(IAR-Noticias)
22-Dic-05
La falta de claridad y confiabilidad caracterizan la información brindada
al público de Estados Unidos sobre la guerra mundial contra el terror, lanzada
por el gobierno de George W. Bush hace más de cuatro años.
Por William Fisher - IPS
Los acontecimientos de las últimas semanas consolidan ese panorama, luego de
revelarse que Bush ordenó intervenciones secretas de teléfonos y de casillas de
correo electrónico a ciudadanos estadounidenses.
Diversas encuestas muestran la ambigüedad del público. No queda claro si la
mayoría de los estadounidenses creen que las tropas deberían retirarse de Iraq
inmediatamente o "seguir el curso normal".
Tampoco se entiende, de la lectura de los sondeos, si, para la mayoría de los
ciudadanos, algunas libertades civiles deben sacrificarse para garantizar la
seguridad del país respecto de las amenazas terroristas si las libertades
civiles y la seguridad pueden coexistir.
Las encuestas tampoco echan luz sobre la aceptación de la tortura por parte de
la mayoría de los estadounidenses: o es inadmisible o puede permitirse, en
ciertas condiciones, según el estudio de que se trate.
De cualquier manera, la incapacidad de las personas de obtener respuestas
creíbles condujo a la creciente desaprobación de la gestión del Congreso
legislativo y del presidente.
En las últimas encuestas conocidas, la desaprobación del Congreso oscila entre
50 y 56 por ciento, mientras que la aprobación del presidente se ubica en 42 por
ciento, cuatro puntos porcentuales más desde que inició en noviembre una campaña
en busca de apoyo para la guerra en Iraq.
Pero esos cuatro puntos están dentro del margen de error de la encuesta.
Pero no sólo el público estadounidense se afana en comprender cuestiones
cruciales sobre la guerra contra el terror. El gobierno de Bush, el Congreso y
los tribunales, también.
El presidente admitió y defendió las intervenciones telefónicas apenas un día
después de negarse a discutir el asunto, entrevistado por el periodista Jim
Lehrer, del programa de televisión pública Newshour.
A la mañana siguiente, Bush utilizó todo su espacio semanal de radio en vivo
para asegurar que esa práctica era necesaria, legal y contemplada en sus
potestades como comandante en jefe en tiempos de guerra.
También dijo que había notificado de esas actividades a los líderes del
Congreso, pero tanto la demócrata Nancy Pelosi como el republicano Bob Graham lo
negaron.
Pelosi, líder del grupo del opositor Partido Demócrata en la Cámara de
Representantes, aseguró haber formulado objeciones. Y el hoy retirado
oficialista Graham, entonces presidente del Comité de Inteligencia del Senado,
declaró que nunca le informaron sobre el programa de "pinchazos" telefónicos
mientras estuvo al frente del organismo.
Graham admitió haber asistido, a comienzos de 2002, a una reunión sobre la
Agencia Nacional de Seguridad celebrada en la oficina del vicepresidente en la
Casa Blanca, a través de la cual se ordenó la vigilancia.
Pero alegó que la conversación se concentró en otras operaciones, tales como el
control del tráfico de correo electrónico en el exterior canalizados a través de
proveedores de servicios de Internet radicados en Estados Unidos.
Pero otros líderes, incluidos los senadores republicanos Arlen Specter,
presidente del Comité Judicial del Senado, y Lindsey Graham, señalaron que, ya
en los años 70, el Congreso estableció normas según las cuales las autoridades
deben pedir permiso a un tribunal para realizar estos procedimientos.
El tribunal se reencarnó con la Ley Patriótica. Otra norma, la Ley de Vigilancia
de la Inteligencia Extranjera (FISA, por sus siglas en inglés), es la que invoca
el Departamento de Justicia (fiscalía general) vigilar a ciudadanos
estadounidenses.
Pero aún no está claro por qué el presidente no empleó el proceso establecido
por la FISA. Varios senadores, incluyendo al demócrata Carl Levin y Lindsey
Graham, dijeron el domingo que piensan que el presidente puede haber infringido
la ley al no hacerlo.
Sumándose a la confusión pública está el actual debate sobre la renovación de la
Ley Patriótica, aprobada apresuradamente seis semanas después de los atentados
que el 11 de septiembre de 2001 dejaron 3.000 muertos en Nueva York y
Washington.
La norma expirará el 31 de diciembre, pero la Cámara de Representantes y el
Senado han sido incapaces de alcanzar un consenso al respecto.
Como consecuencia, un grupo de senadores republicanos y demócratas han
solicitado una prórroga de tres meses para el vencimiento de la ley actual, con
el fin de allanar diferencias. El presidente anunció que vetaría ese pedido.
Otros dos casos sumaron confusión a la guerra contra el terror a fines de año.
Abogados del gobierno advirtieron a la Corte Suprema de Justicia a mediados de
diciembre que sería "totalmente imprudente" que revisara la apelación del
ciudadano estadounidense José Padilla a su detención militar como combatiente
enemigo.
La intención de los abogados de Padilla es que la Corte Suprema establezca si el
presidente tiene la potestad de declarar a un ciudadano estadounidense
"combatiente enemigo" y mantenerlo indefinidamente sin acusación, sin acceso a
asesoramiento legal y sin derecho a pedir que un tribunal civil determine su
condición judicial.
Padilla fue arrestado en 2002 en el Aeropuerto Internacional de O'Hare, en
Chicago, designado combatiente enemigo y detenido en un cuartel de la marina de
guerra hasta noviembre, la mayor parte del tiempo sin acceso a asesoramiento
legal o a las evidencias en su contra.
Pero en noviembre, el Departamento de Justicia, que no quiso arriesgarse a
sufrir una decisión judicial negativa sobre el encarcelamiento de tres años de
Padilla sin acusación, le acusó en un tribunal civil de apelaciones.
En el momento de su arresto, el Departamento de Justicia acusó a Padilla de
planear detonar una "bomba atómica sucia" dentro de Estados Unidos. Pero esa
acusación estuvo ausente de la demanda presentada por el fiscal general Alberto
González en un tribunal civil.
En cambio, fue acusado de integrar una red norteamericana de apoyo a terroristas
que enviaba dinero y combatientes al exterior.
Un tercer asunto que confunde al público sobre las normas que rigen la guerra
contra el terrorismo es la llamada Enmienda Graham, ahora pendiente de
aprobación en el Congreso.
Presentada por el senador Lindsey Graham, junto con el republicano John Kyl y el
demócrata Carl Levin, la norma ordenaría a los militares que interroguen a
prisioneros a restringir su acción a las disposiciones del Manual de Campo del
Ejército.
Pero la enmienda dejan sin desvelar ni cuestionar un anexo secreto del manual,
que explicita las técnicas específicas que los soldados pueden y no pueden
utilizar. Los ciudadanos comunes y la mayoría de los legisladores probablemente
no sepan nunca cuáles son esas técnicas.
Pero el 15 de diciembre, en el programa "The Situation Room", de la cadena de
televisión CNN, el fiscal general González se negó a definir como "tortura" a la
práctica que la Agencia Central de Inteligencia (CIA) llama "waterboarding".
Se trata del equivalente a lo que en las dictaduras latinoamericanas de los años
70 se llamó "submarino", y que consiste en introducir la cabeza del detenido en
un tanque de agua mientras se le sujeta por los pies hasta el límite del ahogo.
La segunda disposición controvertida en la Enmienda Graham es la suspensión del
habeas corpus --derecho a impugnar judicialmente la razón de una detención--
para prisioneros en custodia estadounidense, incluidos los cerca de 500 en la
base naval en Guantánamo, en Cuba.
El habeas corpus es considerado la regla de oro del derecho británico, base de
las leyes de Estados Unidos.
"La capacidad de presentar una petición de habeas corpus es tal vez el derecho
civil supremo. La mayoría de los políticos la considerarían intocable", dijo a
IPS Brian J. Foley, profesor de derecho en Florida.
Privar de este derecho a "los prisioneros de Guantánamo, donde sabemos que
algunos han sido encarcelados por error y torturados, significa que el modo de
nuestro gobierno de 'proteger las libertades civiles' es para asegurarse de que
ningún tribunal jamás vea judicialmente ninguna violación en primer lugar",
dijo.
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