No
todos los libaneses quieren que se retiren las tropas
sirias, o que su país se ajuste a los planes
norteamericanos para Oriente Próximo. Y así pretende
recordarlo el partido integrista proiraní Hizbolá, que ha
convocado una manifestación de masas para mañana en
protesta «por las injerencias extranjeras» y para rendir
tributo a la «amistad siria».
El Líbano es un pequeño universo en el que conviven los
jóvenes que sueñan con París y otros frenesís
occidentales, junto a los barbudos islamistas que se
consideran en guerra santa contra Israel. Los
manifestantes que acampan en la plaza de los Mártires para
exigir la retirada siria se solidarizan con los primeros.
Los chiíes, que son la comunidad más numerosa del Líbano,
se sienten más cerca de Hizbolá (el «partido de Dios»)
pese a que EE.UU. los catalogue como «grupo terrorista».
Aunque la trama libanesa es muchísimo más compleja. Los
cristianos, en general, quieren la retirada de las tropas,
pero también los hay que se manifiestan por la noche dando
voces de alabanza a Siria y a su presidente, Bashar al-Assad.
Muchos suníes, aunque son musulmanes, se reúnen junto a
los cristianos en la plaza de los Mártires para pedir la
salida del Ejército sirio. Y ya al margen de comunidades,
hay libaneses que lo que quieren es que se marchen los
inmigrantes sirios, que se buscan la vida en el más
próspero Líbano bajo el alero de la tutela política de
Damasco. O que se acabe con la corrupción y el atasco
económico.
El «policía» sirio
Hay analistas que temen que este embrollo degenere en otra
guerra de todos contra todos, como la que sacudió el país
durante quince años. Entre estos últimos, algunos
prefieren, como mal menor, que no se retire demasiado
lejos el «policía» sirio que les impida el entredegüello.
O que, como nos dijo Abdul, regente de un café: «Dios
quiera que todas las naciones del mundo nos dejen en paz».
El líder de Hizbolá, el jeque Hassan Nasralah, convocó
ayer a la Prensa en el restaurante La Perla, en el feudo
chií de Beirut, para advertir: «En las manifestaciones de
estos días puede haber 10.000 o 50.000 personas. Pero
ellos no son el Líbano ni representan a todo el Líbano». Y
para demostrarlo, convocó a los suyos a venir en masa
también mañana a las inmediaciones de la plaza de los
Mártires.
En realidad, el número de manifestantes contra Siria del
pasado sábado era mucho menor que las cifras de Nasralah.
Y dada la capacidad de convocatoria de Hizbolá entre los
chiíes, no parece difícil que los integristas puedan
organizar una marcha tan multitudinaria o más que las
celebradas hasta ahora contra Damasco. Nasrala sentenció:
«La política de EE.UU. es una fotocopia de la de Israel...
Y lo que quieren EE.UU. e Israel es sumir el Líbano en el
caos». El jeque no puso el acento tanto sobre Siria como
en la renuncia de Hizbolá a desarmarse y su determinación
de seguir atacando a Israel.
Política
antiisraelí
A Hizbolá le parece muy bien que haya un repliegue de las
fuerzas sirias, siempre que ello no le impida proseguir su
guerra particular desde el sur del país. Y entre los
políticos partidarios de la salida de Siria, no todos
tienen en mente los planes norteamericanos. Hay también
quienes acarician la idea de combinar la retirada de
tropas con la preservación de una política ferozmente
antiisraelí. En el Líbano es siempre la complicación la
que manda.
Eso sí, como se conocen, durante estos días, todos,
manifestantes y líderes, han dejado en el desván los
emblemas de sus comunidades y han enarbolado la unitaria
bandera del cedro. También lo hizo el barbudo Nasralah,
como si quisiera dejar sentado que él es tan patriota como
devoto.
Ante este panorama, las tropas sirias deben comenzar hoy
su repliegue hacia el valle de la Bekaa, al noreste del
país. El pistoletazo de salida será la entrevista que
mantendrá el presidente libanés, el prosirio Emile Lahoud,
con Bashar al-Assad. Y a continuación, el propio Lahoud
intentará formar nuevo Gobierno para procurar salir del
actual marasmo y preservar los puentes con Damasco.