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NORTEAMERICA  

 

Ruinas, desolación y muerte a las orillas del río Mississippi

 
 

(IAR-Noticias)  02-Sept-05

El Katrina sembró a su paso la destrucción total. Clarín recorrió la ciudad de Biloxi. Se ven casas desgajadas, tejados volados, autos aplastados por árboles caídos. No hay luz y escasean los alimentos.

Por Hinde Pomeraniec - Clarín

Bob Mahoney mueve la cabeza de un lado al otro y dice que no piensa irse y que se va a quedar hasta que su casa vuelva a ser la misma. Aquí, sobre la costa de Biloxi que da al Golfo de México, un escenario de vida y ocio que en una tarde se convirtió en ruinas, probablemente nada vuelva a ser igual, a pesar del deseo de Bob.

El paso del huracán Katrina, el lunes, trajo muerte y destrucción a esta playa que supo ser el lugar de entretenimiento de legiones de turistas, con varios casinos y hoteles que procuraban darle un aire de desentendido placer a quienes se llegaban hasta este punto de Mississippi. Pero Bob vivía aquí con su familia y hoy está sentado en una silla desvencijada en el medio de la basura que se amontona, acostumbrándose sin quererlo a un olor nauseabundo y mirando incrédulo lo que quedó de su casa, una construcción tradicional de esta región con ocho departamentos, de los cuales él y su familia usaban tres para vivir.

Los Mahoney eran también los dueños del pub y el restaurante de la planta baja que lleva su apellido y sobre cuyo frente, ajena a la catástrofe, aún se lee orgullosa la leyenda "Abierto las 24 horas".

"Esto fue sin dudas peor que Camile", dice Bob, en referencia al huracán que en 1969 golpeó también con furia estas costas y que hasta ahora se consideraba el más dañino en la historia del país. Se lo ve aturdido y golpeado pero no vencido. Por ahora, en esto que supo ser una casa tienen agua y también comida porque están alimentándose con la mercadería que había en el negocio.

Con aerosol verde y de su puño y letra fue el mismo Bob quien rasguñó en una pared "we will be back" (volveremos), una expresión de resistencia que contrasta con su rostro apesadumbrado.

Josh, su sobrino, me acompaña a un macabro paseo por los escombros en los alrededores. Pelo oscuro, dientes superiores pronunciados, que se esfuerzan por no salirse de la boca, combina el saber de guía turístico con el pesar de un damnificado. ¡Ay! lo que muestra tritura el corazón: es la huella de lo que fue una empresa familiar y hoy es un montón tras otro de mugre que ya comienzan a recoger un grupo de topadoras. Hay cuervos que sobrevuelan la zona en busca de carroña.

"El gobierno está ayudando primero a los que están bajo el agua: aquí nos destruyó el viento", dice en un lamento el chico de unos 17 años. A un costado, lo que era el Medical Plaza Building es hoy un esqueleto de hierros retorcidos. En lo que fue su estacionamiento, entre montañas de bloques de cemento, ladrillos y azulejos de baños y cocina, se ven objetos diversos y cotidianos. Inodoros, lavabos, bañaderas, colchones, una caja fuerte que ya nada oculta; máquinas expendedoras de gaseosas, adornos navideños, un frasco con canela en rama. Ropa sin dueño, el títere de una bruja, cables, faroles, escaleras, espejos. Un casco blanco de operario reluce en medio de la basura. Adentro tiene dos credenciales que cuentan que hasta el lunes perteneció a Stan Wielgofz, operario de una empresa contratista que trabajaba para el Hard Rock Café Hotel y Casino que está sobre la playa. Sobre la explanada del Hard Rock, hoy vacío como alma en pena, una guitarra inmensa violeta y roja sigue invitando a pasar.

Khoa Tran tiene rasgos orientales y muestra en sus 14 años su fastidio. "Mis padres se han quedado sin trabajo", dice y cuenta que, aunque su casa —ubicada a unas 6 cuadras de la playa— no se vino abajo, es riesgoso para ellos estar adentro. "Ahora sí que nos quedamos sin nada", dice y se queda mirando el mar.

"Es una verdadera pena todo esto ¿no?", comenta bajando de su bicicleta Phil, de 45 años, frente a la puerta del hotel Beau Rivages, una mole de varios pisos que se levanta en la costa y en donde trabajaban tres argentinos de los que no se tienen noticias.

El es de Tallahassee (Florida), pero tiene una casa de vacaciones aquí, que sufrió daños, pero "al menos está en pie". Cuando sabe que su palabra será leída en Argentina, se sorprende y cuenta que su hermano es dueño de viñedos en San Juan y que está abandonando este país para instalarse allí. "Seguiremos tomando buenos vinos", se despide.

Los helicópteros militares que llegan a la región trayendo ayuda sacuden a cada rato la falsa paz de los que quedaron sin habla.

En la ruta 10, viniendo desde Mobile, un convoy de la Guardia Nacional integrado por varios vehículos aguardaba para seguir viaje hasta la zona del desastre. Las estimaciones sostienen que el área total afectada es de 250.000 kilómetros cuadrados, casi las dimensiones de Gran Bretaña.

Caminar por este centro de Biloxi es adaptar a cada paso los ojos a la destrucción total. Casas desgajadas, tejados volados o hundidos; paredes de madera derribadas, pocas personas en la calle, salvo curiosos y periodistas de todo el mundo. Coches aplastados como ese Cadillac azul de techo vinílico blanco, hundido en un mar de árboles arrancados, latas y botellas.

El calor adormece los sentidos aunque no lo consigue con el olfato: mucha basura, mucha humedad , mucha muerte. Los ár boles que aún están en pie portan como souvenirs de la furia de Katrina bolsas de plástico de todos los colores, que les dan un siniestro espíritu navideño, una mezcla curiosa de película de Fellini con su mar de celofán para Casanova y el más negro de los filmes de Tim Burton.

Visten de verde y llevan un cartelito con su nombre que indica que son médicos. "Usted está frente a los dos únicos cirujanos de este condado", dice Gary, pelirrojo con ganas en lo que le queda de cabello y muy atento. El y su compañero se desplazan por la ciudad buscando heridos que por su condición no han podido salir a pedir ayuda. Cuentan que los evacuados están en albergues del norte de la ciudad que, como el resto de la región afectada por el huracán, padece por la falta de luz y petróleo.

Las colas para cargar nafta parecen larguísimos hormigueros de kilómetros y kilómetros. El racionamiento es dieta obligatoria. A los costados de las rutas comienzan a verse autos abandona dos por sus dueños porque la sed de nafta los venció.

Es otra paradoja de este episodio, pero la furia de la naturaleza —simple, implacable, arcaica—doblegó toda la parafernalia asociada con la más alta tecnología moderna: no hay Internet ni comunicaciones. Incluso el uso de celulares es algo imposible. Pero sus dueños no están desaparecidos: simplemente, los aparatos no funcionan.

Era blanco y bello este edificio desdentado por la furia de Katrina. "Hotel Magnolia", dice y por su espíritu y su decadencia es imposible no recordar enseguida a Tara, aquella residencia en ruinas durante la Guerra de Secesión de Scarlett O'Hara, la protagonista de "Lo que el viento se llevó". Vaya ironía ese título hoy, aquí, ahora.

Los casi 500.000 habitantes de Biloxi quedaron desamparados. A centímetros del frente de una casa, un barco verde y blanco tomó posición forzada en tierra, a unos 200 metros de su estacionamiento original de agua. Otra embarcación, un enorme casino flotante, terminó con su omnipotente figura parada en la ruta.

Sobre la playa, en cambio, un piano, copas, restos de alimentos envasados. Fragmentos de sillas, ventiladores, algún cubierto. Hay más de 40 grados y comienza a llover. Pero nadie imagina que el agua del cielo pueda apagar tanto desconsuelo.
 

 

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