|
(IAR-Noticias)
21-Nov-05
Por Manuel
Freytas - manuelfreytas@iarnoticias.com
El
negocio "diversificado" de la conquista militar
Argumentado
las crecientes dificultades que encuentra el Pentágono para reclutar soldados
que combatan en las guerras de conquista de Bush, los estrategas de la defensa
de EEUU han desempolvado un proyecto de privatización de las fuerzas armadas
norteamericanas salido de la galera creativa del vicepresidente Dick Cheney.
Como se sabe, durante la era Bush-Cheney-Rumsfeld,
y con el lobby judío de los neocon operando a full en Washington, la
combinación de la guerra con los negocios capitalistas (invasión
militar=conquista de nuevos mercados) adquirió un grado de perfección que supera
y sintetiza todo lo conocido hasta ahora.
Con las llamadas "guerras preventivas" iniciadas por los halcones tras el
11-S, no solamente se conquista militarmente sino que también se abren
nuevos ciclos de expansión y ganancias capitalistas en los nuevos mercados
sometidos con el argumento de la "guerra contraterrorista".
De manera tal, que detrás de cada país destruido por los misiles, aviones y
tanques de última generación, siempre llega un "ejército" de lobbystas,
consultores, expertos, ejecutivos, de las empresas transnacionales asociadas a
la conquista imperial (armamentistas, petroleras, servicios, financieras, etc)
con la misión de "reconstruir" lo que fue arrasado por los bombardeos
genocidas.
La conquista militar, a su vez, es la llave de entrada para un
descomunal negocio capitalista "multifuncional y diversificado", donde el
Imperio (a través de la "reconstrucción" de lo destruido) moviliza una
maquinaria de ganancia financiera, se apodera de recursos naturales
(principalmente petróleo), vende armas, tecnología, servicios, y modela hábitos
consumistas en la población pudiente del país invadido (clases altas, medias
altas) que se integran al negocio de las multinacionales de la música , el
espectáculo y la "moda".
Mientras en Irak, por ejemplo, la
invasión militar destruyó las redes sociales solidarias de la comida, la
vivienda, el trabajo y la atención médica (que regían durante el régimen de
Saddam), las transnacionales desarrollaron un floreciente "mercado segmentado"
entre las clases altas y medias altas (profesionales, políticos y empresarios) asociadas a
la política de rapiña de la ocupación militar.
Pero en este mercado de
"negocios diversificados" posibilitado por los genocidios militares de los
halcones, la "estrella naciente" es (así coinciden todos los expertos) el
negocio de los "ejércitos privados" que contratan servicios tanto con el
ejército invasor como con las empresas privadas asociadas a la ocupación.
Según un informe del Pentágono, julio de 2005, las empresas usufructuadoras del proceso de negocios instalado tras la ocupación militar en
Irak invierten entre 25 y 30 por ciento de sus ingresos en vehículos
acorazados y ejércitos privados para garantizar la seguridad de sus
ejecutivos y empleados.
Según el
analista militar, Peter Singer, autor del libro
Guerreros Corporativos, el negocio de los ejércitos privados en el mundo
representa "cerca de 100 mil millones de dólares en negocios globales,
y operan en unos 50 países.
Según la revista norteamericana Monthly Review, "las corporaciones privadas del
capitalismo siempre han estado implicadas con la promoción de la guerra,
pero su acción directa ha sido tradicionalmente limitada". Lo preocupante
-señala la revista- es si estas multinacionnales ingresan a una distorsión
capitalista y, atendiendo a la ley de la oferta y la demanda, deciden ampliar
sus lucros aprovechando sus excelentes contactos con los jefes políticos y
militares que deciden la
guerra.

Obviamente, y según
apuntan todos los especialistas, solo los conglomerados trasnacionales (bancos,
petroleras, tecnológicas, armamentistas, ejércitos privados, etc) que integran
la órbita "selecta" del lobby de negocios manejado desde la Casa Blanca y el
Pentágono tienen acceso a los más jugosos contratos en los países ocupados.
Halliburton
(protegida por el jefe del lobby judío, Dick Cheney) es el actor dominante tanto
en Irak como en Afganistán, y participa desde los negocios del petróleo y de la
"reconstrucción" hasta en funciones de entrenamiento y asesoramiento militar,
no sólo para las fuerzas de EE.UU. sino para el nuevo ejército iraquí.
La
"veta de negocios" de los ejércitos privados incluyen servicios de
custodia a empresas privadas, operaciones de seguridad, programa de
interrogatorios (torturas), espionaje y entrenamientos militares, o ejercitación
de escuadrones especiales (de la muerte) que operan en la clandestinidad.
También
pueden ser contratados para tareas como recolección de cadáveres, investigación
de secuestros, custodia de pozos petroleros, controles fronterizos,
protección de importantes directivos, o para cuidar las espaldas de los
periodistas y ejecutivos de los consorcios mediáticos que construyen la
"información oficial" de la situación en Irak.
Irak se
ha
convertido en la meca comercial de los ejércitos privados. Halliburton
(en la cual tiene intereses el autor del plan privatizador, Dick
Cheney) a
través de sus subsidiarias figura como una de las empresas más favorecidas.
Entre las aproximadamente
40
corporaciones que operan en Irak se encuentran MPRI, SAIC,
Armor Group, Blackwater, Erinys, Vinnell, Global Risk
Strategies, TASK, Ariscan y DynCorp, Kroll Security,
entre otras.
Se estima que los
30.000 "perros de la guerra" que operan en Irak, contratados por
unas 40 empresas militares privadas, reciben salarios entre mil y 50 mil dólares
mensuales, pero, a su vez, individualmente, subcontratan a miles de iraquíes
armados para que realicen los trabajos más riesgosos.
Según
la publicación Monthly Review estas corporaciones
privadas de la guerra "ganan 100 mil millones de dólares al año, es
decir, una cuarta parte de la gigantesca suma de 400 mil millones de dólares que
EE.UU. está invirtiendo en el campo militar".
La casi totalidad
de esa cifra citada por
Monthly Review es
facturada por los consorcios que operan en la órbita de decisiones del lobby
de negocios controlado por Cheney y Rumsfeld desde la Casa Blanca y el
Pentágono.
Lo que explica, a
su vez, porqué el establishment de poder que rodea a los demócratas, quiere
expulsar a Bush y a los halcones de la Casa Blanca (lo más pronto posible), para
gerenciar en su lugar los "negocios diversificados" de la conquista militar que
continuarán más allá de Bush.
Esa es la sustancia
medular de la "guerra por el poder" (en la interna del Imperio
estadounidense) que alimenta mediáticamente las líneas de denuncia contra Bush
salidas de las usinas del establishment de poder demócrata.
El Plan Cheney y la "nueva guerra"
Como producto de la "integración bélica" de los nuevos ciclos de
ganancias y expansión capitalista trasnacional, las corporaciones privadas de la
guerra han pasado a ocupar un lugar clave en los nuevos planes de conquista
militar del Pentágono.
Bajo la influencia de Cheney y
Rumsfeld el gobierno de EEUU está
subcontratando con las Corporaciones Militares Privadas, gran parte de las
funciones operativas que tradicionalmente venían desarrollando las Fuerzas Armadas.
No sólo se dedican al
área de la seguridad y la inteligencia, sino que estas empresas también realizan
tareas de entrenamiento militar y de programas de interrogatorios
(torturas) como quedó claramente demostrado por las investigaciones en las
cárceles de Irak.
EE.UU.
se ha constituido, junto con el Reino Unido y Sudáfrica, en
el centro mundial de la industria privada militar, que debe su crecimiento al
nuevo
orden internacional lanzado por George Bush padre tras el desplome de
la Unión Soviética, al que él mismo contribuyó durante su ciclo como
vicepresidente de Reagan.
De la carrera armamentista
de la Guerra Fría se pasó al desmantelamiento de gran parte de los aparatos
militares, tanto en las grandes potencias como en los países dependientes
que participaban de las guerras por aéreas de influencia entre EEUU y la
URSS.
Los halcones de la Casa Blanca y el Pentágono, siempre a tono con "los
negocios de la guerra", observaron la nueva veta comercial que se abría con
la contratación de servicios de ejércitos privados para las áreas ocupadas por
el ejército de EE.UU.
La
privatización del aparato militar, fue impulsada en 1991,
después de la Primera
Guerra del Golfo, por el entonces ministro de Defensa y actual vicepresidente,
Dick Cheney.
A mediados de 1992 le encargó a Brown & Root Services un plan para
privatizar los servicios militares en zonas de guerra, por el que le pagó cuatro
millones de dólares.
A fines de ese año, poco antes de que Bill Clinton se instalara en la Casa
Blanca, le pagó otros cinco millones para que actualizaran el plan de
privatización. Brown & Root Services es una subsidiaria de Halliburton,
empresa que Cheney dirigió desde 1994 hasta que se incorporó a la
vicepresidencia.
Tras el
ascenso de George W. Bush a la presidencia de EE.UU. el plan de Cheney, comenzado
durante la presidencia de Bush padre, cobró una importante dinámica de
ejecución. El Ejército de
EE.UU. se ha reducido de 2,1 millones a 1,4
millones, y cientos de miles de esos puestos han pasado a manos privadas.
De acuerdo
con el Centro para la Integridad Pública, el Pentágono ha gastado 300.000
millones de dólares en 3.016 contratos de servicios militares que han ido a
parar a 12 empresas entre 1994 y 2002 (las cifras excluyen los contratos de
armamento).
Los
corporativos militares privados (PMC, por sus siglas en inglés) mantienen en secreto sus actividades y carteras de clientes al no
estar reguladas por ninguna normativa internacional, a pesar de su condición
de ejércitos sin fronteras.
Realizan
sus actividades en secreto, su cartera de clientes no está regulada por
ninguna normativa, las concesiones que realizan no se otorgan por ninguna
licitación, no son inspeccionadas por ningún organismo internacional, y violan la Convención Internacional contra el reclutamiento, financiación y
entrenamiento de mercenarios aprobada por la ONU en 1989.
La
Convención Internacional
contra el Reclutamiento, la Utilización, la Financiación y el Entrenamiento de
Mercenarios, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 4 de
diciembre de 1989, no fue refrendada por EE.UU. desde donde operan la
mayoría de estas corporaciones.
Su única regulación y
control proviene del Departamento de Estado manejado por el lobby de negocios
de la Casa Blanca y el Pentágono.
Su naturaleza de
ejército privado "sin fronteras" integra, además de militares
estadounidenses, a mercenarios y militares de otras naciones, como ya se puede
verificar en las filas de las empresas que operan en Irak y Afganistán.
El diario británico
The Guardian informó
recientemente que soldados chilenos que actuaron durante la dictadura de
Pinochet integran hoy las filas de la empresa Blackwater.
De acuerdo al diario
neoyorquino The New York Times el presidente de Sudáfrica, Nelson Mandela, promovió durante su gestión la exportación de represores de la época del
"apartheid" a empresas militares de origen británico vinculadas a algunos golpes
de Estado en países africanos ricos en oro y diamantes.
Prestación de "servicios"
Con el final
de la Guerra Fría se multiplicó el "ejército de
reserva" para estas corporaciones, es
decir el plantel de profesionales desocupados de las
fuerzas armadas oficiales en
Rusia, Ucrania, Bulgaria, Francia, Israel, Inglaterra, Africa del Sur, Chile y,
principalmente, EE.UU., entre otros países.
Sus servicios incluyen desde la seguridad y la inteligencia
hasta el mantenimiento de sistemas de defensa o la
modernización de ejércitos en los cinco continentes, explotando la onda de
privatización militar ideada por el vicepresidente Dick Cheney
en 1992.
Su aérea de "prestación de servicios" abarca minas de
diamantes y pozos petroleros, cuyo control y explotación
alimentó las guerras africanas, principalmente en Sierra
Leona y Angola. En este último país se han repartido contratos a más de 70
empresas militares privadas trabajando para todos los
países e intereses involucrados.
Estas corporaciones están
ligadas, por infinitos vasos comunicantes, a holdings comerciales
que despliegan las más
diversas actividades: finanzas, servicios, periodismo, alimentación, petróleo,
industria militar, aeronáutica y espacial, informática, etc.
Dos claros ejemplos de
grandes corporaciones que se integraron al negocio de los ejércitos privados son
Halliburton (industria petrolera), propietaria de la Kellogg, Brown and Root, y
L-3 Comunicaciones, poseedora de la empresa Recursos Militares Sociedad Anónima.
Como se señaló más arriba, Peter Singer, de
Brookings Institution, señala en su libro Corporate warriors
(Guerreros Corporativos) que esta actividad embolsa unos 100.000 millones de
dólares al año.
Su actividad comercial,
como cualquier empresa, depende de "la demanda",
principalmente
de las guerras de conquista militar lanzadas por EE.UU. en el planeta de las
cuales nacen nuevos y jugosos contratos y oportunidades de expansión comercial.
Según Singer, estos pulpos de la guerra también desarrollan sus
negocios
expansivos en misiones de pacificación, combates antidroga o cualquier
otro rubro internacional donde se requiera sus servicios militares y de
seguridad.
En territorio
estadounidense existen por lo menos treinta corporaciones transnacionales que se dedican a la prestación de servicios militares y de seguridad
privados. Algunas, como es el caso de Blackwater USA, se especializan en
contraterrorismo y lucha urbana.
Otras,
como Brown & Root,
subsidiaria de Halliburton, o Dyncorp, se desempeñan particularmente en el área
de inteligencia o entrenamiento militar.
CSC, es uno de los 10 contratistas privados
más grandes de EE.UU., y ahora trabaja para la fuerza aérea, el ejército y la
marina, la Oficina de Prisiones, el FBI, y muchas otras entidades oficiales de EE.UU.,
además de cargar de combustible a la aeronave del vicepresidente Dick Cheney.
Las empresas norteamericanas dominan el mercado mundial, y su prestación
de "servicios" se extiende a todas las ramas de las fuerzas armadas de EEUU, una parte de cuyo entrenamiento está realizado por empresas
privadas.
El Plan Cheney, reactualizado en la
segunda gestión de Bush, busca que los consorcios privados aumenten su órbita de
influencia en las nuevas guerras reemplazando en la mayoría de las áreas
operativas al personal regular de las fuerzas armadas estadounidenses.
Si
bien el Pentágono
no reconoce que una parte importante de sus soldados ya son entrenados por expertos y manuales
de guerra privados, son muchas las fuentes militares que señalan que
la legión de contratistas que inunda los cuarteles y las academias está
causando un profundo malestar entre la oficialidad de carrera.
Según los expertos en Washington, la
conversión de la guerra de conquista en "industria privada" es el objetivo
central del plan de negocios del lobby conducido por Cheney Rumsfeld en
la Casa Blanca.
En tanto el Pentágono estudia
extender la privatización a más áreas de la ocupación militar en Irak, las corporaciones militares privadas han comenzado
a intercambiar información orientada a
fusionar sus servicios en rubros determinados, a fin de
competir con mayor posibilidad en el logro de futuros contratos.
Los ataques y "guerras preventivas"
agendadas para lo que resta de la gestión de Bush (Irán, Siria, en primer
lugar), además de sus objetivos geopolíticos-militares, buscan que la
"integración bélica" alcance cada vez a más consorcios privados y que las
guerras futuras se conviertan en una empresa privada financiada por el Estado
imperial norteamericano.
Informes relacionados:
El "Síndrome Vietnam"
y la guerra por el poder en EEUU
Qué hay detrás de la "estupidez fundamentalista" de
Bush
El lobby
judío del
Pentágono
|