(IAR-Noticias)
12-Dic-05
Según escribe The Times, Alemania pretende introducir a partir del próximo
año una serie de restricciones sobre la inmigración de los judíos desde Rusia,
lo cual supone una revisión radical de la política que ha contribuido a crear en
el territorio alemán una de las mayores comunidades hebreas de Europa.
Por Piotr Romanov -
RIA Novosti
Los promotores del nuevo reglamento
creen que las limitaciones ofrecerán la oportunidad de ahorrar ingentes
recursos. Además, hay recelos de que la ulterior ampliación de la comunidad
judía provoque una escalada del antisemitismo en Alemania.
Las nuevas leyes impedirán a los judíos rusos mayores de 45 años, así como a las
personas que subsisten gracias al subsidio social o de paro, optar a la
residencia permanente en el suelo alemán. “Alemania aceptará únicamente a los
judíos ricos y jóvenes” – ha comentado a este respecto, en declaraciones al
diario Berliner Zeitung, el portavoz de la comunidad hebrea de Berlín.
Lo más fácil sería lanzar un reproche a los alemanes pero valdría la pena
aclarar primero la situación. Las autoridades de Alemania actúan en este caso de
forma cooperada con la comunidad hebrea del país, o sea, el conflicto, caso de
que lo haya, es entre los judíos procedentes de Rusia, por un lado, y los
alemanes y judíos naturalizados en Alemania, por otro.
También deberíamos reconocer que
Alemania, expiando las culpas del pasado, ha hecho en estas últimas cinco
décadas lo posible para los judíos, abriendo de par en par las puertas para la
inmigración judía y ofreciendo generosos subsidios sociales a los recién
llegados. A un inmigrante judío se le proporcionaban aquí unas condiciones mucho
mejores que las ofrecidas a los alemanes étnicos repatriados desde otros países.
Tampoco olvidemos que cualquier comentario crítico hacia Israel o los judíos ha
sido durante largo tiempo un estricto tabú para la élite política de Alemania.
El flujo de la inmigración hebrea desde Rusia se ha agotado, lo cual significa
en realidad una cosa: la vida de los judíos en la Rusia de hoy no es tan mala.
Lamentablemente, tampoco parecen infundados los temores de que la creciente
comunidad judía dé lugar al incremento del antisemitismo, así que tanto aquella
como las autoridades mantienen una postura solidaria en esta cuestión.
Es más: cuantos se oponen al nuevo
reglamento de inmigración vierten sus diatribas en Paul Spiegel, presidente de
la Central Judía de Alemania, a quien algunos críticos en Rusia acusan hoy de no
tener siquiera una noción mínima acerca de los problemas de la inmigración, por
ser un judío nacido en Occidente. El hecho no es sorprendente. Siempre ha habido
un pulso entre los judíos occidentales y los del Este, incluso en el marco del
movimiento sionista.
Las nuevas reglas de inmigración ponen en una situación francamente ridícula a
EE.UU., que aún no se ha dignado de eliminar la enmienda discriminatoria Jackson-Vanik
usada desde 1974 como herramienta de presión económica contra la URSS para que
abriera las puertas a la emigración judía hacia Occidente. En la Conferencia
Europea de Helsinki se libraron arduas batallas en torno a ese problema, con
toda clase de presiones sobre Kremlin, al que se acusaba de una violación de
derechos humanos.
La situación de hoy es
paradójica: hace tiempo que la URSS no existe; los judíos pueden emigrar de
Rusia libremente; Alemania, por el contrario, pasa a restringir la entrada de
los judíos desde Rusia; y los congresistas norteamericanos esgrimen diversos
pretextos mercantilistas para mantener en vigor la enmienda Jackson-Vanik.
Durante algún tiempo se usaron como argumento hasta las restricciones sanitarias
decretadas por Moscú sobre la importación de las piernas de pollo
estadounidenses, las “piernas de Bush”, como se han dado en llamar en Rusia.
Semejante enfoque hirió incluso a algunos ex disidentes de la época soviética.
El renombrado político israelí Natan
Scharansky, ex preso de conciencia en la Unión Soviética, observó que en su
momento no había permanecido en los campos de trabajos forzados por “las piernas
de Bush”. La política absurda del Congreso de EE.UU., que mezcla el destino de
los judíos rusos con las piernas de pollo, parece perturbar muy poco a los
funcionarios oficiales de Washington.
El Congreso norteamericano ni siquiera se inmuta ante los llamamientos por parte
de la comunidad hebrea de Rusia. El rabino jefe de Rusia, Berl Lazar, dice haber
“planteado ese problema en múltiples entrevistas con George W. Bush,
congresistas y senadores de EE.UU., y aunque todos manifestaron su apoyo a la
supresión de dicha enmienda, el Congreso no ha dado hasta la fecha ningún paso
para cumplir esas promesas.
Es un problema que subsiste desde
hace cinco años pero la enmienda sigue en vigor. Lamentablemente, se ha
intentado y se sigue intentando vincular su abolición a toda clase de cuestiones
económicas, empezando con los asuntos de regulación aduanera y terminando con la
exportación de la carne de pollo americana a Rusia. La comunidad judía no acaba
de comprender qué clase de relación existe entre los problemas comerciales
corrientes y los valores básicos, como la libertad religiosa o los derechos
humanos”.
Resumiendo, podríamos decir que la enmienda Jackson-Vanik, adoptada en su día
con carácter provisional, vuelve a demostrar la vieja verdad de que las medidas
temporales suelen ser las más duraderas.
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