(IAR-Noticias)
07-En-06
Los Estados Unidos se ufana de ser la primera democracia del mundo.
¿Pero en realidad lo es? Existen fuertes indicios que bajo el
gobierno del Presidente George Bush han comenzado a echar raíces
procedimientos, tanto por parte de los servicios secretos como por
las autoridades judiciales, que merman considerablemente la libertad
de prensa en ese país.
Por
Peter Schenkel
(*)
- Chasqui
De acuerdo con la línea
política de Washington, el propósito de los Estados Unidos es
fortalecer la democracia en el mundo. Esto se desprende claramente
de su política en Afganistán e Irak. En ambos países, las fuerzas
ocupantes se esmeran en instalar gobiernos elegidos
democráticamente, después de derrocar una teocracia autoritaria en
un caso y una dictadura feroz en el otro. También favorecerían el
amanecer de una progresiva democratización en países como Siria,
Irán, Jordania y los ricos reinos petroleros desde Saudi Arabia
hasta Kuwait, que de democracia no tienen nada.
La libertad de prensa es uno de los principios y pilares más
destacados e importantes del sistema democrático. Donde ésta no
existe, como en los regímenes totalitarios y autocráticos, no existe
ni libertad ni igualdad, porque el Estado se convierte en el poder
absoluto que decide lo que los ciudadanos pueden saber y lo que
deben pensar.
Los Estados Unidos se ufana de ser la primera democracia del mundo.
¿Pero en realidad lo es? Existen fuertes indicios que bajo el
gobierno del Presidente George Bush han comenzado a echar raíces
procedimientos, tanto por parte de los servicios secretos como por
las autoridades judiciales, que merman considerablemente la libertad
de prensa en ese país. Sus fiscales se arrogan la potestad de
obligar a periodistas a divulgar sus fuentes e informantes, y los
que se niegan a hacerlo son declarados reos y suelen ser condenados
a prisión. ¡Si esto es libertad de prensa, el sol nace por el oeste
y se pone en el este!
Lo demuestra excelentemente el caso del reportero Jim Taricani, que
hizo público un video secreto del FBI, que había recibido de un
informante. El video comprobó que un político local había aceptado
sobornos. Cabría pensar que esto era una evidente victoria de la
libertad de prensa y de su papel para denunciar casos de corrupción.
Nada de esto. Al contrario. A la fiscalía no le importó la
corrupción denunciada, sino más bien la fuga de información. El
periodista fue citado ante un juzgado y debía revelar su fuente. Al
negarse, fue condenado a seis meses de cárcel, que se cambiaron por
cuatro meses de arresto domiciliario por requerir tratamiento
médico. El juez que condenó a Taricani ha propuesto recientemente
una norma que prohibirá, en procesos judiciales de su corte, la
divulgación de cualquier información que no sea de conocimiento
público.
Judith Miller, la reportera estrella del The New York Times, y su
colega Matthew Cooper enfrentaron procesos por haber realizado
investigaciones en torno a la desenmascarada agente de la CIA
Valerie Plame y la primera fue a prisión por negarse a divulgar sus
fuentes. El mismo destino les espera a los periodistas Lance
Williams y Mark Fainaru-Wada del San Francisco Chronicle, ambos
candidatos al premio Pulitzer, por haber sacudido a la opinión
pública con la noticia que dos famosos jugadores de baseball de los
Yanquis y de los Gigantes de San Francisco se habían dopado con
anabólicos. Tanto los fiscales como el FBI comenzaron a acosarlos,
tratando de averiguar de donde habrían conseguido una copia de una
declaración de un testigo. Los agentes hasta confiscaron la
computadora del vendedor de los anabólicos, con el fin de averiguar
si él fue la fuente de su información.
Pero estos no son los únicos casos. Agentes presionaron también a
Los Angeles Times y a CNN sobre un supuesto escándalo de espionaje,
en relación con Wen Ho Lee, un físico nuclear de Nuevo México.
Dentro de un proceso judicial contra un individuo posiblemente
involucrado en los ataques con ántrax en el año 2002, se citó a la
agencia de noticias AP, las emisoras de televisión CBS y ABC, a The
Washington Post y a la Nacional Public Radio. Se les exigía
presentar fuentes y documentación obtenida. En el proceso contra
Michael Jackson, la estrella del pop, por sus supuestas relaciones
sexuales con menores, el periodista británico Martín Bashir, que
impactó al mundo con su documental Viviendo con Michael Jackson,
muestra a Jackson con su actual acusador, y en el cual admite haber
compartido la cama con menores, sin tener sexo, enfrenta sanciones
judiciales por negarse a divulgar más información de lo dicho por
Jackson. En los Estados Unidos, 24 periodistas enfrentan similares
juicios.
Estos casos demuestran, de una manera muy fehaciente, que hay un
notorio cambio de actitud y de procedimiento por parte del Estado
norteamericano respecto a los medios y los periodistas. De repente
existe un interés inusitado por las actas internas, mensajes
telefónicos confidenciales e informaciones anónimas, por poner al
desnudo todo lo que, de acuerdo con las normas internacionales, está
protegido por el derecho de mantener las fuentes de información
secretas.
Esto es lamentable porque desde el 11 de septiembre de 2001 existe
lo que el poder estatal desea ocultar, desde la no existencia de
armas de destrucción masiva, hasta los abusos abominables en la
prisión Abu Ghraib en Irak. Es un claro y reprochable intento de
resquebrajar el derecho de la opinión pública para enterarse de la
verdad. Escándalos como Watergate, descubierto por los reporteros
Carl Bernstein y Bob Woodward del The Washington Post, y que obligó
al Presidente Richard Nixon a dimitir de su cargo, ahora ya serán
difíciles de revelar, pues los periodistas están amenazados con
cargos de prisión si no divulgan sus fuentes. En el caso de
Watergate, el juez protegió a los dos periodistas a base del
principio de la libertad de prensa. Ahora todo cambió.
Estos nuevos procedimientos se encuentran -por cierto- avalados por
un vacío en el derecho norteamericano que regula la prensa. Al
contrario de lo que ocurre en muchos otros países, los periodistas
en los Estados Unidos no tiene el derecho de rehusarse a declarar
como testigos frente a un gran jurado respecto a conductas
criminales que han presenciado y sobre las que han escrito. En esto
se apoyan las nuevas prácticas abusivas. En 1972, en el caso
Branzburg v. Hayes, (408 U.S. 665), la Corte Suprema dictaminó en
este sentido. Sin embargo, la Corte instó que la libertad de prensa
debía respetarse. En consecuencia, muchos estados de la Unión
introdujeron leyes que protegen este derecho, pero con la limitación
de solo tener validez en sus respectivos estados. En general, los
fiscales observaron una prudente reserva. Pero todo esto cambió en
la administración del Presidente Bush, a raíz de lo ocurrido después
del atentado a las Torres Gemelas y al Pentágono. Ahora, los agentes
del FBI ya pueden operar sin trabas, y de este modo se le ha abierto
una gran entrada al método de amordazar a la prensa.
“La prensa -dice el famoso periodista Seymour Hersh del The New York
Times- ya no puede cumplir con su obligación de informar al público,
si se le corta el acceso a sus fuentes de información”. ¡Resulta
oneroso el que reporteros vayan a la cárcel por el único delito de
hacer su trabajo! Con razón el Comité de los Reporteros para la
Libertad de Prensa señala: que se han creado nuevas categorías para
la libertad de prensa, que se encuentran a contrapelo con lo que se
espera de un país realmente democrático.
Bajo el pretexto de concernir a la seguridad del Estado se mantienen
secretas las cosas de las cuales el público tiene derecho a
enterarse, y se controla eficazmente el flujo de información hacia
fuera. Esta nueva práctica ya va tan lejos, que algunas autoridades
obligan a sus colaboradores a firmar declaraciones que no hablarán
con periodistas.
En vista de esta campaña de la administración Bush, de amordazar a
la prensa y de amedrentar a los periodistas, el editor del The New
York Times, Arthur Sulzberger, exige que se introduzca una ley que
cubra a todos los sectores, también al periodístico, que respete el
derecho a rehusarse dar testimonios. Hasta ahora este derecho lo
tienen solo los abogados, psiquiatras y sacerdotes, en relación con
sus interacciones de carácter profesional.
Los Estados Unidos pretende ser una democracia ejemplar. Quisiera
que otros países se inspiren en este ejemplo y lo adopten como suyo
y que de esta manera fortalezcan al estado democrático. La Sociedad
Interamericana de Prensa (SIP), con su sede en Florida, no pierde
una sola oportunidad para criticar sobre todo a los países de este
hemisferio, en los cuales existe aún el abuso de la libertad de
prensa. Sería muy oportuno que esta honorable institución comience a
barrer el patio de su propia casa.
(*) Peter Schenkel, nació en
Yugoslavia, de nacionalidad alemana. Estudió Ciencia Política en
Austria. Trabajó en América Latina con la Fundación Frederich Ebert.
Autor de muchos libros. Reside desde hace más de 30 años en Ecuador.
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