hay causas justas cuando los resultados son sanguinarios. No hay empuje
civilizador cuando el método es la barbarie.
Se impone, por lo tanto, la revisión de algunos conceptos, prejuicios y
actitudes, que abundan entre nosotros, los occidentales "civilizadores", se
impone un riguroso examen de conciencia.
Ante todo, la condena de la guerra de Irak no implica adoptar una posición
"zurda" o antinorteamericana; esto último, algo tan necio e irreal como el apoyo
al terrorismo, como afirmar que "todos" los norteamericanos tienen espíritu
imperialista y que los terroristas matan por idealismo, cuando lo que los mueve
es el resentimiento fanático. Aquí la cuestión es la matanza de inocentes, y no
si se toma partido por el capitalismo o por el comunismo, por Bush o por el
Papa, por Estados Unidos o por Medio Oriente, por Cristo o por Mahoma. Y toda
consideración que ignore el dolor y la muerte de personas en Irak, incluidos los
soldados norteamericanos, es superficialidad impiadosa y esnobismo intelectual.
Destaquemos algunos errores de visión que promueven la indiferencia entre los
occidentales. Si un fanático se inmola en un subte de Londres, es terrorismo,
pero si un misil cae en un mercado de Basora, o en una maternidad, es un daño
colateral. Si un terrorista islámico se vuela en un bus londinense, se trata de
un atentado "brutal". Si un misil impacta en un barrio residencial de Bagdad, se
trata de una bomba "inteligente" que erró el blanco.
Si un niño inglés, o uno español, pierde la vida, es una atrocidad imperdonable.
Si treinta y dos niños iraquíes mueren en una explosión, es una "barbaridad", y
al día siguiente no se piensa más en el asunto. ¿Acaso existe la sensación de
que los iraquíes son menos personas por su situación de pobreza y sus túnicas
terrosas? Si vistieran saco y corbata, ¿nos inspirarían mayor compasión? Pero,
entonces, ¿sólo nos conmovemos cuando sentimos que una tragedia podría habernos
sucedido a nosotros?
Si unos fanáticos detonan bombas en tres subtes y un ómnibus de Londres, es
terrorismo (y lo es), pero si las fuerzas aliadas descargan una lluvia de
misiles sobre Bagdad, es una guerra preventiva. ¿Será preciso recordar que el
plan de ataque desarrollado en Irak se basa en el concepto elaborado en la
Universidad de Defensa Nacional, que lleva por nombre Shock and Awe, que es algo
así como operación Conmoción y Terror? Por otra parte, ¿no es fanatismo
religioso matar por Mamón, el inmundo dios del dinero? Cuando los aliados
avanzaron sobre Irak, en 2003, hubo un alza en las bolsas europeas y de Estados
Unidos. La bolsa de Londres, por ejemplo, subió un 3,44 por ciento. Fueron,
irónicamente, las bajas iraquíes lo que provocó las alzas de los mercados
bursátiles de Occidente.
Si hay atentados en Londres, Egipto, y otros países, el Papa condena los
"execrables atentados terroristas" que "ofenden a Dios y al hombre". Pero por
los cientos de niños y mujeres que mueren en Irak a causa de la ocupación
aliada, Dios no parece estar demasiado ofendido. Y aunque es verdad que el
Vaticano se opuso a la invasión de Irak, también es verdad que se quedó en la
condena verbal y no tomó ninguna medida drástica a su alcance, como que el Papa
es el líder espiritual de 1100 millones de católicos. ¿No piensa Benedicto XVI
viajar a Bagdad, en heroica y decisiva misión de paz, para intentar detener el
genocidio en ese país? El, que es hombre de pensamiento, ¿tiene presente la
sentencia del filósofo Henri Bergson de que "hay que actuar como hombre de
pensamiento y pensar como hombre de acción"? ¿O acaso los iraquíes son primos
segundos, y no hermanos, en su calidad de musulmanes y de "incivilizados"? Se
objetará que a nosotros ellos nos consideran "infieles", razón más que
suficiente para ser fieles a una verdad superior a la de las diferencias
religiosas y realizar acciones de fraternidad ejemplar.
Hasta que no seamos capaces de ver en el otro a un semejante, que es un "otro
yo" tanto como un "otro tú", nuestros juicios con respecto a la guerra y al
terrorismo serán banales e impiadosos. Crueles. Sólo cuando la muerte de un niño
iraquí nos afecte tanto como la de un niño occidental, habremos empezado a ser
democráticos y pluralistas, compasivos y civilizados. Cuando nos resulte igual
de aberrante un atentado en Madrid o uno en Basora, estaremos curados de sutiles
fanatismos y groseras insensibilidades.
En suma, podremos decirnos partidarios de la paz en el mundo, cuando muy en lo
profundo comprendamos que, desde un punto de vista estrictamente humano, Bagdad
es Londres, y Londres es Bagdad.
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