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NORTEAMERICA  

 

Para los líderes corporativos de EEUU, 2005 marca una nueva era

 
 

(IAR-Noticias)  29-Dic-05                                   The Wall  Street Journal

Puede ser que el año 2005 quede registrado en los libros de historia de los negocios como lo que fue 1989 para la historia geopolítica. En 1989, la caída del Muro de Berlín marcó el final de un orden. En 2005, la caída de una serie de poderosos presidentes ejecutivos indica lo mismo.

La lista de los líderes depuestos es larga y las circunstancias de sus caídas son diversas. Pero hay dos que destacan, debido a la altura desde la cual cayeron y por la sorpresa, e incluso desconcierto, con el que se enfrentaron a su destino: Carly Fiorina y Maurice "Hank" Greenberg.

A inicios de año, ambos estaban en la cumbre del poder corporativo. Ella era la presidenta ejecutiva de Hewlett-Packard, ampliamente reconocida como la mujer más poderosa del mundo de los negocios. El era el autoritario presidente ejecutivo de American International Group, una compañía global de seguros que él mismo había construido y dirigido por más de tres décadas. Pero en menos de tres meses ambos estaban fuera de sus cargos. Y hacia fines de año, ambos continuaban con una actitud de sorpresa, enojo y convicción de que algo había cambiado para mal en el mundo de los negocios.

Una parte importante de su sorpresa proviene del hecho de que fueron despedidos por juntas directivas que, en buena parte, escogieron ellos mismos. Ambos ostentaban el cargo de presidente de la junta, sugiriendo que ellos controlaban a los directores y no al revés.

Pero en diciembre de 2004 y enero de 2005, los directores de Fiorina tuvieron una serie de conversaciones telefónicas para evaluar su desempeño, sin que ella estuviera presente o siquiera enterada. Cuando tres directores la visitaron el 10 de enero para presentar las quejas de la junta, una de las cuales era respecto de su pobre comunicación con la junta, ella se mostró sorprendida. Pese a que las preocupaciones de la junta fueron retratadas en la primera página del The Wall Street Journal dos semanas después, Fiorina seguía sin creer que su trabajo estaba en peligro. Se sentía lo suficientemente confiada como para asistir a la reunión anual en Davos, Suiza. Cuando le pedí que me describiera su relación con la junta, ella respondió con una sola palabra: "Excelente".

La revuelta de la junta de AIG también tomó por sorpresa a Greenberg. Frank Zarb, el principal director independiente, era un amigo de mucho tiempo y cuya carrera se había beneficiado del apoyo de Greenberg. El presidente ejecutivo se sintió tan confiado que rechazó la invitación de Zarb para asistir a la crítica reunión de la junta en marzo. Ahí se iban a discutir los problemas de la compañía causados por una investigación del fiscal general de Nueva York, Elliot Spitzer, y de la Comisión de Bolsa y Valores de EE.UU.

Greenberg prefirió irse de vacaciones a los cayos de Florida, llamando ocasionalmente. Cuando durante el curso de esa reunión de 10 horas se comenzó a evidenciar que su puesto estaba en peligro, Greenberg criticó duramente a la junta a través del teléfono por "ser liderados por un montón de abogados que ni siquiera saben deletrear la palabra seguros".

Pero esta historia va más allá de una simple batalla entre las juntas y presidentes ejecutivos. De cierta forma, las juntas estaban atrapadas en medio de sus propias presiones: los nuevos requerimientos legales de la ley Sarbanes-Oxley, las nuevas amenazas a su responsabilidad que son consecuencia de los escándalos de Enron y WorldCom, y las nuevas presiones de los accionistas que sienten que las juntas deberían estar cumpliendo con sus deseos, pero no lo hacen. Algunos directores reconocen que el miedo fue un factor de motivación.

Greenberg, quien en estos días no vacila en contar su historia, culpa a los abogados por diseminar ese miedo. También hubo otros protagonistas en el drama de este año. La discordancia interna, los fondos de cobertura y la opinión pública también desempeñaron su parte en socavar el prestigio de la presidencia ejecutiva.

Sume todo esto y el cambio está claro. Ser un presidente ejecutivo en una de las grandes compañías que cotizan en Bolsa se ha convertido en un trabajo desagradable, brutal y breve (aunque sigue siendo, en la mayoría de casos, absurdamente bien remunerado). Algunos ven este cambio como un giro positivo: ayuda a prevenir abusos del tipo Enron-WorldCom y otorga a los accionistas una mayor capacidad de decisión sobre cómo se usa su dinero. Otros ven en este cambio algo malo, al sacar de la gerencia de las grandes compañías a los más capaces para dirigirlas. Pero de cualquier forma, es un nuevo mundo.

Por Alan Murray
The Wall Street Journal


 

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