(IAR-Noticias)
12-Dic-05
Nos sacan así, de pronto, un reportaje hablando de los elevados índices de
corrupción en las altas esferas de la administración mundial.
Por Alizia Stürtze - La Haine
Como es habitual en todos estos
informes vehiculizados por los grandes medios (como ése de la tortura
sistemática negada por Bush y por Rice), amagan sin dar, es decir, trivializan y
muestran como algo puramente esporádico, excepcional y, por tanto, fácilmente
eliminable, lo que en realidad es inherente a esas ¿democracias? de mercado
actuales que nos venden como el mejor de los mundos posibles: la corrupción y el
comportamiento mafioso de sus instituciones (las mafias sólo pueden perdurar
mediante cohabitación y/o simbiosis con el poder público) y el hecho de que el
gran crimen organizado se ha convertido ya en una potencia militar, económica y
moral en la escena internacional, con gran
autonomía e incluso con capacidad de decisión geoestratégica.
Sabemos, desde
luego, que esa cuna de la democracia que dicen son los EEUU llevan decenios (por
lo menos desde Roosevelt, Truman y Kennedy) siendo, en la práctica (que es lo
que cuenta), un sistema corrupto/mafioso dirigido por las grandes
multinacionales y por la Cosa Nostra; lo que implica que el dinero del crimen
(droga, prostitución, armas, falsificaciones, inmigración clandestina...) es
reinvertido tanto en la economía informal como en los circuitos legales e
institucionales.
Pero, ¿podemos igualmente afirmar, como hace Jean-François Giraud en su “Le
monde des mafias”, que la gran mayoría de las democracias se están convirtiendo
en sistemas criminalizados o mafiosos, agazapados tras el humo espeso de la
“guerra contra el terrorismo”?
¿Es errónea esa representación
ideológica del mundo impuesta por los medios, que sitúa el llamado crimen
organizado en el terreno de lo marginal y lo asocial, y que no podremos
comprender nuestra historia contemporánea (lo que nos está pasando) mientras no
situemos a las mafias en el corazón mismo de nuestro “democrático” sistema”?
Al parecer, no se trata de casos esporádicos ni excepcionales ni, desde luego,
triviales. No es sólo que la Tate Gallery de Londres haya pagado recientemente 5
millones de euros a mafiosos balcánicos para recuperar obras robadas, o que la
Forza Italia de Berlusconi (como la Democracia Cristiana de Andreotti) desprenda
un olor tan fuerte a Cosa Nostra. Son innumerables los ejemplos que demuestran
que ignorar el parámetro mafioso puede tener consecuencias graves para ese
“mundo seguro” por el que tantas tropelías cometen Bush, Blair y sus acólitos.
Ahí tenemos el hecho comprobado de que, tras la “caída” del muro de Berlin, las
mafias italianas invirtieron enormes cantidades en Europa oriental; o esos datos
que demuestran que las Tríadas de Hong Kong, tras
la reunificación, iniciaron fuertes “inversiones” en la China continental,
blanqueando así su dinero a cambio de apoyar la transición política y económica
pacífica de la isla y de colaborar en el desarrollo
del gigante asiático. Ahora que nos informan por activa y por pasiva de la
detención de un “genocida” croata, tampoco conviene olvidar que el vacío
político dejado por los serbios expulsados de Kosovo por la OTAN lo llenó la UCK
que, aunque se autoproclamase ejército de liberación nacional, no era sino un
disfraz de la mafia albanesa que, con la aceptación internacional, ha convertido
la zona en una “pequeña Colombia” balcánica, desde la que se desplazan
incesantes flujos de estupefacientes, armas y prostitutas.
Otro ejemplo sangrante y
paradigmático de esta relación entre democracias de mercado y mafias sería el
objetivo principal del golpe de estado contra Aristide en 2001: la
militarización yanki de la isla, de cara no sólo a presionar a Cuba y Venezuela,
sino también a proteger el comercio multimillonario de drogas que pasa por Haití
hacia EEUU, y proporciona miles de millones de dólares al gran crimen organizado
y a las instituciones financieras que le blanquean ese dinero negro.
Los números cantan: es evidente que gran parte del edificio económico y bancario
mundial se debilitaría e incluso se vendría abajo si esos cientos de miles de
millones de euros a que ascienden los beneficios anuales del crimen se retiraran
bruscamente de los circuitos “legales”, y dejaran de invertir en bolsa, en
construcción, en obras públicas, en industria del espectáculo y del turismo, e
incluso en clínicas privadas, asilos para ancianos o tratamiento de basuras y
residuos.
En consecuencia, esas redadas
puntuales contra miembros de las mafias o las protomafias (los cárteles
latinoamericanos, las “bravta” rusas...) no son sino una pantalla tras la que se
oculta la creciente penetración mafiosa en los negocios y en la alta política,
favorecida por el neoliberalismo salvaje, la mundialización de la economía y la
desregulación de los mercados y del trabajo.
Nueve son las mafias existentes: cuatro italianas, una albanesa, una turca, una
china, una japonesa y una norteamericana. Entre las nueve constituyen una
especie de “burguesía” mafiosa que domina al resto de organizaciones criminales,
que se codea con las élites mundiales y que aparece como inquietantemente
indestructible e impermeable a la represión.
Las nueve conforman, en palabras de
Gayraud, “un crimen de muy alta intensidad y de muy baja visibilidad”, cuya
creciente influencia implica lo que el autor llama “la criminalización del mundo
moderno”, y que evidencia el carácter criminalizado o mafioso de esa democracia
que los amos del mundo quieren exportar a sangre y fuego a Irak, Irán, Sudan,
Corea del Norte, Cuba, Venezuela, y demás “países canallas”.
Una vez más llegamos a la misma conclusión: del mismo modo que las peras no dan
manzanas, un sistema criminal como el capitalista no puede engendrar sino robo y
crimen; nunca democracia real.
Socialismo o barbarie.
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