(IAR-Noticias) 05-Abr-05
Por José Manuel
de Pablo Coellos*
Aquel
misionero valenciano en tierras peruanas fue por primera vez a una aldea en el
corazón de la selva. Para acceder al poblado había que superar un último repecho
por un camino pedregoso de mucha pendiente. Cuando al fin empezó a rebasar la
cima de aquella montaña donde estaba el pequeño pueblo, todo sudoroso y cansado
por la larga caminata desde donde lo había dejado la guagua, lo primero que
aquel cura asombrado vio fue un anuncio redondo y rojo de la bebida estrella y
bandera del gran coloso del norte. Bandera negra.
El páter aquel comprobó la
influencia comercial de una marca multinacional, que incluso llegaba a un sitio
donde sus pocos habitantes, todos ellos inmersos en gran pobreza, no se podían
dar lo que sería para ellos el lujo de beberse un vaso de aquella agua negra.
Así y todo, las cajas rojas llegaban al tenducho del sitio aquel, se vendieran o
no, o sea, se acabarían vendiendo, y si así no fuera, el cartel se mantendría,
hasta que el personal se convenciera de que tenía que añadir aquel refresco a
sus gustos, aunque se tratara de un territorio ya fresco de por sí, sin
necesidad sus habitantes de tonificarse estando en ambiente frío, crudo en
ocasiones.
Todo eso no importaba, sólo se
trataba de vender, de establecer un paso más en una hegemonía comercial mundial,
que como todo proceso colonizador lleva de la mano nuevas costumbres, una nueva
cultura que trata de dominar a las legendarias sabidurías establecidas desde
tiempos remotos. Colonizar y seguir siendo extraña, forastera siempre, aunque se
enmascarara como local, siendo globalista.
La bebida de la globalización
Aquel hombre de sotana blanca
comprendió eso de la globalización, aunque en los años 60, tiempo de esta
historia real, esa palabra no había adquirido la carta de naturaleza que hoy
posee. (Casi no hace falta decir que aquel curita novato entró pronto en lo que
los católicos denominan ‘teología de la liberación’: aquella tarde comprendió el
significado del término ‘liberación’, a partir de la omnipresencia de la
publicidad de la bebida negra que, dicen algunos mecánicos, tan buena es para
redimir tornillos atascados.)
A aquel personaje, el anuncio de
la botella con forma de cuerpo de mujer de la bodega le informó de colonización
cultural, de extrema pobreza, de deseos contenidos, de avaricia promocional, de
estrategia comercial indesmayable, de tantas cuestiones que afectaban
directamente en la forma de ser natural de aquellas personas serranas, que
empezaban a conocer el mundo exterior sin salir de sus cabañas, en un territorio
donde no existía agua corriente ni energía eléctrico de suministro público.
Se vende tanto este refresco de
cola, que está en todas partes, en gran cantidad de patrocinios, siempre tan
rentables (y los llaman ‘sponsoring’..., que es más mono) porque actúan en la
mente del personal, sobre todo en los más pequeños, interpretados como
consumidores potenciales, que hay que conquistar para el mercado, tantas veces
con la anuencia de sus padres. Presencia del dios mercado.
En algunos países, como en España,
no dudan sus concesionarios, que no solo fabricantes, en crear fundaciones de
tinte cultural para promocionar todavía más su producto, ahora con el barniz de
concursos y demás actividades que den un toque humanístico a la compra y
consumo, a la bebida del producto. El dios mercado se transforma en dios
consumo, que no es dispendio alimenticio un mucho memos alimentario.
Como si fuera una bebida nacional
Esto es así: en algunos países, la
bebida del norte se ha aceptado como una bebida local, nacional. Es sintomático
que México consuma más Coca-Cola que los propios Estados Unidos: para muchos
mexicanos, la Coca-Cola es tan bebida mexicana como la tequila, lo mismo que la
lengua nacional, la española, para muchos mexicanos nada tiene que ver con
España. Y quien dice México dice… Cuba, la Cuba castrista, donde por la demanda
existente, se expende, claro está, Coca-Cola fabricada en México, más allá del
bloqueo criminal de Washington, donde no parece que les preocupe la entrada de
su bebida en la isla caribeña.
No obstante, como es probable que
no haya Coca-Cola para todos, ya en su día se preocuparon de poner en el mercado
cubano una cola que sabe igual –me han dicho quienes la han probado– pero está
hecha en Canadá, con el nombre de Tropi-Cola. Como la cola es cubana, hay que
tener cola como sea, Coca o Tropi.
Es lo mismo que ha sucedido en
ambientes árabes, donde para tomar cola pero sin contenido en barras y
estrellas, han ‘inventado’ lo que han dado en llamar Meca-Cola, que lo más
probable es que le pase como a la Tropi-Cola, que sea negra y sepa igual, pero
en estos otros dos casos se burla el bloqueo intelectual que genera la
Coca-Cola. Peor, no obstante, es el bloqueo que origina en sus consumidores.
Una fotografía del Ché Guevara
Esa omnipresencia de la bebida de
las barras y las estrellas tiene algunos episodios que serían de risa si no
fueran patéticos: es la foto, por ejemplo, de una fiesta infantil de los hijos
del Che Guevara y en la mesa de la conmemoración encontramos las botellas de
este refresco en primer plano, con la estampa retratada de los niños, sus
amigos… y el mismo Ernesto Guevara, sin preocuparse por la bebida negra y
norteña. ¿Eran otros tiempos?

El pie de foto de esta imagen, que
encontramos en el libro Ché, sueño rebelde, de Editorial Celeste,
Madrid, 1997, página 146, es muy claro, no hay duda:

Los editores de este libro
laudatorio del Ché bien podrían haber sacado de la imagen lo que aquí
criticamos, pero no se ha hecho y hoy nos sirve para hacer la lectura que
estamos haciendo aquí:

En ambientes más o menos
intelectuales y de izquierdas españoles, a nadie se le ocurre tomar esa bebida,
que implica algo así como una dosis de barras y estrellas en sangre. Tal lectura
no se suela hacer en países hermanos de habla hispana. Muchos universitarios
latinoamericanos pueden tomar sus comidas acompañados de ese trago, algo que en
España, por ejemplo, casi es una aberración.
En cierta ocasión compartía mesa
con un profesor mexicano, anarquista por más señas, y el buen amigo se disponía
a rociar su colación con un vaso de esa bebida. Por amistad y respeto le
comentamos lo que por este otro lado del Atlántico leíamos en la cola yanqui;
comprendió muy bien el mensaje… y dejó de lado el líquido negro por otro de
color tinto.
Hollywood o el Cine-Cola
Esa intención incontrolable por
estar presentes en el mercado les hace en ocasiones desbordar lo aceptable. Es
el caso de una muy hermosa película turca que estos días de 2005 se ha estrenado
en las pantallas españolas, en esos cines donde los aficionados al séptimo arte
no propagandístico pueden acudir para escapar del yugo de Hollywood, que es una
especie de Cine-Cola o versión cinematográfica de la Coca-Cola.
La cinta se titula Un toque de
canela1. Narra las vivencias de una familia greco-turca y
de las delicias de la cocina turca, del dominio de los sabores, de los consejos
en torno a las especias… hasta hacer una producción que, más allá de la historia
que presenta, nos habla de gastronomía, del amor puesto en la cocina para hacer
la vida más agradable. Pues, bien, en medio de esa historia de amor con la
humanidad turca, en el momento en que el protagonista entra en la cocina para
hacer un pastel para una fiesta infantil (de nuevo, la foto del Ché) aparece la
mesa para el convite y una serie de las mismas botellas de la foto habanera… sin
respeto a los espectadores que estando encantados con la existencia de esta
película, en eso algo chirría y todo el mensaje de gastronomía y cultura lo
tiran al suelo, con esa inyección de barras y estrellas en el momento más
inesperado. Después, cuando en los créditos finales aparece la grafía griega,
ésta se rompe con el logotipo de la bebida yanqui: una especie de grito final
que perturba al espectador que estaba encantado con lo que había sentido durante
la proyección.
Cerveza versus Coca-Cola
Y alguien dice o puede decir: ¿La
Coca-Cola yanqui? ¿Y la cerveza? ¿No es alemana? ¿Qué diferencia hay entre beber
una cosa o la otra?
Hay una muy sencilla:
- La cerveza tiene una fórmula abiertaa y conocida.
- La cola de que hablamos tiene una paatente cerrada y una fórmula que nadie
conoce.
- La cerveza es una bebida genérica.
- La Coca-Cola es una marca registradaa.
- Cada vez que se bebe cerveza, hay unn dinero que va al fabricante, local o no,
que la ha fabricado: fabricado según su fórmula, según su tecnología, según sus
métodos, según sus intereses.
- Cada vez que se bebe esta cola, una parte del pago se marcha a los Estados
Unidos de América, por mediación de los concesionarios locales, que pagan unas
regalías, por producir un refresco según unas pautas determinadas, con unos
insumos ordenados, etc.
¿De qué
nos informa la imagen de la botella de Coca-Cola?
Nos informa de atropello cultural,
de imposición a-pedagógica por la fuerza de la publicidad, que en este caso no
es tal, sino propaganda, porque no sólo nos tratan de vender un producto, sino
de estropearnos la foto, la imagen, el recuerdo de momentos tan gratos como el
de sentarnos a la mesa con unos amigos a restaurar nuestro organismo de las
fatigas de la vida, con agua, leche, vino o cerveza. Nos habla de lo que supone.
Una inyección en vena de barras y estrellas, de ideología que se emite desde el
otro lado del maltrecho y reseco Río Grande. De todo eso nos habla e informa la
Coca-Cola global.
Notas:
1 <http://www.porlared.com/cinered/cine/peliculas/p04_376.html>
José Manuel de Pablos Coello*
Catedrático de Periodismo,
Universidad de La Laguna, España. director del Laboratorio de Tecnologías
de la Información y Nuevos Análisis, LATINA
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