(IAR-Noticias)
23-Dic-05
"El antimperialismo
de Fidel Castro, por ejemplo, no le impidió mandar tropas cubanas
(es decir, al ejército oficial) a Angola y Etiopía". Respuesta a
Pablo Moras en su articulo "Anarquismo, antiimperialismo, Cuba y
Venezuela"
Por Canek
Sánchez Guevara - La Haine
El imperialismo es una
práctica de la cual nuestra historia está llena, tú bien lo sabes;
en consecuencia, luchas antimperialistas ha habido siempre. Pero
antimperialistas han sido también, a lo largo y ancho del mundo, las
burguesías nacionales, que prefieren explotar por sí mismas a sus
clases trabajadoras y no que las explote una “potencia extranjera”.
El antimperialismo ha servido también para justificar actitudes
nuevamente imperialistas (el ejemplo más claro es el de Hitler, si
no simplificamos la historia); y el antimperialismo de Fidel Castro,
por ejemplo, no le impidió mandar tropas cubanas (es decir, al
ejército oficial) a Angola y Etiopía.
Tienes razón también
cuando afirmas que los anarquistas debemos involucrarnos en toda
lucha que valga la pena, conduzca o no de manera directa a la tan
ansiada transformación radical del estado de las cosas y los
individuos; en eso estamos de acuerdo.
También estamos de
acuerdo en que la de clases no es la única lucha que se sostiene (de
hecho actualmente se sostienen más ese otro tipo de luchas que la de
clases misma), pero también estamos de acuerdo en que el
antimperialismo no es un fin en sí mismo (tú lo has dicho: “el
antimperialismo... por sí sólo no amenaza la perpetuación del
capitalismo”). Puesto que el antimperialismo no es el eje central de
nuestra lucha sino una de sus tantas partes, no podemos utilizar el
antimperialismo como rasero para medir la justeza de un régimen
(¡mucho menos de un régimen!).
Podemos y debemos simpatizar y colaborar con organizaciones que lo
sean, pero no podemos justificar una dictadura por el simple hecho
de que ésta se nombre antimperialista. No sólo no es ético, además
es mezquino. Sí, hay algo muy mezquino en esa justificación de los
ideales “revolucionarios” por encima de la realidad del pueblo.
Realidad en la que la explotación no se ejerce en nombre del
Capital, sino del “socialismo” —el ideal de libertad vuelto
justificante de la opresión... cosas de la dialéctica.
Como cubano me halaga mucho esa imagen que tienes de nosotros en
tanto pueblo culto, educado y saludable; desgraciadamente los
servicios de salud, educación y cultura resienten también los
efectos de la crisis del régimen cubano. Porque en la actualidad es
eso: un régimen de crisis, en el que se agotaron hace mucho ideales
y proyectos y ahora vive al día remendando con esparadrapo las
grietas de su propia ineficacia. Cuba es una crisis en sí misma. De
aquellos grandes servicios de salud, educación, cultura y deporte
que algún día fueron su orgullo hoy sólo queda una ruina más o menos
disfuncional.
Repito, desgraciadamente.
Por lo demás me parece de lo más falaz la comparación que haces
entre la dictadura cubana y la chilena y la argentina. Desde sus
mismos ideales son diferentes, así como diferentes fueron sus
métodos de represión y control (como son diferentes también en las
democracias burguesas o en las dictaduras islámicas). En Cuba lo que
predominó fue el control absoluto sobre los individuos. Un control
total puesto que el Estado controlaba todas y cada una de las
actividades de la vida colectiva e individual.
Además del control total
de la educación y la cultura, y de los medios de comunicación
impresos y electrónicos, además de los aparatos profesionales de
represión (las diversas policías, el ejército, las milicias y
demás)estaban las organizaciones “ciudadanas” de vigilancia y
control. Tal estructura dota a estos individuos carentes de
escrúpulos (una persona escrupulosa no se presta voluntariamente a
ser policía) de un cierto podercito minúsculo en lo más bajo de esa
verticalidad absoluta y que a la vez, puede ejercer con total
arbitrariedad: sí, los peores chivatos siempre fueron los del
vecindario.
Todo esto fue tan efectivo que durante años resultó muy difícil para
los cubanos entablar una conversación política ya no digamos
crítica, sino poco complaciente con respecto al régimen. A eso se le
llama miedo. El régimen de Fidel Castro instaló el miedo a la
palabra en todos los cubanos —nos contagió su propio miedo. No es
una herramienta de control desconocida para nadie. Todo gobierno la
utiliza con mayor o menor eficacia; la diferencia, insisto, es que
en Cuba Fidel (el Estado) lo controlaba todo.
Por supuesto que allá
todo el mundo habla mierda de Fidel, pero eso es una cosa, conspirar
es otra. Sí, porque cualquier intento de asociación se juzga
inmediatamente como conspiración y esto, comprenderás, ya es un
asunto mayor. El miedo ha sido efectivo en Cuba, no podemos negarlo,
pues aunque el fusilamiento y la prisión eran los métodos extremos
contra el disidente había también otro no menos cruel: el
ostracismo. Cuando se quería eliminar a alguien sin eliminarlo se
recurría a eso.
Se le “separaba” del
trabajo o de la escuela, se le tachaba de enfermo social causando el
distanciamiento de todo ser vivo, se le condenaba a no-ser en medio
de esa sociedad comunal del nosotros totalizador. Morían de
aislamiento. Ahora, si todo esto lo he escrito en pasado no es
porque tales cosas ya no ocurran, sino porque el desmoronamiento
general del Estado cubano lo imposibilita para ejercer la represión
en su totalidad. En efecto, muchas cosas han cambiado en Cuba en lo
últimos años pero no porque el socialismo haya avanzado, sino porque
el capitalismo se ha hecho más fuerte en Cuba. Hoy en día hay más
organizaciones opositoras dentro de Cuba de las que ha habido en los
cuarenta años anteriores (de todo tipo, menos anarquistas,
ciertamente).
Y esto me lleva al siguiente punto:
Acusas al MLC (a nosotros, hablando en plata) de ser una patética
minoría en Cuba, cuando unos párrafos antes citas a Malatesta
afirmando que “los anarquistas no son más que una pequeñísima
minoría de la sociedad”. En efecto, en Cuba hay anarquistas, lo que
no hay es anarquismo. No es cierto eso que afirmas de en Cuba sólo
se persigue a la gusanada imperialista, es una mentira, en Cuba se
ha perseguido hasta a los marxistas, a los comunistas y a los
socialistas. En Cuba se persigue a todo aquel que cuestiona
abiertamente la verticalidad del Estado, con Fidel en lo más alto
del tinglado. Y ese no es un reclamo exclusivo de la derecha,
tengámoslo claro. Por otra parte, toda esa tontería que citas de los
compas mexicanos es pura basura: ¿de qué autogestión del pueblo
trabajador cubano hablan, si en Cuba, lo hemos dicho hasta el
hartazgo, el control total de la producción, del mercado y de las
fuerzas laborales está en manos del Estado? Si nosotros no estamos
en Cuba es precisamente porque (en aquellos momentos al menos) no
encontramos espacios para desarrollar iniciativas autogestivas, para
difundir nuestras ideas, para organizarnos y manifestarnos.
El hecho concreto es que
ahora estamos fuera de Cuba y desde aquí tenemos que hacer llegar
nuestras ideas a la Isla, establecer contactos y fortalecer un
verdadero movimiento con una base social sólida (tienes razón,
nuestro nombre es pretencioso y hasta arcaico, pero recuerda que el
nombre tiene cuarenta años ya y que en aquellos tiempos ninguna
organización utilizaba unas siglas que sonaban AKK, literalmente).
Por lo pronto tenemos que enfrentarnos a una de las consecuencias
primarias del “socialismo” cubano: que los cubanos de a pie ya no
quieren saber nada que suene a “ismo” de izquierda. Términos como
“socialismo”, “comunismo”, “revolución”, “poder popular”, “reforma
agraria”, “sindicalismo” y tantas otras han perdido su valor
semántico y hoy sólo significan “dictadura” para una buena porción
de cubanos.
En la escuela a todos se
nos enseñó que los anarquistas eran más o menos como los comunistas
pero en iluso, caótico, ineficaz y egoísta... Con tales
antecedentes, nos preguntamos nosotros, cómo hacemos para difundir
nuestras ideas sin sonar a “más de lo mismo”. Porque estamos
concientes que somos una patética minoría (entre nosotros, de broma
y con orgullo, nos llamamos “los cuatro gatos”); estamos concientes
que un movimiento no se construye de la nada, y estamos concientes
que la propaganda por sí sola no forja un movimiento, pero sabemos
también que por ahora es lo que podemos hacer. Y que no coman mierda
esos compas mexicanos de AKK, que en México hasta los perros hacen
manifestaciones todos los días —no es sólo una metáfora, los
policías se declaran en huelga y salen a manifestarse a la calle—:
lo más normal en México es toparte con una manifestación o dos cada
día. Bien, eso en Cuba es imposible. Sin embargo, y quiero dejar
esto bien claro, no porque en México las libertades de expresión,
asociación y manifestación hayan alcanzado los niveles que hoy
tienen, no por eso, repito, me voy a poner yo a defender o a avalar
al régimen mexicano.
Y aquí viene lo más patético de todo: ¿Qué hace un anarquista
defendiendo una dictadura?, ¿qué hace un anarquista defendiendo a
gobierno alguno, a cualquier verticalidad que se atraviesa en su
camino? La obligación de todo anarquista es cuestionar el absoluto
ahí donde se encuentre (y en este sentido valga una aclaración,
nosotros no somos anarquistas cubanos exclusivamente, somos cubanos
y somos anarquistas también, pero lo anarquista no queda nunca
supeditado a nuestra especifidad nacional: nosotros somos anarcos en
todos lados, y donde estamos nos involucramos en aquellos proyectos
u organizaciones que nos parecen afines, que nos parecen justos):
nosotros no limitamos nuestra anarquía a la cubanía.
Sin embargo, a ustedes
parece que lo anarquistas se les quita en cuanto se topan con Fidel
o Chávez, y no entiendo por qué. Parece que se hicieran chiquitos
ante tamañas figuras históricas y de pronto, lo subversivo se les
evapora y lo ácrata pasa a segundo plano. Se les olvida lo que son,
parece. No sólo se hacen de la vista gorda ante los excesos de la
dictadura, además, se ponen de su lado y se comportan como sus
policías, aquí entre nosotros, juzgándonos por delitos de lesa
anarquía. Pero otra vez te doy la razón: sostenemos pequeñas luchas
en diversos frentes, y la más importante de todas debe ser al
interior mismo del anarquismo, para despojarlo de una vez de esos
tintes autoritarios que aún se reproducen entre tantos ácratas
(autoritarios porque se autoerigen como autoridades del anarquismo,
y eso es caer muy bajo ya).
Volviendo al MLC: nosotros miramos al frente. Sabemos que la parte
verdaderamente dura de nuestra lucha en Cuba no es ahora en pos de
la caída de Fidel, será mañana en la reconstrucción de Cuba. Sabemos
que cuando el Viejo muera no vamos a ser libres; nos habremos
librado al fin de él (más bien, él nos habrá librado de su tediosa
presencia) pero no entraremos de pronto en ningún sitio sagrado
llamado Libertad. No, la reconstrucción de Cuba va a ser ardua;
reconstrucción que deberá comenzar desde lo ideológico mismo. Por
eso trabajamos desde ahora difundiendo nuestras ideas pero no con la
idea de que éstas acabarán con el tirano, sino de que podrían servir
de base para un futuro movimiento ácrata. Necesitamos establecer
contacto con cuantos individuos en Cuba simpaticen con nuestras
ideas y por eso, en lugar de atacarnos, sería conveniente más bien
que nos presentaras a los anarquistas cubanos con los que has
hablado para ver si juntos podemos comenzar a ser un poco menos
minoría.
Por otra parte, aún si es cierto que Fidel Castro es antimperialista,
también es cierto entonces que en Cuba, Fidel se comporta como un
emperador. Nosotros no decimos que en Cuba (o en Venezuela) hay
dictadura simple y llanamente porque el Estado no ha desaparecido —o
porque se se nos hincharon las bases teóricas, como sugieres—; por
el contrario, lo que ocurre en estos países es que el Estado se ha
fortalecido desmedidamente, metiéndose en cosas que no son de su
incumbencia —los asuntos privados de los individuos, por ejemplo,
las ideas. No las llamamos dictaduras porque el proceso
revolucionario sea lento, las llamamos así porque tal proceso más
que revolucionario es involucionario.
Si consideramos que la
evolución política de las sociedades se mide por el grado de
participación que los ciudadanos adquieren en éstas (la capacidad de
decidir sobre los asuntos comunes), entonces sólo podemos hablar, en
los casos cubano y venezolano, de involución pura y dura. Sin
espacios de participación ciudadana no hay proceso democratizante
posible, no hay horizontalidad, no hay espacios para la autogestión,
no hay una posible crítica al poder porque el poder acapara para sí
el derecho a la crítica. Esa “izquierda” en el poder está ya
reproduciendo fielmente el papel de la derecha, que es preservar el
status quo, el orden social, la verticalidad del sistema. Son unos
conservadores. ¿Te parece que esas son actitudes muy
antimperialistas?
Estados Unidos estableció, en otro de tantos arrebatos policiaco-mundialistas,
un embargo económico contra Cuba que en la práctica lo que prohíbe
es que las empresas norteamericanas hagan negocios con el gobierno
de Fidel Castro. Fidel Castro, el antimperialista, por su parte ha
insistido siempre en el fin del embargo para poder hacer negocios
con las empresas del imperio que dice combatir (y, en las tesis
antimperialistas que sostienes, ¿no son las empresas la punta de
lanza del imperio?). No es el imperio quien quiere negociar con el
régimen cubano, es Fidel quien quiere negociar con el imperio. Es el
gobierno “antimperialista” cubano quien exige que se le permita
negociar libremente con empresas imperialistas. El fin del embargo
va a significar, por paradójico que te parezca, el fin de la
autonomía económica cubana. El embargo es la puerta cerrada que aún
mantiene al capitalismo salvaje fuera de Cuba, y es Fidel quien
exige que acabe. Que el embargo es una medida típicamente
imperialista nadie lo niega.
En efecto, hay algo de
antimperialista en exigirle a una nación que se meta en sus propios
asuntos y que deje a las demás en paz; pero insisto, el fin del
embargo significará el inicio (el reinicio en verdad) del poderío
económico norteamericano en Cuba. Ahora, si me lo preguntas, yo soy
partidario del fin del embargo, aún con las consecuencias que sé
esto traerá. Pero no porque prefiera el capitalismo al socialismo,
sino porque en Cuba lo que no hay, es precisamente socialismo. No
hay libertad individual ni colectiva, los trabajadores no deciden un
carajo en torno a su producción, no hay libertad de expresión,
asociación o manifestación, no hay federalismo ni horizontalidad de
tipo alguno, no hay elecciones directas, los sindicatos son
mecanismos de control del Estado sobre los trabajadores, y toda
forma de disidencia organizada es inmediatamente reprimida con
fiereza; entonces, ¿qué socialismo?, eso es sólo barbarie. Y eso es
lo que estás defendiendo. Los cubanos no son “socialistas” porque
así lo quieran, sino porque así se les impone. La única verdadera
lucha que sostienen los cubanos hoy día es la de la supervivencia
cotidiana en una jungla capitalista bajo control absoluto del
Estado. Que la salud y la educación gratuita, sí, es cierto, pero
tampoco son exclusividades de los Estados socialistas, sino que
existen en cualquier Estado moderno más o menos desarrollado.
En cuanto al anarquismo, lo repito, no hay razón alguna para que los
anarquistas repartamos avales entre dictadores afines: no hay
dictadura que sea afín a los ideales ácratas. No existe, ni existirá
jamás. Tampoco existe entre nosotros un método único de lucha, una
sola vía. La multiplicidad es parte fundamental del anarquismo, y
sin tales diferencias el anarquismo sólo sería una parodia de sí
mismo (como parodia del gran movimiento comunista decimonónico
acabaron siendo los PCs del siglo XX). Así el anarquismo crece, y
donde algunos ven división sólo hay en verdad diversidad. Y no veo
por qué se le teme a eso. Desde mis viejos amigos anarcopunks de La
Habana hasta un gerente de empresa con la biblioteca ácrata más
impresionante que he visto, a lo largo del camino me he topado con
la gente más bizarra que se reivindica anarquista. He conocido
anarquistas involucrados en luchas ecologistas, feministas, obreras,
agrarias, estudiantiles. He conocido ácratas trabajando en la
academia, en el sindicato, en la oenegé e incluso, sí, en
instituciones de
éste o aquel gobierno,
así como he conocido también a anarcos radicales de armas tomar
sumamente desencantados con el pacifismo actual de todos los demás;
y aunque los métodos y los medios de lucha eran tan distintos el uno
del otro, todos estaban seguros de estar en lo correcto, de hacer lo
que consideraban conveniente de acuerdo a sus circunstancias
particulares y al momento “histórico” en cuestión; y pretender
limitar eso decretando una suerte de formas de conducta es lo más
fanático que se le pueda ocurrir a alguien. Aceptemos de una vez que
todos los medios son buenos para diseminar los ideales ácratas (y
ejercerlos, ahí donde estemos) y que además estamos en la obligación
de hacerlo en la medida de nuestras posibilidades y en el terreno de
nuestra competencia —porque supongo que no me vendrás tú con todo
ese culto al sacrificio, tan “comunista” en verdad. Nosotros no
queremos mártires ni los necesitamos, allá los cristianos con eso y
con sus santos, y con su paraíso y con su infierno.
Los anarquistas no
necesitamos esas simplificaciones baratas de la realidad. Pero los
anarquistas tampoco necesitamos un escalafón para que todos sepan
qué tan anarquistas somos porque el anarquismo, se supone, es una
entidad horizontal, por lo que no hay posibilidad alguna aquí de
decidir quién es más que quién, como los compañeros de AKK proponen.
Ni es el caso, me parece. Caer en la tontería de juzgar el
“anarquismo” de un compañero me parece francamente leninista. Me
parece lo más ajeno a nuestros ideales de libertad e igualdad que se
pueda concebir. Me parece estúpido, además.
Por lo demás, si el compañero Frank Fernández es o no es un
anarquista de café, francamente es algo que a mí no me incumbe
—mucho menos siendo yo un simple anarco de bar.
A tu salud.
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