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(IAR-Noticias)
07-Dic-05
En Alemania e Italia, jueces y fiscales llevan varios meses investigando
el secuestro de personas cuyo paradero, en algunos casos, aún se desconoce. No
están tras la pista de Al Qaeda ni de un grupo terrorista local. Los sospechosos
trabajan para la CIA y han dejado un rastro de pruebas por varios aeropuertos de
Europa. También han pasado por España, aunque de momento aquí no ha habido mucho
interés por investigar esta trama.
Por Iñigo Saénz de Ugarte*
Los aviones son la primera escala del lado oscuro de la guerra de EEUU contra Al
Qaeda. Según las organizaciones de derechos humanos, 10.000 personas se
encuentran recluidas en cárceles secretas por todo el planeta. Algunas de ellas
son conocidas, como Guantánamo. La mayoría están en países de Oriente Medio,
Afganistán y el sureste de Asia, donde los interrogadores pueden emplear la
tortura sin ningún obstáculo legal.

Estas peculiares líneas aéreas son anteriores a los atentados del 11-S. Fue a
mediados del noventa cuando la CIA obtuvo la aprobación de la Casa Blanca, en la
época de Clinton, para enviar a sospechosos de terrorismo a lugares en los que
pudieran ser interrogados en su idioma y sin las limitaciones legales existentes
en EEUU.
Egipto fue el primer país que accedió a colaborar en 1995, según Michael Scheuer,
el ex agente de la CIA que dirigió la unidad cuya misión era atrapar a Osama bin
Laden. Los sospechosos de pertenecer a Al Qaeda fueron trasladados, donde eran
interrogados por la fuerza con las preguntas que facilitaba la CIA.
El egipcio Talat Fuad Qassem fue detenido en Zagreb por la policía croata y
entregado a la CIA. Los agentes lo interrogaron a bordo de un barco que terminó
fondeando en un puerto egipcio. En Egipto su pista desapareció. Qassem había
estado implicado en 1979 en el asesinato del presidente egipcio, Anuar el Sadat,
y se sospecha que fue ejecutado.
Scheuer sostiene que los detenidos ya habían sido juzgados y condenados en
ausencia en sus propios países. Cada caso recibía el visto bueno de los asesores
legales de la CIA. Los servicios secretos ponían las preguntas y los aviones.
Ningún agente norteamericano participaba en estas sesiones. El trabajo sucio lo
hacían otros.
A partir de los atentados de 2001, la CIA aumentó su implicación en el programa.
Ya no se limitaba sólo a gestionar los vuelos y las entregas. Comenzó a crear
una red de prisiones secretas, donde ponía intervenir directamente, si lo
necesitaba, en el interrogatorio de los detenidos.
El destino de muchos detenidos era la prisión de Guantánamo que acaparó la
atención mundial. Fuera del interés de los Gobiernos y de los medios de
comunicación, estaban otras muchas cárceles puestas a disposición de la CIA por
los servicios secretos de los países aliados.
El programa fue también un ejemplo de cómo pueden colaborar los espías de
Gobiernos que son enemigos. A pesar de que EEUU ha denunciado en numerosas
ocasiones a Siria como una dictadura que apoya y financia grupos terroristas, la
CIA no tuvo inconveniente en entregar a la policía secreta siria a Maher Arar.
Arar, un ingeniero canadiense de origen sirio, fue detenido en el aeropuerto JFK
de Nueva York en septiembre de 2002 cuando volvía a Canadá después de pasar unas
vacaciones en Túnez. Su nombre había aparecido en una lista de sospechosos de
terrorismo. Pasó 13 días detenido. Sin ser acusado formalmente de ningún delito,
fue embarcado después en un avión que, tras una parada técnica en Roma, aterrizó
en la capital de Jordania. De allí, lo llevaron hasta Siria, donde pasó varios
meses encarcelado y donde sufrió frecuentes palizas para que confesara.
Al principio, mantuvo su inocencia, hasta que las torturas le forzaron a admitir
todo lo que le preguntaban sus interrogadores. Sólo la intervención del Gobierno
canadiense permitió que fuera liberado un año más tarde. El embajador sirio en
Washington anunció que no habían encontrado pruebas que le relacionaran con el
terrorismo.
Arar demandó al Gobierno de EEUU por la pesadilla sufrida. Los abogados del
Estado consiguieron bloquear la querella con el argumento de que un juicio
público pondría en peligro “los intereses de seguridad nacional de EEUU y a sus
servicios de inteligencia”.
El 18 de diciembre de 2001, dos egipcios que habían pedido asilo político en
Suecia, Mohamed Zery y Ahmed Agiza, se vieron obligados a subir a un avión en
Estocolmo. Previamente, les quitaron la ropa, les pusieron una capucha y un
uniforme carcelario de color naranja y les administraron por la fuerza calmantes
por vía anal. Según un informe del Gobierno sueco, citado por la televisión de
su país, fueron enviados a Egipto.
En octubre de 2001, Mamduh Habib, de nacionalidad australiana y origen egipcio,
fue detenido en Pakistán. Lo enviaron a Afganistán donde ha pasado tres años
hasta ser liberado sin cargos.
En todos los casos conocidos, que son una pequeña parte de la historia completa,
los detenidos denunciaron haber sido torturados. En el caso de los dirigentes
más conocidos de Al Qaeda, como Jaled Mohamed y Ramzi Binalshib (dos de los
arquitectos del 11-S) esos datos permitieron conocer cómo se organizó el mayor
ataque terrorista sufrido por EEUU.
Sin embargo, la tortura, sin entrar en consideraciones morales o políticas,
tiene sus limitaciones. Otros muchos detenidos confesaron simplemente
invenciones. Como es habitual en los casos de malos tratos, los detenidos
siempre terminan admitiendo cualquier cosa para que paren los golpes.
Algunos dirigentes de Al Qaeda pudieron haber desinformado a sus carceleros. Ibn
al-Sheij al-Libi contó a la CIA que el régimen de Sadam había entrenado a
miembros de Al Qaeda en el uso de armas químicas y biológicas. La Administración
de Bush utilizó este testimonio para hacer ver a los norteamericanos que era
necesario invadir Iraq para acabar con las supuestas relaciones entre Sadam y
Osama bin Laden. Pero antes de la guerra, un informe de la DIA (la agencia
militar de inteligencia) ya les había revelado en febrero de 2002 que al-Libi
“había engañado deliberadamente a sus interrogadores”, algo que el terrorista
reconoció a principios de 2004.
Las investigaciones judiciales en Italia y Alemania han llevado a la Unión
Europea a interesarse por los vuelos de la CIA. Un juez de Milán ha pedido la
extradición de 22 agentes de la CIA por su participación en el secuestro del
imán de una mezquita milanesa y su traslado a Egipto.
En Alemania, un fiscal quiere conocer el informe policial hecho por la Guardia
Civil sobre el paso de los aviones de la CIA por el aeropuerto de Palma de
Mallorca. En uno de ellos viajó Jaled al-Masri, de nacionalidad alemana. Fue
secuestrado en Macedonia y depositado en una prisión afgana donde fue torturado.
Con Al-Masri se produjo un error de identificación que se corrigió con una
cierta rapidez. Cinco meses después, fue liberado, pero de forma algo chapucera.
En vez de abandonarlo en Macedonia, lo dejaron en un pueblo cercano a la
frontera con Albania, pero en el lado albanés.
Para las piezas capturadas más importantes, Al Qaeda ha creado una red de
prisiones en Afganistán, Tailandia y varios países de Europa del Este, según un
artículo reciente de The Washington Post. (Human Rights Watch los identificó
como Polonia y Rumania, algo que ambos Gobiernos negaron).
Todos estos Estados han firmado la Convención de la ONU contra la Tortura. Los
agentes de la CIA pueden emplear técnicas de interrogatorio, como por ejemplo
sumergir en agua al detenido hasta que crea que se va a ahogar, que están
prohibidas por la convención de la ONU y la legislación norteamericana.
El Senado de EEUU votó el 5 de octubre, por 90 votos a favor y 9 en contra, una
norma que prohíbe el tratamiento "cruel, inhumano y degradante" de los presos.
Uno de sus promotores es el senador republicano John McCain, que fue torturado
durante los años que pasó como prisionero de guerra en Vietnam.
El Gobierno de Bush ha amenazado con vetar la medida porque "limitaría la
capacidad del presidente, como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, para
dirigir la guerra contra el terrorismo". El vicepresidente, Dick Cheney, ha
comunicado a McCain que la Casa Blanca estaría dispuesta a aceptar la propuesta.
Pero sólo si no se aplica a la CIA.
*Informativos
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