(IAR-Noticias) 09Abr-05
Por
Manuel Freytas
Informe especial
Luciani: el Papa que debía
morir

El ascenso al
sillón de Pedro de Albino Luciani, en 1978,
con sus postulados "renovadores" representó un golpe inesperado para los sectores más
ultra-reaccionarios -vinculados con
Washington, el Opus Dei, la mafia y el lavado de dinero- que recorrían los
pasillos vaticanos intrigando para imponer al conservador arzobispo genovés Giussepe Siri.
Juan Pablo
I, un "revolucionario" de la
Iglesia Católica, según los "vaticanistas", fue el primer
Papa con dos nombres, gesto que adoptó para honrar la memoria de sus dos
predecesores, Juan XXIII y Pablo VI.
La apertura de la Iglesia hacia su
"izquierda renovadora" produjo los pontificados de
Juan XXIII y de Pablo VI, y amenazaba su continuidad expansiva
con el apostolado de Albino Luciani, que chocaba con los intereses entronizados
de la cúpula del poder mafioso encaramado en el Vaticano, de los cuales
se valía Washington para irradiar sus estrategias de expansión en el seno de la
Iglesia Católica.
Contrariamente a
lo que pronosticaban los conocedores de las intrigas
vaticanas, Luciani accedió a la
jefatura de la Iglesia Católica
en 1978, por encima del polaco Wojtyla
al que, muchos, incluido el propio Luciani,
consideraban número puesto como futuro
Papa impuesto por el establishment del
poder curial.
El secretario de
Estado del Vaticano Jean Villot,
un operador de Washington y de la mafia
financiera
en la
"Santa Sede", declaraba públicamente antes del ascenso de Luciani:“he encontrado al futuro papa: será el
cardenal Wojtyla”.
En septiembre de 1978, Mino Pecorelli,
un periodista que fue miembro de la logia P2 escribió un artículo titulado El
Gran Alojamiento del Vaticano, dando los
nombres de 121 presuntos francmasones de la mafia vaticana.
La lista, en gran parte, estaba
integrada por cardenales, obispos, y prelados de alto rango. Los nombres de
Jean Villot, su Ministro de Asuntos Exteriores,
el cardenal Paul Marcinkus, jefe del Banco del
Vaticano, y Pasquale Macchi, su secretario
personal estaban en la nómina.
Según apuntan algunos biógrafos de Luciani cercanos al poder curial, gracias
al trabajo realizado por Giovanni Bennelli, que
había sido hombre de confianza de Pablo VI, se estima que más del 80% de los votos del cónclave fueron a
favor de Luciani (Juan Pablo I), cuyo
perfil continuador de la
política de su antecesor provocó la desilusión y la
indignación del lobby de los cardenales más
derechistas.
Por suerte para estos sectores,
el "papa de la sonrisa" sólo duró 33 días en el pontificado, lo que dio lugar a
versiones de un complot contra su vida,
algunos basados en simples rumores y otros sustentados en las declaraciones
públicas de personajes clave que desmintieron la versión oficial sobre el súbito
deceso de Luciani.
Sus
ideas de "cambio" nunca llegaron a
hacerse realidad ya que murió el 28 de septiembre de 1978, apenas 33 días
después de haber sido electo, en lo que fue el segundo papado más breve de la
historia desde León XI, quien murió en abril de 1605, a menos de un mes después de
su elección.
La muerte de Luciani,
se produjo en pleno desarrollo de la Guerra Fría
que libraban Washington y Moscú por áreas de influencia. Principalmente
en el contexto latinoamericano donde la Teología de la Liberación -nacida al
calor del reformismo eclesiástico- se había convertido en la biblia de los
llamados "curas rebeldes" del tercer Mundo.
En América Latina, las dictaduras
militares "anticomunistas" formadas en la Escuela de las Américas y en la
"Doctrina de Seguridad Nacional", desarrollaban su "guerra antisubversiva"
comulgando en la iglesias de la ultraderecha católica.
La jerarquía católica conservadora
latinoamericana, imbuida de la "Doctrina de Seguridad Nacional" impulsada por
Washington y el Pentágono, acompañaba y santificaba las andanzas represivas de
las dictaduras militares nacidas por golpes de Estado impulsados desde el
Departamento de Estado norteamericano, tal como se demostró en los documentos
revelados recientemente.
Toda esa política del Vaticano, fue
avalada y consentida por el sucesor de Albino Luciani, Juan Pablo II,
quien se prestó al exterminio militar del "comunismo ateo" en América Latina, de
la misma manera que se plegó a la "guerra anticomunista" que Washington y la
CIA habían lanzado para desestabilizar a la burocracia soviética y
establecer el mercado capitalista en las repúblicas socialistas de Europa del
Este.
Años después, el Papa polaco
que sucedió a Luciani avaló con su silencio los feroces bombardeos y la
invasión a Yugoslavia, punta de lanza de la conquista de los mercados de
Europa del Este, lanzada por la administración Clinton al principio de los 90.
Con la llegada de
Ronald Reagan al gobierno de EEUU,
en los comienzos de los 80
(teniendo como
vicepresidente al padre del actual presidente, George Bush) se profundiza
la relación de las mafias de las drogas y las armas con la estrategia de
Washington, en cuyo entramado la CIA transplantó, con los contras nicaragüenses,
la metodología operativa del Irangate en América Latina.
Tras su muerte en 1978, la teoría del
"envenenamiento" de Luciani (el Papa Juan Pablo I) comenzó a circular off the récord por los pasillos
del Vaticano convirtiéndose en la comidilla secreta y a media voz de los grandes
círculos del poder internacional.
Los rumores
siguieron acumulándose y casi se transformaron en evidencia
al negarse Jean Villot, secretario de Estado del Vaticano, a realizar la
autopsia al cadáver del Papa Albino Luciani.
"Debo reconocer con cierta tristeza que la versión oficial
entregada por el Vaticano despierta muchas dudas", señaló
el cardenal brasileño Aloisio Lorscheider
a The Time, el 29 de septiembre de 1998.
Diez años antes, el irlandés John Magree,
que había sido secretario privado de Luciani, negó que él hubiese encontrado el
cadáver del papa muerto, sino la hermana Vicenza, una de las monjas que lo
atendían.
Según sostiene Cristóbal Guzmán en su libro Opus Dei, la entronización del
fanatismo, la historia fue recogida por John Cornwell en A thief in the
night, donde sostiene que nadie en el Vaticano se preocupó de la enfermedad de Luciani. Por su parte, el investigador británico David Yallop va más lejos y es
partidario de la versión del asesinato.
Según sus biógrafos, desde el momento en que accedió
al trono de Pedro, Juan Pablo I hizo constantes y
obsesivas
"predicciones" -a sus
amigos y colaboradores más fieles- de que su papado sería corto.
El obispo irlandés John Magree (señalado en un principio como el descubridor del cadáver
de Luciani), recuerda en el libro Un ladrón en la noche: la muerte del Papa Juan Pablo I: “Estaba
constantemente hablando de la muerte, siempre recordándonos que su pontificado
iba a durar poco. Siempre diciendo que le iba a suceder el extranjero”.
El "extranjero" era el polaco Wojtyla.
El
propio Magree, secretario personal de Juan Pablo I, y amigo del poderoso
cardenal Paúl Marcinkus, cuenta
que, poco antes de morir, el papa le dijo: “Yo me marcharé y el que estaba
sentado en la Capilla Sixtina en frente de mí, ocupará mi lugar.
Luego se dijo que fue el propio
Wojtyla, ya convertido en Juan Pablo II, quién confirmó a Magree que, en el momento de la elección
papal , él se
encontraba casi de frente a Luciani.
Los hermanos Gusso, camareros pontificios y hombres de la confianza del
Papa Luciani,
fueron destituidos unos días antes de su fallecimiento, a pesar de la oposición
del secretario papal, Diego Lorenzo.
Al parecer, también por esos días una persona logró introducirse en los
aposentos del Papa, dejando en evidencia la falta de seguridad en el Vaticano.
Complementando estas extrañas señales, un médico vaticano advirtió al Papa días
antes de su muerte que “tenía el corazón destrozado”.
Albino Luciani -dicen sus biógrafos-
no tomó en cuenta este diagnóstico y continuó desarrollando sus actividades en
los que serían sus últimos días de vida.
La "Santa Mafia" y la CIA
No bien asumió su apostolado el Papa Juan Pablo I
(Albino Luciani) , elegido en
ese mismo año 1978, había decidido que la Iglesia no debía entrometerse en
asuntos políticos, y pretendía despegar al
Vaticano de la trama del dinero sucio que ingresaba por
vías de la política italiana, principalmente de la
democracia cristiana, que tradicionalmente se valió del Vaticano para acceder al
gobierno.
Según denuncia el periodista
alemán Jürgen Roth, desde 1983 “Bettino Craxi, ex presidente
italiano socialista, también fue corrompido con millones de dólares de la P2. De
acuerdo con los planes de la P2, en sus cuatro años en el cargo aseguró mediante
decretos del Gobierno, entre otras cosas, el imperio mediático del miembro de
la P2, Silvio Berlusconi”, hoy en la riendas del gobierno
italiano.
William Colby, jefe de la CIA entre
1973 y 1976, declaró en sus memorias que “la mayor operación política asumida
por la CIA fue prevenir el avance comunista en Italia en las elecciones de 1958,
impidiendo así que la OTAN fuese amenazada políticamente por una quinta columna
subversiva: el PCI”.
Un documental de la
BBC revela los testimonios del general Vernon Walters,
ex subdirector de la CIA, y de
Richard Allen, que fuera titular Consejo de Seguridad
Nacional durante el gobierno de Reagan.
Walters describe cómo el Papa Juan
Pablo II formó una alianza con la CIA y con la Casa
Blanca, mientras Allen puntualiza la
función colaboracionista que desempeñó el jefe del Vaticano dentro del sistema
capitalista global liderado por EEUU. Asociación considerada como la mayor
alianza secreta de todos los tiempos por un conjunto de expertos.
El documental de la
BBC, Rivales para el Paraíso,también describe las
oscuras negociaciones entre el Vaticano, Hitler y Mussolini,
presentadas como un acuerdo para "detener al comunismo", por el
cual la Iglesia Católica se hizo cómplice silenciosa de la invasión a Polonia y
de la matanza de judíos realizadas por el nazismo.
El entonces Papa Pio
XII estaba demasiado comprometido con el "pacto
anticomunista" por lo que no movió un dedo cuando Hitler invadió Polonia,
una nación católica que no estaba bajo la
órbita del sistema comunista en ese entones. El mismo papel desempeñó Juan Pablo
II, 50 años después, cuando EEUU bombardeó e invadió Yugoslavia.
En 1972,
ejerciendo como cardenal de la
diócesis de Venecia, Albino Luciani toma acabada conciencia de
la corrupción mafiosa imperante en el Vaticano, durante un encuentro con
el poderoso monseñor Paúl Marcinkus.
El
jefe de la administración
vaticana había vendido la Banca Católica del Véneto al Banco Ambrosiano de
Roberto Calvi sin consultar al obispado de esa región, es decir, al obispado
comandado por el propio Luciani.
Cuando
se convirtió en Papa, Luciani preguntó por qué la Iglesia se
desprendía de una banca que se dedicaba a ayudar a los más
necesitados con préstamos a bajo interés.
El entonces secretario
de Estado, Giovanni Benelli, le contó
de la existencia de un acuerdo
secreto entre Roberto Calvi, Michele
Sindona y Marcinkus para aprovechar el amplio margen de maniobra que
tenía el
Vaticano para realizar evasión de impuestos, movimiento legal de acciones,
etc.
La reacción de Luciani,
recogida en el libro Con el corazón puesto en Dios: intuiciones
proféticas de Juan Pablo I, es de una enorme decepción: “¿Qué tiene todo esto
que ver con la iglesia de los pobres? En nombre de Dios...” preguntó Luciani.
Benelli, le interrumpió con un “no, Albino, en nombre del dividendo”.
Unos años antes, a principios de los setenta, Roberto Calvi,
había comenzado una exitosa ascensión en el mundo de las finanzas
italianas de la mano de su benefactor, Michele Sindona, miembro de la
logia masónica P2.
Según diversas investigaciones, fue
Sindona quien introdujo a Calvi en los círculos
del poder vaticano,
en asociación con monseñor Marcinkus, uno de
los más firmes aliados de la mafia italo-norteamericana
en el Vaticano.
De acuerdo a
las investigaciones realizadas por Yallop, Gurwin, Sisti, Modolo, Di Fonzo, Piazzesi, Bonsanti,
Doménech y Rupert Cornweil, la mafia italo-norteamericana utilizó las
instituciones financieras del Vaticano para blanquear dinero sucio procedente
del tráfico de drogas y de armas, así como de otras actividades delictivas.
Las investigaciones
del proceso mafia-P2, emprendido por la Justicia italiana,
demostraron que el estado Vaticano
sirvió durante más de una década como paraíso fiscal,
siendo el IOR (Instituto para las Obras de Religión, también llamado Banco
Vaticano), aprovechado por la masonería para enviar el dinero a cuentas en
Sudamérica (sobre todo Argentina) y Centroamérica.
Según quedó demostrado en el
sumario contra la logia P2, instruido en Italia a principios de los años
ochenta, la conexión Banco Ambrosiano-Banco Vaticano fue la
vía a través de
la cual Licio Gelli, jefe de la logia masónica P2 y agente de la
CIA, ingresó al núcleo de personas influyentes en la
Santa Sede.
El sacerdote católico español Jesús López Sáez
relata en su libro El día de la cuenta,
que Pablo VI en relación al ingreso de Licio Gelli
decía: “el humo de Satanás entró en la Iglesia”.
Según afirma López Sáez en su libro,
la alianza Vaticano-EEUU-masonería-mafia siciliana-Cosanostra
se había gestado al comienzo de la Guerra
Fría impulsada por la necesidad de enfrentar al enemigo común: el comunismo
soviético.
Documentándose
en libros como El fantasma del pasado, de Flamigni,
Sáez afirma que la mafia siciliana fue una especie de gobierno secreto estadounidense al
finalizar la II Guerra Mundial, establecido para impedir la extensión del
comunismo.
Según López
Sáez la estructura mafiosa del Vaticano
estaría controlada directamente por la CIA, a la que habría pertenecido Licio Gelli, el “príncipe de las tinieblas”,
en aquella época de la historia italiana.
Según el
periodista italiano Ennio Remondino, el ex colaborador
de la CIA, Richard Brenneke, afirmaba que "Gelli y la P2
habían trabajado para la CIA recibiendo a cambio enormes sumas de dinero"
que el propio Brenneke sostenía haber entregado al jefe masón.
Según esa versión,
ese dinero era utilizado para
financiar operaciones especiales de la CIA con el terrorismo
en los años setenta, cuyo origen
eran el tráfico de drogas y de armas
controlado por la agencia norteamericana, y cuyo
objetivo se orientaba a desestabilizar o a derrocar
a gobiernos "pro-comunistas" u hostiles a Washington, principalmente en el patio
trasero latinoamericano.
Una gran parte de las
operaciones del "Contra-Gate" (según se dice, dirigida en las sombras por el
entonces vicepresidente de Reagan George Bush, padre del actual presidente) se
realizó mediante las redes financieras de la mafia ítalo-norteamericana
infiltrada en el Vaticano.
En el sumario
abierto contra Roberto Calvi, se habla de que el Banco
Ambrosiano habría sido un trampolín al servicio de la CIA y la mafia para
distribuir cantidades siderales a las formaciones paramilitares
"anticomunistas" controladas por la CIA, con la complicidad de las ventajas
fiscales del Vaticano.
Esas fabulosas sumas
de dinero fueron canalizadas a través de paraísos
fiscales como Panamá o Nassau, que después servirían
para financiar todo tipo de operaciones secretas (asesinatos de
militantes y dirigentes de izquierda, golpes de Estado,
desestabilización de gobiernos, etc),
fundamentalmente en América Latina.
El ex dictador
panameño Noriega, un agente de la CIA que integraba la logia mafiosa, intentó
sin suerte que el Vaticano intercediera para su liberación tras ser derrocado de
la presidencia de Panamá.
Según sus biógrafos,
cuando llegó a Roma el Papa Luciani,
quien soñaba con una reforma profunda de la Iglesia, venía dispuesto
a cortar de raíz las conexiones financieras, políticas y
doctrinales de la mafia italo-norteamericana en el Vaticano.
En el libro de Camilo Bassoto Mi corazón está
todavía en Venecia, se transcriben las siguientes palabras del Papa Luciani:
“sé muy bien que no seré yo el que cambie las reglas codificadas desde hace
siglos, pero la Iglesia no debe tener poder ni poseer riquezas".
Cuando Juan
Pablo I accede a la jefatura de la Iglesia católica
decide destituir a Paúl Marcinkus y renovar
íntegramente el Banco Vaticano.
Según relata Camilo Bassoto, periodista veneciano y amigo personal de
Juan Pablo I, Luciani “pensaba tomar abierta posición, incluso delante de todos, frente
a la masonería y la mafia, publicar cartas pastorales sobre la mujer en la
iglesia y la pobreza en el mundo”.
Luciani se disponía, en definitiva,
a revisar toda
la estructura de la Curia contaminada por la mafia y los
servicios de inteligencia con terminal en Washington.
“Aquella que se llama sede de Pedro y
que se dice también santa no puede degradarse hasta el punto de mezclar sus
actividades financieras con las de los banqueros.... Hemos perdido el sentido de
la pobreza evangélica: hemos hecho nuestras las reglas del mundo”, fueron sus
palabras al llegar, según el periodista.
Eso lo convirtió
inmediatamente en "el hombre que debía morir".
Washington, el
Opus Dei y el Papa "anticomunista"

Eliminado (por
"muerte súbita") el Papa Luciani, y con la promoción del
polaco Wojtyla al trono de Pedro se favoreció,
"casualmente", la salida que buscaban el Opus Dei
y
otros movimientos integristas vinculados a la mafia italo-norteamericana
para seguir expandiendo
su control sobre el cuerpo
corrupto de la plana mayor del Vaticano.
Cuatro años después, el Opus
Dei y sus socios de la ultraderecha clerical vieron disiparse el último nubarrón con la
desaparición de Giovanni Bennelli , el último opositor a la influencia creciente de la organización de Escrivá
con sus redes mafiosas extendidas hasta Washington.
Tras la muerte de
Luciani, Juan Pablo II alcanza la jefatura del Vaticano en
el año 1978, en pleno desarrollo de la
Guerra Fría por áreas de influencia entre Washington y Moscú.
El perfil
"anticomunista" de Wojtyla, su apostolado "anti-rojo" en Polonia, calzaba a la
medida de los intereses de Washington y de las mafias financieras y de las
drogas que hacían sus negocios con los gobiernos ultraderechistas embarcados en
la "guerra contra el comunismo", tanto en América Latina
como en el resto de los llamados países del Tercer Mundo.
Con la muerte de Luciani, el polaco Juan Pablo II,
el "Papa del Opus Dei", ya tenía el paso
libre para acometer su involución
doctrinal y perseguir los dos principales objetivos políticos trazados:
impartir la extremaunción a los regímenes de Europa del Este y bendecir
a los militares golpistas y represores que perseguían a los
Teólogos de la Liberación en América latina.
En esa persecución feroz fueron asesinados, entre otros,
monseñor Oscar Romero (1980) e Ignacio Ellacuría
(1989), éste junto a otros cinco jesuítas de la UCA y dos mujeres,quienes
fueron masacrados por los escuadrones de la muerte
con complicidad del ejército salvadoreño.
Juan Pablo II, nunca escuchó a Monseñor Romero en sus súplicas
para que intercediera ante sus verdugos.
Curiosamente, Juan Pablo II había
despedido a Monseñor Romero, unos meses antes de su muerte,
después de una audiencia en torno a las violaciones de
los derechos humanos con un “no me traiga muchas hojas que no tengo tiempo
para leerlas... Y además, procure ir de acuerdo con el gobierno”.
Como relata López Sáez en su libro, Monseñor Romero salió
llorando de la audiencia papal, mientras comentaba “el Papa no me ha entendido,
no puede entender, porque El Salvador no es Polonia”.
La conexión entre el Vaticano,
EEUU y la mafia
italo-norteamericana con el Papa Juan Pablo II, fue favorecida por la obsesión que
atenazó a Wojtyla desde mucho antes de su
llegada al poder: acabar con el comunismo "ateo", el sistema en el que había
vivido y que todavía seguía vigente en su patria
polaca.
La
"santa alianza" del Vaticano con Washington
y la CIA
-impulsada por los lobbystas del Opus Deei en la Casa Blanca- ayudó a inclinar la
victoria del capitalismo sobre la URSS.
Juan Pablo II fue el cruzado de la
guerra contra el "ateismo rojo" en los países bajo la órbita soviética y su
prédica contribuyó a legitimar "espiritualmente" la invasión capitalista
a las regiones comunistas de la ex URSS.
Presionando por la comunidad católica "progresista",
el Papa Juan Pablo II había criticado la estrategia
armamentista y la beligerante política exterior
de Reagan, en un evidente intento por conformar a los
sectores renovadores del Vaticano.
Cuenta
el ex subdirector de la CIA Vernon Walters que el
presidente decidió enviarlo como embajador itinerante de
Washington para conseguir el apoyo del Papa
al programa armamentista
denominado Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI en su abreviación
en inglés) popularmente conocido como Star Wars o
Guerra de las Galáxias,
igual que la película de Spielberg
Hablando del
"éxito" de su misión dice Walters: “Esta fue una de las experiencias más
extraordinaria de mi vida”. Y agrega: “Me gustaría pensar que esto tuvo algún
éxito. El no criticó nuestros programas de defensa y esto
era todo lo que queríamos.”
Por otra parte, durante
la "santa alianza"
de Juan Pablo II con Washington y la CIA, el otro
protagonista de la trama vaticana,
el Opus Dei, adquirió un enorme poder en Roma.
Su
ascensión se vio coronada en 1992 por la beatificación de Escrivá de Balaguer
(el fundador del Opus Dei) por parte de Juan Pablo II -amigo de larga data de la organización- apenas
diecisiete años después de su muerte y luego de un proceso expeditivo, donde
sólo se tuvieron en cuenta los testimonios positivos.
Sanjuana Martínez,
en un artículo referido al libro Opus Dei, la telaraña del Poder,
señala que durante el papado de Juan Pablo II hay un
beneficiario: el Opus Dei. Su estatus de "diócesis
supranacional" institucionalizó su poder y radicalizó la
guerra intestina en el Vaticano.
Los ejemplos concretos -señala
Martinez- son contados por el grupo Los Discípulos de la Verdad en el
libro A la Sombra del Papa Enfermo. Los escándalos en el pontificado de
Juan Pablo II y la lucha por la sucesión, publicado por Ediciones B.
En el capítulo titulado Los
pecados del Papa Wojtyla el libro hace un recorrido por los escándalos de
corrupción, los negocios ilegales y los apoyos del Vaticano a los regímenes
dictatoriales de, entre otros, América del Sur.
En el apartado titulado "El obispo
007" detalla las responsabilidades de Juan Pablo II en el escándalo
financiero del banco pontificio IOR-Ambrosiano, dirigido por Monseñor Paul
Marcinkus, confirmado en su puesto por Wojtyla.
"La quiebra del Banco Ambrosiano fue
una colosal estafa que costó a los acreedores y a los contribuyentes italianos
287 millones de dólares y a los fieles de la Iglesia al menos 241 millones de
dólares. La estafa fue posible por la objetiva connivencia de la banca papal, y
el IOR sólo pudo ser cómplice gracias a la anuencia -implícita o explícita- de
Juan Pablo II.
El escándalo del IOR-Ambrosiano costó
la vida a Roberto Calvi. Si se trató de un suicidio, "monseñor Marcinkus estuvo
entre quienes empujaron a Calvi a su desatinado gesto".
En cualquier caso, "el pontífice
polaco no pronunció una sola palabra de cristiana congoja ni de humana piedad
por la muerte violenta del banquero católico-masón, que durante tantos años
había negociado en nombre y por cuenta de las finanzas vaticanas", señala
Martínez en su artículo.
El misterioso poder del Opus Dei,
sus tentáculos en las sombras, es, según los expertos, el que impone la agenda
dentro del sinuoso mundo de los negocios y del control político sobre el
Vaticano
en la era de Juan Pablo II.
Su vinculación con la CIA y la mafia italo-norteamericana se
intensificó en la era de la administración Reagan-Bush, debido a sus contactos
con la curia ultraderechista
latinoamericana, principalmente en
Chile, Argentina, Paraguay y Centroamérica.
El cardenal Wojtyla era el candidato papal del Opus y en su
elección como Papa cumplió un papel determinante el cardenal König, arzobispo de Viena y
hombre cercano a la organización.
Siendo obispo de Cracovia, monseñor Karol Wojtyla ya viajaba a Roma invitado
por el Opus, que lo alojaba en la bella residencia del viale Bruno-Bozzi N°
73, en un elegante suburbio de Roma.
Además de la categorización de la Obra (Opus Dei) y de la
beatificación de Escrivá de Balaguer -dos decisiones que levantaron una ola de
críticas en todo el mundo- el Papa Juan Pablo II se rodeó de miembros del Opus,
señalados como vinculados a los distintos vasos comunicantes de esta
organización con Washington y las redes de la mafia
ítalo-norteamericana.
Según diversas investigaciones
reflejadas en el libro del sacerdote católico López Sáez, con Juan Pablo II
en el poder del Vaticano, se desviarían fondos
ilegalmente del IOR, vía Banca Ambrosiana, a la financiación del sindicato
polaco Solidaridad con 500 millones de dólares entregados a
Lech Wallesa, el equivalente político de Wojtyla
en Polonia.
El general Vernon Walters,
antes de morir, y refiriéndose a Ronald Reagan, dijo
que “fue quizá él quien ayudó al Espíritu Santo en la
elección de Wojtyla, y puede que colaborase en la muerte del Papa Luciani”.
Por su parte,
Richard Allen, que fue consejero de seguridad del presidente Reagan, afirmó que
“la relación de Reagan con el Vaticano fue una de las más grandes alianzas
secretas de todos los tiempos”.
En realidad, y
como queda
expuesto en el libro del
sacerdote López Sáez,
el ascenso de Wojtila al trono de Pedro había sido
decidido a lo largo de la década de los setenta, en la
Casa Blanca y en los círculos del poder económico de EEUU.
López Saez señala
que con la ayuda de una profesora
universitaria bien "conectada", Wojtyla fue introducido en los círculos próximos
al poder de Washington a través del cardenal de Filadelfia, Krol, y del
renombrado político Zbigniew Brzezinski
(ambos, de ascendencia polaca).
Otras fuentes en el Vaticano
señalan que la otra pata decisiva en la conexión de Juan Pablo II con
Washington fue conformada por la relación
de su secretario
privado, el arzobispo polaco Stanislaw Dziwisz (señalado
como el jefe del "grupo polaco" que controlaba a Wojtyla)
con
el establishment de poder norteamericano
"trilateralista" que giraba alrededor de
Brzezinski durante la
administración Carter a fines de los 70.
Brzezinski,
un personaje
de los "tanques de pensamiento"
norteamericanos,
ligado intelectualmente al republicano Henry Kissinger, fue consejero de seguridad del presidente Carter y
se comunicaba epistolarmente con Wojtyla en forma regular, cuando éste ya era el
Papa Juan Pablo II.
Gran
admirador de Henry Kissinger, Zbigniew
Brzezinski preconizaba una teoría para debilitar y
acorralar militarmente a la Unión Soviética (tesis que siguió
desarrollando tras la caída de la URSS) que sostenía que la mejor manera era la
desestabilización de sus regiones fronterizas y la
penetración ideológica, principalmente a través de la fe católica postergada
desde la instalación del comunismo en las repúblicas soviéticas.
En ese tablero estratégico encajaba
perfectamente el ascenso del "anticomunista" Wojtyla a la jefatura del Vaticano
que Brzezinski
y el republicano Kissinger, en alianza con el Opus Dei y los
sectores conservadores de la Iglesia Católica, operaron en Washington y en
los cenáculos del establishment de poder norteamericano.
La figura de Juan Pablo II, por
decirlo de alguna manera, "cerraba" los dos propósitos
fundamentales de
Washington: abrir el camino a
la expansión de sus trasnacionales en Europa del
Este de la mano de la prédica "anticomunista" de Wojtyla, y apuntalar con el
Vaticano a la Doctrina de Seguridad Nacional, sustento motriz de las dictaduras
militares latinoamericanas que combatían al peligro "subversivo rojo" en la
región.
Con la llegada de Reagan al poder,
la conexión entre el Vaticano y la Casa Blanca se haría todavía más estrecha,
cuando el ex actor designó entre sus representantes de política exterior
a católicos militantes del Opus Dei, en una estrategia para aproximarse al
estado mayor que controlaba la política del Vaticano.
El Opus tras la
sucesión de Juan Pablo II
Años más tarde
de la ascensión del polaco Wojtyla al poder, un miembro
del Opus Dei, el español Joaquín
Navarro Valls, la cara mediática y el hacedor de la estrategia
comunicativa de Juan Pablo II, se convirtió en uno de los nexos
principales de la administración de George W. Bush (el hijo del ex presidente, y
vice de Reagan, George Bush) con el Papa recientemente fallecido.
Asimismo, Navarro Valls fue clave para que el
Vaticano y la curia española mayoritariamente "opudeísta" acogieran como suya,
la alianza del ex presidente de España, José María Aznar, con el gobierno de
Washington.
En diciembre de1984, Juan Pablo II
nombró como nuevo director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede -y como
único portavoz papal -al periodista español Joaquín Navarro-Valls,
miembro numerario del Opus Dei.
Esta designación-señalan los expertos
vaticanistas- provocó fuertes resistencias en el interior de la estructura del
poder curial, debido a que la influencia del Opus Dei sobre Papa
Wojtyla se había convertido en vox populi de los pasillos del Vaticano.
El poder de las facciones
masónico-mafiosas se veía desbordado por la estrategia del Opus, mediante la
cual el "Papa mediático" se dirigía al mundo a través de un portavoz del Opus
Dei.
"En efecto, la Oficina de Prensa de
la Santa Sede se transformó enseguida por obra de Navarro- Valls en un gabinete
de dirección mediática.
Navarro-Valls se convirtió así en
el "hombre de confianza" del Papa, manteniendo una situación de contacto
permanente sólo igualada por el histórico secretario privado de Wojtyla, el
llamado "jefe del grupo polaco", monseñor Dziwisz.
En los círculos del poder curial se
señalaba que el responsable del nombramiento de Navarro-Valls como vocero del
Papa había sido monseñor Martínez Somalo, operador político del Opus Dei,
contando con la anuencia del secretario Dziwisz.
Según los expertos, la Oficina de
Prensa, en manos del Opus Dei, se separó de la entonces Pontificia Comisión para
las Comunicaciones Sociales y se convirtió en un departamento autónomo de la
Secretaría de Estado, bajo las directas órdenes de Juan Pablo II.
Joaquín Navarro-Valls reestructuró
las estructuras de la Oficina de Prensa, que transformó en un instrumento
opusiano dedicado a la proyección de Juan Pablo II y a la mistificación de
las "verdades oficiales" de su apostolado mediático.
El vocero papal del Opus Dei se
convirtió en el estratega mediático de Juan Pablo II en el Vaticano, y sobre
todo de sus giras por el mundo, cubiertas por el aparato de las grandes
cadenas internacionales y con millones de dólares provenientes de los fondos
de la Iglesia Católica.
En un artículo el "vaticanólogo"
Giancarlo Zizola afirma que: "Con el favor del Papa Wojtyla, en los últimos
tiempos el Opus Dei se ha enriquecido con nuevos campamentos base a partir de
los cuales proseguir su escalada hacia más sólidas posiciones de poder".
Expertos del Vaticano, señalan que la
presencia del actual Presidente Bush, y los ex
presidentes Clinton y Bush padre, en el velatorio de Juan
Pablo II, fue una operación urdida por el Opus Dei,
contando con Joaquín Navarro Valls como organizador y ejecutor principal.

El objetivo no sería otro que el de
avalar -con la presencia del establishment político de Washington- las
operaciones secretas que están realizando los miembros del llamado
"cuadrilátero vaticano"
para
imponer un Papa controlado por el Opus Dei en el cónclave de cardenales a
realizarse dentro de dos semanas.
El Opus se valió
de ese lobby curial,
la troyka del "cuadrilátero" (también integrado por
monseñor Dziwisz y el "grupo de los
polacos" que se convirtieron en custodios del Testamento del Pontífice
fallecido)
para controlar la mayoría de la decisiones
políticas del Papa Juan Pablo II desde que fuera instalado al frente de la Iglesia Católica en
1978.
Sus operadores más
representativos en el cónclave
de elección papal son los cardenales
Sodano, Herranz,
y Ratzinger,
quienes se encargarán de que en el Vaticano siga reinando un Papa (de la
ideología que sea) potable a las decisiones de la conexión Washington-Opus
Dei-mafia financiera ítalo-norteamericana, quien pretende
seguir manejando los destinos de la "Santa Sede".
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