(IAR-Noticias)
18-Nov-05

La violencia que se ha desatado en Francia puede extenderse al resto de
los países europeos en donde ha crecido sin la debida atención y ayuda una
población de hijos de inmigrantes "de segunda generación".
Por José Carlos García Fajardo
(*)
- ALAI
Son
ciudadanos de esos países pero no han podido integrarse plenamente
en la sociedad. La sombra del multiculturalismo, -en lugar de una
integración social inteligente, justa y solidaria- planea con el
peligro de que se sientan excluidos en los guetos de la mente, que
son los peores.
La palabra banlieue, suburbio, tiene
un origen significativo: en el siglo XVII el soberano expulsaba -verbo bannir- a
la periferia de un lugar (lieu) a los súbditos que estimaba peligrosos. Ahora el
sistema les expulsa porque son negros, porque son musulmanes o, simplemente,
porque son pobres.
Las raíces hay que buscarlas 30 ó 40 años atrás, con la llegada masiva de
inmigrantes africanos y el crecimiento de deprimentes aglomeraciones en las
afueras de las grandes ciudades.
El Gobierno francés pretende acallar
la revuelta con programas sociales que son un parche, y la policía nunca
resolverá el conflicto de integración que subyace en los enfrentamientos. La
discriminación institucionalizada es la cuestión. La falta de oportunidades
económicas reales es el caldo de cultivo de la violencia suburbana disparada en
París.
Antes de condenarlos habrá que preguntarse si no era la última razón que les
quedaba a cientos de miles de personas sin trabajo y sin futuro llamados a la
desesperación, la delincuencia, las bandas y la droga.
La mayoría de los ciudadanos
franceses ya expresaron con su rechazo al proyecto de Constitución Europea que
la cuestión social está sin resolver en aras de un crecimiento económico
insostenible que no beneficia a los ciudadanos más necesitados.
Josep Ramoneda señala que la ley del mercado se ha convertido en un territorio
autónomo sobre el que los Gobiernos están dejando de actuar.
Esta ausencia amenaza con debilitar
por completo su autoridad: "¿de qué sirve el Estado si no nos protege de los
vaivenes de un sistema económico cada vez más inestable y de más alto riesgo que
se ha llevado por delante las fronteras y los valores que componían nuestros
marcos de referencia y adscripción?"
El Estado ha descubierto en la
seguridad la legitimación perdida al dejar de cumplir la demanda de los
ciudadanos como Estado social. Del Estado social estamos pasando al Estado
penal, un modelo, por otra parte, ya ensayado en Estados Unidos y del que Europa
siempre había querido desmarcarse.
Si la seguridad es el único horizonte del Estado, como pretendió el trío de las
Azores: Bush, Blair y Aznar, no es extraño que la violencia aparezca como
respuesta de los márgenes.
Es una manera de existir, de salir en
el telediario, que es lo que da carta de naturaleza en la sociedad mediática. La
destrucción como forma de existir- es una manera de estar en una sociedad que ha
preferido no saber de ellos y que sólo les reconoce cuando queman coches.
Todos están de acuerdo en que el ascensor social no funciona en Francia. ¿Por
qué se ha atascado esa mecánica de integración que durante cien años transformó
hijos de mineros polacos, albañiles italianos, yeseros españoles o artesanos
portugueses en empresarios, funcionarios, investigadores o inventores franceses?
Antes no existían barrios homogéneos,
pero ahora hay barrios enteros en los que nadie compra carne de cerdo ni bebe
vino, barrios dominados por el Islam, la segunda religión de Francia.
Allí existen entre cuatro y seis millones de personas de origen árabe, de las
cuales sólo un 20% practica el Islam, es decir, un porcentaje parecido al que se
obtiene cuando se interroga a los católicos. El paro afecta al 9,9% de la
población activa, en sus suburbios al 20,7% con lo que se dificulta la
integración por el trabajo.
No es una Intifada, escribe Bassets porque no tiene como objetivo atacar a una
fuerza de ocupación. No es una revuelta como la de mayo de 1968, que tenía
objetivos revolucionarios y ocupó los espacios públicos, las calles del centro
de París, teatros y universidades. Nadie toma la palabra en público en nombre de
los rebeldes ni se conocen sus líderes, programas o ideas.
Tampoco es terrorismo islamista. No pretenden que se aplique la Ley Islámica en
Francia, pero ciertos imanes integristas no dejarán de aprovechar esta
oportunidad. Nada tiene que ver esta destrucción con Iraq ni con Palestina.
Estos jóvenes han elegido la violencia como forma de participación política.
Son franceses y quieren ser
reconocidos como tales: iguales, libres y amparados por la fraternidad
republicana. No hay calidad ni disciplina en una escuela pública que produce
fracaso y paro. Las familias están desestructuradas.
¿Acaso los dirigentes de la República
no supieron interpretar el profundo malestar de los proscritos de la sociedad
que carecen de horizontes, de ilusiones y de un sentido para una vida
desarraigada y en la que se consideran desechados y no necesitados? Al final,
los proscritos por la sociedad se alzan para consumirse en su incendio y, al
menos, ser así reconocidos.
(*)José Carlos García Fajardo, profesor de
Pensamiento Político y Social (UCM), Director del Centro de Colaboraciones
Solidarias, Madrid.
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