l presidente
mismo ha usado este término ocasionalmente durante estos años, utilizándolo
para describir los intentos de los extremistas musulmanes de crear "un imperio
totalitario que niega toda libertad política y religiosa". Aunque quizá haya
cientos, incluso miles de individuos perturbados y suicidas que comparten esta
visión ilusoria, el mundo en la actualidad se enfrenta a una amenaza más
sustancial y universal que podría ser denominada: energo-fascismo, o la
militarización de la lucha mundial por los siempre menguantes suministros
energéticos.Al contrario que el islamo-fascismo, el energo-fascismo, con el
tiempo, acabará afectando a todas y cada una de las personas en este planeta.
O bien nos veremos obligados a financiar o a participar en guerras en el
extranjero para asegurar suministros vitales de energía, como el conflicto
actual en Irak, o bien nos veremos a merced de aquellos que controlen el grifo
energético, como los clientes del monstruo energético ruso Gazprom en Ucrania,
Bielorrusia y Georgia; o bien, más pronto o más tarde nos encontraremos en
constante vigilancia por parte del estado, no sea que consumamos más de
nuestra parte asignada de gasolina o nos dediquemos a transacciones ilícitas
con la energía. Esto no es simplemente una pesadilla de ciencia ficción, sino
una realidad que potencialmente abarca todos los aspectos de la vida y cuyos
rasgos básicos, que están pasando ampliamente inadvertidos, se están revelando
hoy en día:
Entre estos rasgos se incluyen:
-
La transformación del ejército de EE.UU. en un servicio mundial de
protección del petróleo cuya misión principal es defender las fuentes de
suministro de petróleo y gas natural de EE.UU. en el extranjero, mientras
vigilan los principales gaseoductos y rutas de suministro del mundo.
-
La transformación de Rusia en un superpoder energético , con
control sobre los mayores suministros de petróleo y gas natural de Eurasia y
con la determinación de convertir estos recursos en una fuerza creciente de
influencia política sobre los estados vecinos.
-
La pelea despiadada entre los superpoderes por las reservas de
petróleo, gas natural y uranio que queden en África, América Latina, Oriente
Medio y Asia, acompañada de cada vez más frecuentes intervenciones
militares, la constante instauración y cambio de regímenes clientes,
corrupción y represión sistemática, y el continuo empobrecimiento de la gran
mayoría de los que tienen la mala suerte de vivir en esas regiones ricas en
energía.
-
Creciente intromisión y vigilancia de la vida privada y pública
al crecer la dependencia de la energía nuclear, que trae consigo un aumento
de la amenaza de sabotajes, accidentes y el desvío de materiales que se
pueden fisionar a manos de proliferadores nucleares ilícitos.
Juntos, estos fenómenos y otros relacionados, constituyen las
características básicas de un resurgente energo-fascismo mundial. Aunque
puedan parecer dispares, todas ellas comparten una característica común: una
creciente participación del estado en la obtención, transporte y asignación de
suministros de energía, acompañado por una mayor inclinación a emplear la
fuerza contra aquellos que se resistan a las prioridades del estado en estas
áreas. Como en el fascismo clásico del siglo veinte, el estado asumirá un
control cada vez mayor sobre todos los aspectos de la vida pública y privada
buscando lo que se dice ser un interés nacional esencial: la adquisición de
energía suficiente para mantener la economía y los servicios públicos
funcionando (incluyendo el ejército).
El interrogante de la demanda / suministro
Tendencias como éstas, poderosas y que, potencialmente, pueden cambiar el
mundo no ocurren porque sí. Los rastros del ascenso del energo-fascismo se
pueden encontrar en dos fenómenos principales: un choque inminente entre la
demanda y los suministros de energía, y la histórica migración del centro de
gravedad de producción energética planetaria del norte al sur.
Durante los últimos 60 años, la industria internacional de energía ha
conseguido con éxito satisfacer la creciente sed de energía mundial en todas
sus formas. Sólo en lo referente al petróleo, la demanda mundial pasó de 15 a
82 millones de barriles al día entre 1955 y 2005, un aumento del 450%. La
producción mundial creció en una cantidad similar en esos años. Se espera que
la demanda mundial siga creciendo en la misma proporción, si no más rápido, en
los años venideros, impulsada en gran medida por la creciente influencia de
China, India y otros países en desarrollo. No hay, sin embargo, ninguna esperanza
de que la producción mundial pueda mantener ese ritmo.
Muy al contrario: un creciente número de expertos en energía creen que la
producción mundial de crudo "convencional" (liquido) pronto alcanzará un cenit quizá tan pronto como en 2010 o
2015, y entonces comenzará una disminución irreversible. Si esto resulta ser
verdad, ninguna cantidad de arenas de alquitrán canadienses, esquistos
bituminosos, u otras fuentes "no convencionales" podrán evitar una escasez
catastrófica de combustible-líquido al cabo de una década más o menos, lo que
producirá un trauma económico general. El suministro mundial de otros
combustibles primarios, como el gas natural, el carbón y el uranio no
disminuirán tan rápidamente, pero todos estos materiales son finitos y en un
momento dado serán escasos.
El carbón es el más abundante de los tres; si se consume al ritmo actual,
se puede esperar que dure quizás otro siglo y medio más. Sin embargo, si se
utiliza para reemplazar al petróleo (en varios proyectos 'carbón a líquido'),
desaparecerá mucho más rápido. Por supuesto esto no tiene en cuenta la
contribución desproporcionada que tiene el carbón en el calentamiento global,
si no se cambia la forma en la que se quema en las centrales eléctricas, el
planeta será inhabitable mucho antes de que se agote la última mina de carbón.
El gas natural y el uranio sobrevivirán al petróleo en una década o dos
más, pero finalmente, también alcanzarán su cenit de producción y comenzaran a
disminuir. El gas natural simplemente desaparecerá, como el petróleo;
cualquier escasez futura de uranio se puede, en alguna medida, superar
mediante una mayor utilización de reactores generadores, que producen plutonio
como producto derivado; esta sustancia puede, a su vez, ser usada como
combustible en un reactor. Pero cualquier aumento en el uso de plutonio puede
también incrementar ampliamente el riesgo de proliferación de armas nucleares,
creando un mundo mucho más peligroso y el correspondiente requerimiento para
que los gobiernos descuiden todos los aspectos de la energía nuclear y su
comercio.
Dichas posibilidades futuras están generando una gran ansiedad entre los
funcionarios de las principales naciones consumidoras de energía,
especialmente los EE.UU., China, Japón y los poderes europeos. Todos estos
países han llevado a cabo grandes revisiones en su política energética durante
los últimos años, y todos han llegado a la misma conclusión: ya no se puede
depender sólo de las fuerzas de mercado para satisfacer los requisitos
energéticos esenciales nacionales, y por eso, el estado debe asumir cada vez
más responsabilidad para llevar a cabo la tarea. Ésta fue, por ejemplo, la
conclusión fundamental de la
Política Energética Nacional adoptada por el gobierno de Bush el 17 de
mayo de 2001 y que se ha seguido servilmente desde entonces, igual que la
postura oficial del régimen comunista chino. Cuando se encuentra resistencia a
esas políticas, además, los funcionarios del gobierno ejercen el poder del
estado con más regularidad y con más mano dura para conseguir sus objetivos
bien a través de sanciones comerciales, embargos, arrestos e incautaciones, o
bien a través del uso de la fuerza directa. Esto forma parte de la explicación
de la aparición del energo-fascismo.
Su crecimiento también está impulsado por el cambio geográfico de la
producción de energía. En una época, la mayoría de los pozos más importantes
de petróleo del mundo se encontraban en Norteamérica, Europa y los sectores
europeos del Imperio Ruso. Esto no era una casualidad. Las compañías
energéticas más importantes preferían operar en países hospitalarios,
cercanos, relativamente estables y sin inclinaciones a privatizar los
depósitos energéticos. Pero estos depósitos hace tiempo que han sido mermados
y las únicas áreas todavía capaces de satisfacer la creciente demanda mundial
están en África, Asia, América Latina y en Oriente Medio.
Casi todos los países en estas regiones han estado sujetos al dominio
colonial y todavía abrigan una profunda desconfianza hacia la implicación
extranjera; algunos también albergan grupos étnicos separatistas,
insurgencias, o movimientos extremistas que los hacen poco hospitalarios para
las compañías petroleras extranjeras. Por ejemplo, la producción de petróleo
en Nigeria ha sido reducida bruscamente durante los últimos meses debido a una
insurgencia en el empobrecido Delta del Níger. Ha sido dirigida por miembros
de los grupos tribales pobres que han sufrido terriblemente por la devastación
medioambiental causada por las operaciones de la compañía petrolera en su
medio, mientras recibían pocos beneficios tangibles resultado de los ingresos
del petróleo; la mayor parte de los beneficios que se quedan en el país son
robados por las elites gobernantes en Abuja, la capital. Si combinamos esta
clase de resentimiento local con una falta de seguridad y, a menudo, grupos
gobernantes inestables, no es sorprendente que los lideres de las principales
naciones consumidoras hayan tomado cartas en el asunto cada vez más a menudo,
preparando acuerdos preferentes con las obedientes autoridades locales y
facilitando protección militar, donde sea necesario, para asegurar una entrega
segura del petróleo y del gas natural.
En muchos casos, esto ha resultado en el establecimiento de unas relaciones
benefactor-cliente impulsadas por el petróleo, entre las principales naciones
consumidoras y sus principales suministradores, similares al hace ya tiempo
establecido protectorado de EE.UU. en Arabia Saudita y el más reciente apoyo
de EE.UU. a Ilham Aliyev,
el presidente de Azerbaiyán. Tenemos ya el comienzo del equivalente energético
de la clásica carrera armamentística, combinado con muchos de los elementos
del "Gran Juego" que una vez jugaron los poderes coloniales en algunas de las
mismas partes del mundo. Militarizando las políticas energéticas de las
naciones consumidoras y aumentando las habilidades represivas de los regímenes
clientes, se está comenzando a colocar los cimientos para un mundo energo-fascista.
El Pentágono: Un Servicio de Protección de Petróleo Mundial.
La expresión más significativa de esta tendencia ha sido la transformación
del ejercito de EE.UU. en un servicio mundial de
protección de petróleo cuya función principal es proteger los suministros
de energía en el extranjero junto con su sistema mundial de distribución
(oleoductos y gaseoductos, buques cisterna y rutas de suministro). Esta misión
conjunta se articulo en un principio por el presidente Jimmy Carter en enero
de 1980, cuando describió el flujo de petróleo del Golfo Pérsico como un
"interés vital" para los EE.UU., y afirmó que este país emplearía "cualquier
medio necesario, incluyendo la fuerza militar" para vencer cualquier intento
de bloquear este flujo por parte de un poder hostil.
Cuando el presidente Carter emitió este edicto, pronto llamado la Doctrina Carter,
los EE.UU. no poseían ninguna fuerza capaz de llevar a cabo esta tarea en el
Golfo. Para llenar este vacío, Carter creo una nueva entidad, el (RDJTF en sus siglas en inglés), una mezcla de fuerzas con base en EE.UU. creadas
especialmente para su posible empleo en Oriente Medio. En 1983, el presidente Reagan transformó el RDJTF en el Comando Central
(Centcom), que es el nombre que lleva en la actualidad. El Centcom ejerce el mando sobre todas las fuerzas de combate de EE.UU.
desplegadas en la zona del Golfo Pérsico, incluyendo Afganistán y el Cuerno de África. En la actualidad, el Centcom
está principalmente ocupado con las guerras de Irak y Afganistán, pero nunca ha dejado de lado su papel original de
vigilancia del flujo de petróleo del Golfo Pérsico de acuerdo a la
Doctrina Carter.
En la actualidad, se dice que el mayor peligro para el flujo de petróleo
del Golfo Pérsico proviene de Irán, que ha
amenazado con bloquear los envíos de petróleo a través del vital Estrecho de
Hormuz (el estrecho pasaje en la entrada al Golfo) en caso de un ataque aéreo
estadounidense en sus instalaciones nucleares. Como posible anticipación a un
movimiento de tales características, el Pentágono ha ordenado recientemente el
envío de fuerzas aéreas y navales adicionales al Golfo y ha sustituido al
General John Abizaid , Comandante del Centcom, quien estaba a favor del
compromiso diplomático con Irán y Siria, por el Almirante William
Fallon, Comandante del Mando del Pacífico (Pacom) y un experto en
operaciones aéreas y navales combinadas.
Fallon llegó al
Centcom justo cuando el presidente Bush, en un
discurso a la nación televisado el 10 de enero, anunció el despliegue un
grupo de batalla de portaaviones en el Golfo y advirtió de duras acciones
militares contra Irán si no dejaba de apoyar a los insurgentes en Irak y no
cesaban sus intentos de adquirir tecnología para enriquecer uranio.
Cuando la Doctrina Carter se promulgó por primera ven en 1980, iba dirigida
principalmente al Golfo Pérsico y a las aguas circundantes. En los últimos
años, sin embargo, los políticos estadounidenses han llegado a la conclusión
de que EE.UU. debe extender esta clase de protección a todas las regiones
productoras de petróleo importantes en el mundo subdesarrollado. La lógica
para una Doctrina Carter de escala global se describió por primera vez en un
informe de un grupo de trabajo bipartito, "La Geopolítica de la Energía",
publicado por el Centro de Estudios
Estratégicos e Internacionales (CSIS), con sede en Washington, en
noviembre 2000. Debido a que los EE.UU. y sus aliados son cada vez más
dependientes de los suministros de energía de proveedores extranjeros
inestables, el informe llegaba a la conclusión, "Los riesgos geopolíticos que
acompañan a la disponibilidad de energía no parece que vayan a corregirse".
Bajo estas circunstancias, "los EE.UU., como único superpoder en el mundo,
deben aceptar sus responsabilidades especiales para salvaguardar el acceso a
los suministros de energía en todo el mundo".
Esta manera de pensar, adoptada por Demócratas y Republicanos por igual,
parece haber gobernado el pensamiento estratégico de EE.UU. desde finales de
los 90. Fue el presidente Clinton el primero en poner esta política en
funcionamiento, extendiendo la Doctrina Carter a la cuenca del Mar Caspio. Fue
Clinton quien declaró originalmente que el flujo de petróleo y gas del Mar
Caspio hacia Occidente era una prioridad de seguridad para EE.UU., y quien,
con esos objetivos, estableció lazos militares con los gobiernos de
Azerbaiyán, Georgia, Kazajstán, Kirguizistán y Uzbekistán. El presidente Bush
ha mejorado estas relaciones considerablemente, estableciendo de esta manera
una buena base para la presencia permanente del ejercito de EE.UU. en la
región, pero es importante considerarlo como un intento bipartito, de acuerdo
con la creencia compartida de que la protección del flujo de petróleo mundial
es cada vez más que una función vital, es la función vital del ejercito
estadounidense.
Más recientemente, el presidente Bush ha extendido el alcance de la
Doctrina Carter al oeste de África, en la actualidad una de las fuentes
principales de petróleo para los EE.UU. Se ha dado especial énfasis a Nigeria,
donde las tensiones en el Delta (donde se encuentran la mayoría de los campos
petrolíferos tierra adentro del país) han ocasionado un descenso importante en
la producción. "Nigeria es la quinta fuente más importante de petróleo para
EE.UU.", según la Justificación de Presupuesto del Congreso para Operaciones
en el Extranjero del Departamento de Estado del Año Fiscal 2007 "y una
interrupción en el suministro de Nigeria representaría un duro golpe para la
estrategia de seguridad petrolífera de EE.UU.". Para prevenir dicha
interrupción, el Departamento de Defensa está proporcionando al ejercito
nigeriano y a las fuerzas de seguridad internas numerosas armas y equipo con
la intención de sofocar las tensiones en la región del Delta; el Pentágono
también está
colaborando con el ejercito nigeriano en un número de patrullas y
vigilancia con el objetivo de mejorar la seguridad en el Golfo de Guinea,
donde se encuentran la mayor parte de los campos marítimos de petróleo y gas
del oeste de África.
Por supuesto, los oficiales de alto rango y la elite de la política
exterior generalmente odian reconocer estas motivaciones tan insensibles para
la utilización de la fuerza militar; prefieren hablar de extender la
democracia y luchar contra el terrorismo. Pero de vez en cuando, una pista de
esta profunda convicción basada en la energía sale a la luz. Especialmente
revelador es un informe de la fuerza operante del Consejo de Relaciones Exteriores sobre
"Consecuencias para la Seguridad Nacional de la Dependencia en el Petróleo de
EE.UU." . Copresidido por el antiguo Secretario de Defensa James R.
Schlesinger y el antiguo director de la CIA John Deutsch, y aprobado por un
grupo de políticos de elite de ambos partidos, el informe proclamaba las
típicas llamadas a ignorar sobre eficiencia energética y conservación, pero
luego terminó con la nota militarista, manifestada por primera vez en el
informe CSIS de 2000 (también copresidido por Schlesinger): "Varias
operaciones de rutina del ejercito de EE.UU. desplegado regionalmente
(presumiblemente por el Centcom y Pacom) han realizado contribuciones
importantes para mejorar la seguridad energética, y la continuación de dicho
trabajo será necesaria en el futuro. La protección de vías de transporte por
mar del petróleo por parte del ejercito naval de EE.UU. es de suma
importancia". El informe también exige una intensificación del compromiso
naval de EE.UU. en el Golfo de Guinea en la costa de Nigeria.
Cuando expresan esas opiniones, los políticos estadounidenses adoptan a
menudo una postura altruista, proclamando que los EE.UU. están llevando acabo
"un bien social" cuando protegen el flujo de petróleo global en nombre de la
comunidad mundial. Pero esta postura altiva y altruista ignora aspectos
cruciales de la situación:
Primero, los EE.UU. son el primer "devorador" de petróleo mundial,
consumiendo uno de cada cuatro barriles de petróleo que se consumen al día en
el mundo.
Segundo, los oleoductos y rutas navales que protegen los soldados y marines
estadounidenses poniendo en peligro sus vidas y su integridad física son
principalmente aquellas orientados hacia los EE.UU. y aliados cercanos como
Japón y los países de la OTAN.
Tercero, son, a menudo, las compañías con base en EE.UU. las que son
protegidas por el ejército estadounidense en operaciones en el extranjero en
áreas peligrosas, de nuevo con un gran riesgo para el personal militar
implicado.
Cuarto, el Pentágono es en sí mismo el mayor "devorador" de petróleo en el
mundo, consumiendo 134 millones de barriles de petróleo en 2005, tanto como
Suecia.
Así que aunque es verdad que otros países puedan obtener algunos beneficios
de las actividades militares estadounidenses, los principales beneficiarios
son la economía estadounidense y las corporaciones gigantes de EE.UU.; los
primeros perdedores son los soldados estadounidenses que arriesgan sus vidas
cada día para proteger los oleoductos y las refinerías, los pobres en esos
países que ven poco o ningún beneficio de la extracción de sus reservas
naturales, y el medio ambiente mundial en general.
El coste de esta empresa gigante, tanto en sangre como material, es enorme
y sigue subiendo. Para empezar, hay una guerra en Irak que puede haberse
comenzado por varios motivos, pero que, al final, no se puede separar de la
histórica misión, en un principio dispuesta por el presidente Carter, para
eliminar cualquier amenaza potencial al libre flujo de petróleo desde el Golfo
Pérsico. Un ataque a Irán también podría tener una serie de motivos, pero,
también, estaría ligado a esta misión en un análisis final, incluso si tuviese
el efecto perverso de bloquear los suministros de petróleo, elevando los
precios de la energía, y llevando a la economía mundial a caer en picado. Y es
seguro que habrá más guerras sobre el petróleo después de éstas, con más
victimas estadounidenses y más victimas de mísiles y balas estadounidenses.
El coste en dólares también será grande. Incluso si la guerra en Irak queda
excluida de la cuenta, los EE.UU. gastan más o menos un cuarto de su
presupuesto de defensa, unos 100 mil millones de dólares al año, en gastos
relacionados con el Golfo Pérsico, aproximadamente el precio anual para
aplicar la Doctrina Carter. Se puede discutir sobre qué porcentaje del
aproximadamente billón de
dólares de coste de la guerra de Irak se debería añadir a esta cuenta,
pero seguramente estamos hablando de un mínimo de muchos cientos de miles de
millones sin un final a la vista. La protección de oleoductos y rutas navales
en el Océano Indico, Pacífico, el Golfo de Guinea, Colombia y la región del
Mar Caspio añaden otros miles de millones adicionales a la cifra.
Estos costes crecerán en un futuro ya que los EE.UU. serán,
previsiblemente, cada vez más dependientes de la energía que proviene del sur,
y la resistencia a la explotación de sus campos petroleros por parte de
Occidente crezca, y cuando se acelere la carrera energética contra las
recientemente ascendentes China e India, y según las elites de la política
exterior dependan cada vez más del ejercito estadounidense para superar esta
resistencia. Al final, la subida de estos costes necesitará elevar los
impuestos o reducir los beneficios sociales, o ambas cosas, y en algún
momento, la creciente necesidad de recursos humanos para vigilar estos campos
petrolíferos, refinerías, oleoductos, rutas marítimas podrían suponer la
reanudación del servicio militar obligatorio. Esto generará resistencia
generalizada a estas políticas internas, y esto, a su vez, puede desencadenar
toda clase de medidas represivas del gobierno que podrían arrojar una sombra
mucho más oscura de Energo-fascismo sobre nuestro mundo.