Según la Agencia Internacional de
la Energía Atómica, dependiente de la ONU, Irán no supone un peligro nuclear
inminente y no hay pruebas de que posea armas atómicas. Estados Unidos, sin
embargo, insiste en que usará la fuerza si los iraníes no abandonan su programa
nuclear
Por Roberto
Bardini - Bambú Press
El alemán Ulrich
Gottstein, presidente de Médicos contra la Guerra Atómica, afirmó el 6 de agosto
–en un acto de homenaje a las víctimas de la bomba nuclear en Hiroshima– que los
miembros del gobierno de Estados Unidos padecen de “psicosis”. La administración
de ese país, agregó, “le quiere enseñar al mundo que los ataques terroristas de
los fundamentalistas se pueden derrotar con poder militar y una nueva estrategia
atómica”.
La opinión de
Gottstein sobre el gabinete de George W. Bush recuerda a Doctor Insólito o
cómo aprendí a no preocuparme y a querer la bomba, película de
Stanley Kubrick estrenada en 1964, en plena guerra fría. El film es una
parodia acerca de lo peligroso que resulta la posesión de poder atómico en manos
de un grupo de políticos y militares imbéciles. Casi al final, el azorado
presidente Merkin Muffley le dice al general Jack Ripper, comandante de las
fuerzas armadas, que es un “psicótico” por provocar una injustificada guerra
nuclear con la Unión Soviética. El planeta será destruido por la locura del
comandante, comenzando por Estados Unidos. Al escucharlo, el general Buck
Turgidson –un mujeriego oportunista– asume una expresión de “bueno, el sistema
también tiene sus fallas”.
Un crítico
cinematográfico describió así a los personajes de Doctor Insólito: “Todos
son incapaces, todos son dementes o psicóticos, y gobiernan al mundo. Hablar de
vidas humanas para ellos es un número: los militares sólo piensan en ataque, en
bajas, en destrucción. Todos están alienados de una u otra forma”.
La psicosis se
define como una “obsesión enfermiza, constante y pertinaz”. Cuarenta años
después, parece que Muffley, Ripper y Turgidson han regresado a Washington tan
amenazantes como en aquella película en blanco y negro. El “peligro” no es ahora
la Unión Soviética, sino Irán, como antes fueron Afganistán e Irak.
El 12 de agosto,
el presidente George W. Bush declaró a la televisión israelí que “todas las
opciones están en el tapete” si la diplomacia falla y los iraníes no suspenden
su programa nuclear. El mandatario recordó, innecesariamente, que “hemos usado
la fuerza en el pasado reciente para proteger a nuestro país”.
Tres días antes,
el secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, había asegurado en
conferencia de prensa que “armas procedentes de Irán, clara e inequívocamente,
han sido encontradas en Irak”. Aunque no aportó pruebas, el jefe del Pentágono
advirtió: “Es un problema para el gobierno iraquí. Es un problema para la
fuerzas de la coalición. Es un problema para la comunidad internacional y, en
última instancia, es un problema para Irán”. Israel también se sumó al coro sin
mostrar evidencias.
Lo curioso es que según Mohammed El Baradei, director de la Agencia
Internacional de la Energía Atómica (AIEA), dependiente de la Organización de
Naciones Unidas, Irán no supone un peligro nuclear inminente y no hay pruebas de
que posea armas atómicas. El Baradei, un egipcio de 62 años que ocupa el cargo
desde 1997, insiste que Irán le da un uso civil y pacífico a sus recursos
nucleares, destinados fundamentalmente a generar electricidad.
En diciembre del año pasado, The Washington Post reveló que varias
conversaciones telefónicas entre el director de la AIEA y diplomáticos iraníes
fueron grabadas clandestinamente por el servicio secreto estadounidense. Según
el periódico, la administración Bush considera que Baradei se comporta como
alguien “demasiado blando y crédulo” frente a Irán e intentó, sin resultados,
relevarlo de la agencia de energía atómica. Las escuchas, sin embargo, no
demostraron mal comportamiento del funcionario.
El presidente electo de Irán, Mahmud Ahmadineyad, declaró en julio pasado que su
país no busca fabricar armas nucleares, pero advirtió que no se someterá a la
presión extranjera para abandonar su programa nuclear. “Odiamos las armas
atómicas. Respetamos los tratados y acuerdos internacionales, pero no
aceptaremos presiones ilógicas”, dijo. “Presenciamos injusticias en la arena
mundial. Algunos se consideran los señores del mundo mientras disfrutan del
mayor arsenal de armas de destrucción masiva”.
En su discurso
en Hiroshima, el médico Ulrich Gottstein recordó que
Albert Einstein escribió en 1931: “La técnica y la ciencia florecen para la
perdición del hombre cuando faltan las fuerzas morales”. Esa carencia, además
del exceso de psicosis, es lo que padecen los actuales sucesores de
Muffley, Ripper y Turgidson.