(IAR-Noticias)
09-Nov-05
Las
aspiraciones de Washington a instaurar un fuerte y sólido
mundo unipolar han dejado de ser realistas.
Por Graham E.
Fuller - La Vanguardia
Es sorprendente constatar cómo ha cambiado el panorama global.
Estados Unidos, sea cual sea su grado de popularidad, ha sido capaz
de fijar la agenda internacional, controlar el rumbo de la política
exterior global y utilizar sus numerosos métodos y recursos de poder
para imponer su voluntad al resto del mundo a lo largo de los
últimos cinco años. Por grande que haya sido el fracaso
estadounidense en Iraq o incluso en Afganistán, no se ha alzado
obstáculo alguno de importancia en el camino emprendido por Estados
Unidos en su ejercicio unilateral del poder.
Pero todo esto ha cambiado y lo ha hecho tan sólo seis meses después
de la victoria electoral de George W. Bush hace un año. Factores de
orden interno han pesado sin duda en gran medida en el menguante
poder de Bush: la deficiente gestión del huracán Katrina, el rechazo
de sus planes de privatización de la seguridad social y los
escándalos políticos a altos niveles en el seno de su propio
partido.
Resulta irónico que
mientras los fracasos de Bush en casa resultan discretos en
comparación con la magnitud de los sufridos en el exterior, los
reveses y contratiempos internos han desempeñado un papel mucho más
importante a la hora de hacer saltar la capa de teflon con que Bush
se protegió tras los acontecimientos del 11-S. El presidente ha
dejado de ser inmune a críticas o ataques tras un periodo de cuatro
años a lo largo del cual escasos críticos -incluida la prensa
estadounidense- se han atrevido a cuestionar o a desafiarle a él o a
sus políticas. Estados Unidos, al fin y al cabo, estaba en guerra.
Pero el caso es que el fracaso en el ámbito interno abrió la puerta
a las críticas a la política exterior, e Iraq se ha convertido en su
principal talón de Aquiles. Mientras la victoria disculpa todos los
errores, el fracaso abre la puerta a la crítica, la reconsideración
y la atribución de responsabilidades. Los expertos en política
exterior y la mayoría de los observadores fuera de Estados Unidos
han comprendido seguramente el deterioro de la posición
estadounidense en Iraq hace un año o más en tanto que la opinión
pública norteamericana no ha empezado a comprender la magnitud del
fracaso hasta fecha reciente.
El goteo incesante de
víctimas entre las filas de los soldados estadounidenses en Iraq y
las revelaciones sobre los informes falsos de los servicios de
inteligencia sobre las armas de destrucción masiva han herido y
afectado al presidente. El apoyo al presidente en los sondeos de
opinión se sitúa actualmente en niveles que rondan el 30% y
constituye un factor que debilita al propio tiempo las iniciativas
políticas de Bush en el extranjero. El proyecto neocon de permanente
y continuada expansión del poder y hegemonía mundial estadounidense
se ha desmoronado.
Los objetivos neoconservadores en Iraq constituyen actualmente una
burla: creación de un Gobierno proestadounidense en Iraq y de bases
militares asimismo estadounidenses en torno al país, creación de un
nuevo centro de proyección del poder estadounidense en Oriente
Medio, desarrollo de la capacidad de amenaza y derribo de regímenes
antinorteamericanos en Irán y Siria, fomento de democracias
pronorteamericanas en la región, apertura de relaciones diplomáticas
entre Iraq e Israel y construcción de un oleoducto entre ambos
países, control norteamericano de la producción petrolífera iraquí y
de su economía liberada... en una palabra: asistimos al final del
sueño de un Oriente Medio rehecho según los designios
estadounidenses.
Estados Unidos, uno de los países más nacionalistas y patrióticos
del mundo, demuestra una pasmosa ceguera hacia otros nacionalismos.
Sin embargo, es un hecho que las fuerzas y tendencias nacionalistas
-que suelen adoptar un tono antinorteamericano- constituyen una
fuerza y motor principal en la mayoría de las áreas del planeta.
Decenas de países - ya
sea de forma abierta o, con mayor frecuencia, callada- actúan para
bloquear la estrategia norteamericana allí donde pueden. Europa no
ha ocultado su rechazo a apoyar la mayoría de planes norteamericanos
en Oriente Medio e incluso la OTAN, en el curso de su labor de
mantenimiento de la paz en Afganistán, ha declarado su carácter
independiente respecto del control estadounidense. Hace un año era
elevada la posibilidad de un ataque estadounidense contra Irán, pero
el panorama ya no es el mismo.
Rusia y China mantienen
estrechas relaciones con Irán y al ir de la mano han imposibilitado
que Washington presionara a Irán en determinado grado o que las
Naciones Unidas aplicaran sanciones contra este país. Incluso India,
que valora y aprecia sus lazos con Washington, no abandonará Irán en
manos de Estados Unidos.
La cuestión de Iraq ha
debilitado tanto a Estados Unidos -desde el punto de vista político
y militar- que una opción militar estadounidense contra el régimen
iraní ya no es posible por más que el Gobierno de Teherán se
radicaliza. Resulta irónico que Irán se haya convertido en el país
extranjero más poderoso en Iraq después de Estados Unidos. La
Administración Bush se ha visto obligada a volver sus ojos a los
europeos -a los que dilatadamente apartó en este empeño- para que le
ayuden a convencer a Teherán de que modifique su política nuclear. Y
Washington, tras años de retórica sobre Irán como miembro del eje
del mal, se ha visto obligado ahora a negociar directamente con
Teherán aun en ausencia de relaciones diplomáticas.
Estados Unidos sigue viéndose respaldado por una serie de dictadores
pronorteamericanos del mundo árabe que no obstante temen la
hostilidad de su propia ciudadanía contra los planes
norteamericanos, ciudadanía que -de momento- mantiene la boca
callada por efecto de la mordaza de los distintos regímenes.
Cuando se dan tímidos
pasos hacia una mayor apertura política en un limitado número de
países árabes -Jordania, Egipto y otros- los islamistas se
convierten en los principales beneficiarios. La Administración Bush
empieza ahora a evolucionar en lo concerniente al grado de cordura y
sensatez de su política democratizadora del mundo musulmán.
El derrocamiento del régimen de Assad en Siria ha estado varios años
en el punto de mira, pero Washington está perdiendo su capacidad de
intimidar incluso a este frágil régimen; Asad ha recibido el apoyo
de la mayoría de sus vecinos árabes, incluso de aquellos que no
simpatizan con él. Siria sigue estando presionada pero Asad
probablemente ya no se enfrenta a su derribo del poder.
Pakistán ha actuado con habilidad al proclamar su enérgico apoyo a
Estados Unidos en su guerra contra el terrorismo pero, en último
término, su colaboración resulta limitada y las fuerzas islámicas
radicales en el seno de Pakistán siguen siendo potentes. Estados
Unidos ni siquiera se halla en condiciones de impedir que los
servicios de inteligencia pakistaníes presten ayuda a elementos
talibanes o afines a ellos en Afganistán. De hecho, tras derribar el
régimen talibán y declarar enemigo al mulá Omar hace cuatro años,
Estados Unidos, se ve ahora obligado a negociar calladamente con él
a través de canales secretos a fin de restablecer la ley y el orden
en el país.
La propia China está llevando a cabo un juego extraordinariamente
sagaz. Aunque numerosos elementos conservadores de Washington
advierten a propósito del "peligroso rearme militar de China", la
realidad indica que Washington necesita desesperadamente la
colaboración de Pekín en el intento de conseguir que Corea del Norte
deje de poseer armamento nuclear. Aunque hace tan sólo dos años se
habló de un posible ataque militar de Estados Unidos a Corea del
Norte, la cuestión es agua pasada.
La diplomacia es el único
recurso que le resta a Estados Unidos de forma que no le queda otra
salida que colaborar estrechamente con otros países de la región:
China, Corea del Sur, Rusia y Japón. Entre tanto, la economía
estadounidense depende de China de forma creciente y Pekín posee una
masa ingente de deuda norteamericana. Washington debe hacer gala de
prudencia en sus relaciones con Pekín.
En Latinoamérica, un país tras otro han rechazado el dominio y
control estadounidense sobre la Organización de Estados Americanos
(OEA) oponiéndose al candidato de Washington para la presidencia de
la organización; una nueva generación de líderes hostil al
neoliberalismo de Washington gobierna en Argentina, Chile y Brasil.
Chávez en Venezuela se mofa abiertamente de la debilidad
estadounidense en Latinoamericana.
En consecuencia, Estados Unidos ya no cuenta con el respeto -
incluso el temor- de la mayor parte del mundo. Evidentemente, el
poderío militar estadounidense no tiene rival. Pero, a menos que se
desate una guerra real y efectiva en el campo de batalla, las
fuerzas armadas norteamericanas apenas pueden remediar los efectos
de los reveses propios del terreno diplomático. Naturalmente la
economía norteamericana es muy potente, pero la fórmula
estadounidense para articular un orden económico global ya no ejerce
la influencia de que gozó.
Las aspiraciones de Washington a instaurar un fuerte y sólido mundo
unipolar han dejado de ser realistas. Es cierto que Estados Unidos
sigue sin rival de carácter global, pero ya no puede actuar de forma
independiente, y menos a medida que el poder e incluso el respeto de
que gozaba Bush se han ido desvaneciendo.
Estados Unidos
desempeñará siempre un constructivo y juicioso papel en la política
y estrategia mundiales. Sea como fuere, a ojos de quienes consideran
que un mundo multilateral es más razonable y provechoso que un mundo
unilateral, este cambio de sentido en la dirección de la marcha es
positivo.
GRAHAM E. FULLER, ex
vicepresidente del consejo de inteligencia nacional de la CIA. Autor
de ´The future of political Islam´
Traducción: José María Puig de la Bellacasa
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